Hasta hace no muchos años, nuestra concepción de la figura del escritor polaco Stanisław Lem, figura que el mismo autor había contribuido a crear a lo largo del tiempo, era la de un escritor que, tras una infancia acomodada en la ciudad polaca (hoy ucraniana) de Leópolis, en el seno de una familia burguesa de intelectuales e industriales, se ve sorprendido por el estallido de la Segunda Guerra Mundial en medio del frente oriental, y asiste al proceso histórico en el que su ciudad natal es invadida primero por los soviéticos y después por los alemanes. Mientras tanto, continúa lo más discretamente posible con sus estudios de Medicina, carrera que inició siguiendo los pasos de su padre, un prominente otorrino de la localidad. Durante la ocupación, Lem alternaría los estudios con su trabajo como mecánico y soldador para una empresa alemana dedicada al reciclaje de materias primas. Acabada la guerra fue repatriado a Cracovia y dio sus primeros pasos como escritor con El hospital de la transfiguración. Aunque su intención había sido escribir una obra independiente, la censura polaca lo instó a escribir dos novelas más, en principio para atenuar el tono anticomunista del primer libro, y, más allá, para darle a la historia un matiz algo más comprometido con los valores de la nueva República Polaca y su realismo socialista. Así, Lem se vio obligado a continuar la obra con dos entregas adicionales tituladas Entre los muertos y El regreso, conformando una trilogía que decidió titular Tiempo no perdido. Posteriormente, el autor pondría distancia con estas dos obras, y a partir de 1965 se negaría a que se reeditase ninguna de las secuelas.

Hasta aquí la leyenda. Una leyenda creada por el propio Stanisław Lem, quien evitaba siempre que podía hablar de su experiencia durante la guerra. Cuando uno de sus biógrafos, Tomasz Fiałkowski, quiso preguntarle al respecto, la mujer de Lem, Barbara, le rogó que no hablara de eso con su marido: "Staszek después no puede dormir", dijo.

La realidad que Lem ocultaba era mucho más cruda que la almibarada experiencia narrada por él mismo en vida. Lem nunca quiso hablar de sus raíces judías, por eso sus recuerdos de ese período están llenos de lagunas y evasivas. Su biógrafo Wojciech Orlinski solo podía suponer que se trataba de "un mecanismo psicológico de defensa para neutralizar los recuerdos de la ocupación alemana. Algo que no quería tener presente, no porque lo hubiera olvidado, sino por todo lo contrario: a lo mejor lo recordaba demasiado bien". Fallecida su mujer, el biógrafo Orlinski emprendería la monumental tarea de reunir los papeles personales de Lem, entrevistar a sus amigos y familiares, y reconstruir la vida de uno de los escritores clave de la narrativa polaca del siglo xx. Producto de estas investigaciones fue un libro en el que por primera vez se contaba sin tapujos la vida de Lem. Este volumen, titulado Lem: Una vida que no es de este mundo (2017; Impedimenta, 2021) describe una historia muy diferente a la que Lem, un consumado especialista en cubrir sus propias huellas biográficas, contó a lo largo de su vida.

OTRA VIDA

La familia Lem, en realidad, era judía de un modo muy notorio (en la escuela secundaria, en su época, la Religión era materia obligatoria y Lem estudió la ley mosaica), así que cuando estalló la guerra, no sin razón, la familia anticipó con espanto lo que se avecinaba. Sus costumbres y ascendencia, en los años de ocupación de Polonia por rusos y alemanes, eran suficientes como para considerarlos judíos, tanto desde el punto de vista de las leyes de Núremberg como desde el de las políticas de filiación de la URSS. De este modo, tras la promulgación, en 1941, de la ley por la que se obligaba a lucir la estrella de David a los judíos hasta la tercera generación, el propio Lem se vio forzado a llevar dicho distintivo durante parte de la guerra. De su extensa familia, de la que Lem da cuenta en su autobiografía de infancia El castillo alto, solo sus padres y el propio escritor lograron sobrevivir a los pogromos, traslados a los campos y matanzas perpetradas durante la contienda.

¿Cómo lo consiguieron? Samuel y Sabina Lem, padres del futuro escritor, fueron internados en el gueto que crearon los alemanes en Leópolis a efectos de agrupar a todos los judíos de la ciudad. El destino de casi todos sus habitantes fue la muerte. Si bien los padres de Lem fueron a parar al gueto en un principio, su hijo, Stanisław, logró sacarlos de allí con la ayuda de algunos de sus excompañeros de escuela, que formaban parte del Ejército Nacional, la resistencia clandestina. En marzo de 1942 comenzaron a salir los primeros transportes hacia el campo de exterminio de Belzec, pero los padres de Lem lograron huir antes. En cualquier caso, debieron permanecer ocultos durante el resto de la guerra.

En cuanto a Lem, logró durante los primeros meses de la ocupación ocultarse de los invasores cambiando de piso. Al menos fue así hasta la retirada de las tropas soviéticas y la entrada de los alemanes merced al pacto Mólotov-Ribbentrop, que hacía aliadas a ambas potencias durante el inicio de la contienda. Más tarde, con ayuda de su familia, consiguió contactar con un oscuro empresario, Viktor Kremin (retratado en la segunda parte de la trilogía, Entre los muertos, como Siegfried Kremin), una especie de Schindler polaco de dudosa moral, quien, bajo la dirección de las SS, se hacía cargo de los bienes judíos en los territorios ocupados por el Tercer Reich. Kremin dirigía una empresa llamada Rohstofferfassung, que empleaba mano de obra judía y, a cambio de que los trabajadores colaboraran en sus turbios negocios, les garantizaba "papeles fuertes", es decir, la documentación necesaria para librarse de la persecución y las deportaciones. Como escribe Lem en Entre los muertos:

"En la empresa casi solo trabajaban judíos. La inmensa mayoría eran indigentes, que recogían desechos en los basureros; los menos eran la flor y nata de la comunidad judía local, había antiguos comerciantes, dueños de fábricas, abogados y asesores. Según sus fichas laborales eran traperos y cobraban sueldos de miseria; en realidad, le pagaban a Kremin para que los protegiera, y las cantidades eran tan generosas que constituían la principal fuente de ingresos que se embolsaba el director. Estos últimos trabajaban en la oficina. Escribían cartas, confeccionaban balances y listados, y al mismo tiempo se dedicaban a la elaboración de documentos de identidad varios y a la compraventa de divisas y oro".

Acabada la guerra, Kremin fue arrestado en Lodz, pero logró que se le declarara inocente gracias a los testimonios de los judíos a los que había salvado la vida.

Fue a través de Kremin y su empresa como también Lem obtuvo esos "papeles fuertes" que lo protegieron durante su estancia en Rohstofferfassung entre los años 1941 y 1942. A principios de 1943 se vio forzado a abandonar su trabajo porque los alemanes resolvieron liquidar los restos del gueto de Leópolis, de modo que para los judíos de la ciudad ya no habría ningún papel fuerte que pudiera salvarlos: todos debían morir. Fue en ese momento cuando Lem adoptó una identidad falsa que le identificaba como un armenio llamado Jan Donabidowicz. Por entonces, los alemanes habían asesinado ya a más de cien mil personas, el noventa por ciento de la población judía de Leópolis. Bajo su nueva identidad, Lem logró sobrevivir hasta el fin de la guerra. Oculto en un apartamento, con el pelo teñido, se permitía combatir el mortal aburrimiento haciendo esporádicas salidas a la biblioteca para leer libros de ciencia ficción y mecánica, así como novelas americanas. Fue probablemente entonces cuando escribió, en las largas horas de hastío, su novela El hombre de Marte, ambientada en una Nueva York que era solo producto de su imaginación, con una Quinta Avenida de dos direcciones por la que circulaban trolebuses.

REUNIONES INTERMINABLES

Tras los acuerdos posbélicos firmados entre las grandes potencias en el año 1946, Leópolis pasó a formar parte de Ucrania, y Lem se trasladó a Cracovia en calidad de "repatriado". Allí comenzó a desarrollar una titubeante carrera literaria tras retomar sus estudios en la Universidad Jagellónica. Fue entonces cuando concibió (en un arrebato de inspiración, el llamado furor scribendi) El hospital de la transfiguración, una obra singular tanto por su temática -alejada de la ciencia-ficción que con tanta asiduidad cultivaría Lem en años posteriores- como por la serie de vicisitudes que la obra hubo de superar una vez concluida hasta ver la luz definitivamente.

Su protagonista, Stefan Trzyniecki, es en cierto modo un alter ego del autor. Ambos tienen la edad de Lem en el momento de escribir la novela, aunque la historia está ambientada entre 1939 y 1940, cuando Stefan, recién terminados sus estudios de Medicina, comienza a trabajar en un hospital psiquiátrico. Allí asiste a la puesta en marcha del programa Aktion T4, por el que los nazis emprendieron el exterminio de los enfermos mentales como preludio de la solución final. De hecho, fue en los hospitales donde los alemanes empezaron a probar las cámaras de gas fijas que luego instalarían en campos como Belzec o Auschwitz.

Inmerso en esta atmósfera de caos y angustia, el sanatorio de la novela resiste y supera sus particulares dramas internos, protagonizados tanto por los pacientes como por los mismos doctores. La novela aprovecha las experiencias del propio Lem, pero trasciende la anécdota personal: valiéndose del momento en que las tropas alemanas deciden irrumpir en la vida relativamente tranquila e inofensiva del hospital, Lem nos ofrece un estudio de cómo van perfilándose las reacciones humanas cuando el individuo ha de enfrentarse a aquello que le provoca auténtico pánico. Una manera, quizás, de exorcizar sus recuerdos de la guerra.

La novela llegó en 1949 a la editorial Gebethner i Wolff. Justo entonces se habían promulgado unas directivas según las cuales todas las obras publicadas en la República Popular de Polonia debían adscribirse al realismo socialista. "El texto mecanografiado", indica Wojciech Orlinski en su biografía, "fue a parar a Varsovia, a la editorial Ksiazka i Wiedza, que se hizo cargo del fondo editorial de Gebethner i Wolff. Y allí comenzaron los problemas. 'Cada par de semanas, en el tren nocturno, en los asientos más baratos, iba a Varsovia convocado a unas reuniones interminables', recordaba Lem. Le decían que la novela era un riesgo ideológico y que, por lo tanto, necesitaba un contrapeso. Fue así como lo obligaron a producir dos volúmenes más: Entre los muertos (escrita en 1949) y El regreso (1950)".

Lem renegó de ambas novelas precisamente porque describían de un modo demasiado fiel y crudo sus experiencias durante la ocupación de Leópolis. Lo habían obligado a escribirlas y Lem las tachó de indeseables. Incluso describen, como ocurre en Entre los muertos, la experiencia en primera persona, con pelos y señales, de quienes viajaron a Belezec en los vagones de la muerte para ser ejecutados en las cámaras de gas y luego quemados (entre marzo y diciembre de 1942 fueron asesinados en Belzec unos 434 500 judíos).

En el mismo año 1949, Lem no se presentó a los últimos exámenes de Medicina. No quería ejercer de médico, pues le habían asegurado que toda su promoción acabaría sirviendo en el ejército. En realidad fue una excusa. Ya en ese momento quería ser escritor. En aquella época, en su país, se prohibía por ley ejercer dos profesiones a la vez. O médico o escritor. Lem optó, afortunadamente, por la literatura.

Esta novela llegó a las librerías por primera vez en 1956, ocho años después de su redacción, de la mano de la editorial Wydawnictwo Literackie, de Cracovia. La misma editorial la reeditaría en 1957, en 1965 y en 1982. En 1975 la publicó la editorial Czytelnik, de Varsovia, y en el año 1995 se encargaría de hacerlo Interart, de la misma ciudad.

En lengua inglesa sería en los EE. UU. donde se publicaría por primera vez, en el año 1988, en el sello Harcourt Brace Jovanovich, de Nueva York. La misma editorial la reimprimiría en 1991. En 1989, de manera casi simultánea a la primera edición estadounidense, la casa André Deutsch de Londres la incluiría en su catálogo.

En España, sin embargo, quizá injustamente eclipsada por la enorme popularidad de las magistrales obras de ciencia ficción del autor, no se publicó hasta 2008, en Impedimenta, con traducción de Joanna Bardzinska.

Ofrecemos ahora pues, al tanto de que se trata de la primera entrega de la trilogía Tiempo no perdido, una vez identificado su carácter de obra inicial, esta novela debut de Stanisław Lem. El hospital de la transfiguración se verá seguida en breve de los otros dos volúmenes, Entre los muertos y El regreso. Una trilogía en la que el autor no habla solo de sus personajes, sino del mundo cruel que le tocó vivir, y que Lem absorbió en toda su miseria y en toda su grandeza, para después ofrecérnoslo en esta obra que quita la respiración tanto por su crudeza como por su capacidad de retratar una época.

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