De acuerdo con la casuística con la que cuento, muchas adicciones actuales no responden, como los síntomas clásicos, a avatares vinculados con la lógica edípica de la neurosis infantil. Y si pensamos en la temática “familias y drogas” tendríamos que ubicar previamente los efectos del capitalismo en los lazos familiares. La familia no siempre ha tenido unos límites tan estrechos ni una extensión tan restringida como la que tiene en la actualidad en los países occidentales. Ha sido durante los dos últimos siglos, con el desarrollo del capitalismo en todo el mundo occidental, cuando ha quedado cada vez más reducida.
Ya Marx y Engels se quejaban de que se acusara a los comunistas de querer destruir a la familia, cuando estaba claro que la mayor amenaza que había pesado sobre la pervivencia de la familia la constituía precisamente el desarrollo del capitalismo. Según han ido bajando los salarios --explicaban entonces Marx y Engels-- ha sido cada vez más y más difícil mantener una familia con un solo sueldo. Los hombres están trabajando doce y catorce horas en el turno de día o en el turno de noche, las mujeres trabajan doce y catorce horas de día o de noche. En afinidad, Lacan aludió al síntoma social y dijo de él: “Solo hay un síntoma social, cada individuo es realmente un proletario, es decir, no posee ningún discurso con el que hacer vínculo social, dicho de otro modo, semblante”[1]. Me interesa detenerme en esta afirmación tan contundente que asevera que solo hay un síntoma social. Ser un proletario equivale a valer en el mercado exclusivamente como valor de cambio, carecer en definitiva de otro valor que no sea el fijado por el intercambio. Interesar, en suma, como una moneda que aún está en circulación, lograr estima por ese precio, obtener buena cotización por la tasa de beneficios. Para Lacan no es solo proletario aquel clásicamente considerado como tal, sino cada individuo y no cada sujeto. Esta afirmación se comprende si pensamos que el proletario ha perdido por su inserción en el mercado al valor de uso, que es justamente el valor subjetivo. Ya en la primera parte del Capital, Marx muestra cómo la relación entre los mismos hombres adopta “la forma fantasmagórica de una relación entre cosas”[2]. Tal inserción anula la capacidad discursiva que es la que posibilita los lazos, entonces las relaciones entre los hombres estarán determinadas por los lugares que ocupen en el intercambio.
En este momento del capitalismo ya no calvinista sino tardío no solo hay que pensar en los términos tan bien ubicados por Marx sino en las ofertas de consumo estimulantes de un goce ilimitado, ofertas que anulan al Nombre-del-Padre como regulador. Ejemplo: las compañías de celulares que proporcionan “hablar ilimitadamente”, el más y más del consumo sin límite, las ofertas de productos que invaden los celulares, las adicciones virtuales que crecen día a día y ni hablar de las ludopatías que se incrementan incluso en la población adolescente.
Una de las funciones del padre es la de establecer un límite, un “no” que también es condición de posibilidad para que advenga un deseo propio. En los casos que actualmente se presentan notamos que el padre ha operado, pero que esta función ha sido prácticamente abolida, por lo que hoy se llama tecno-feudalismo[3]. No me cabe hacer un análisis aquí acerca de la propuesta de Varoufakis y de indagar acerca de si se trata de tecno feudalismo o tecno capitalismo, pero sí constato sus consecuencias a nivel clínico. Estas fueron preanunciadas por Marx y así como dijo que era el capitalismo el destructor de la familia, hoy diríamos que no es el patriarcado quien tiene valor hegemónico, sino el tecno capitalismo. Así encontramos síntomas que no se asocian con neurosis infantiles como las descriptas por Freud, sino con las influencias tecnológicas sobre los cuerpos. No es lo mismo el Nombre-del-Padre que el patriarcado ya que el primero es una función que regula y el segundo un poder dominante. Sin embargo, cabe preguntarse sobre la actualidad de tal dominio y si no hay que interrogar la vigencia de su deconstrucción. La deconstrucción ha tenido un perfil eminentemente político como rebelión frente a instancias que centralizando el poder excluyen la contradicción. ¿Se derrumba por ello el discurso hegemónico o adquiere nuevas formas menos visibles, pero no por ello menos determinantes? ¿Es que en nuestra actualidad tiene tanta preponderancia el patriarcado[4] o la tecnologia en su relación con la biopolítica como gobierno de la vida? ¿Es acaso deconstruible la adhesión a los aparatos tecnológicos que cobran tanta supremacía en nuestra existencia? ¿Y la dominación que ejercen sobre los gustos, los consumos, los cuerpos, la manera de pensar, las ideologías etc.?
Silvia Ons es psicoanalista.
Notas
[1] Lacan, J., “La tercera”, Intervenciones y textos, trad. Julieta Sucre, J .L., Delmont y Diana Rabinovich, Manantial, Bs. As., 1988, p. 86.
[2] Marx, K., El capital. Libro I.” El proceso de producción del capital”. Mercancía y dinero”, trad. Vicente Romano García. Madrid, Axal, 2000, p.103
[3]Varoufakis, J., Tecno-feudalismo, Ariel, 2024
[4] Conviene diferenciar “padre” de “macho”. En principio la palabra “patriarcal” alude a “padre” mientras que el vocablo “machismo” alude a “macho”, es decir que no son equivalentes. Si “padre” tiene un estatuto simbólico que sobrepasa la reproducción: padre de una idea, de una Nación, de un movimiento, de una doctrina etc., “macho” solo remite a un animal de sexo masculino o a un hombre en el que se destacan las cualidades tradicionalmente consideradas masculinas como el vigor, la virilidad o el poder que da la fuerza.
Es que el machismo presente en la violencia contra el sexo femenino es signo de la decadencia patriarcal ya que se apela a la fuerza cuando no hay autoridad.