“Un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante”

                                                                                                                                   Jacques Lacan

Una corriente energética, libidinal, recorrió nuestros cuerpos cuando nos enteramos que un grupo de hinchadas de fútbol se sumarían a la marcha de los jubilados. Para muchos la iniciativa resultó un estímulo; una participación y un compromiso que recupera el entusiasmo cívico. Para otros, lo supimos desde el minuto uno, se configuraba un grupo más (“los barras kukas”) al que atacar. Sin embargo, más allá de los argumentos a favor y de las monótonas ofensas, el rasgo esencial, creo, es la novedad que introdujo en la escena política. Lo impredecible comienza a cambiar de lado.

Al mismo tiempo, esta novedad nos ayuda a repensar la teoría de la representación. En efecto, si la representación supone un vínculo, un nexo entre representante y representados, todos los términos de la ecuación pueden ser reconsiderados en sus contenidos, sus formas y su dinámica.

Con frecuencia escuchamos decir que la representación política está en crisis, y se insiste en uno de los términos: el representante. No obstante, es conveniente seguir el ejemplo de los hinchas y aportar alguna novedad.

En primer lugar, quizá no sea exclusivamente en el terreno político en el que se desarrolle la mentada crisis. A su vez, también es posible que sea necesario reflexionar sobre el otro término, los representados.

Esto es, más allá de las críticas a las defecciones e insuficiencias de todo tipo, ¿qué sabemos hoy sobre los caracteres de los representados? Si hay una crisis de la representación, ¿es únicamente porque quienes fungen de representantes abandonaron sus atributos o, también, porque han sucedido mutaciones en la subjetividad de los representados?

Como sea, el interrogante que vuelve a percutir nuestras certezas es ¿qué es el pueblo? Desde luego, no hay posibilidad de una respuesta que ofrezca una imagen unificada, pues no se trata de una masa homogénea; más bien todo lo contrario.

Entre el 56 por ciento de argentinos que votaron por Milei, hubo quienes dijeron que lo votaban “porque no va a hacer lo que dice”; también quienes --con aires de pasotismo y decepción-- afirmaron que les daba lo mismo quien ganara pues “mañana tengo que ir a laburar igual”. Hoy, pasado mas de un año del gobierno libertario, están aquellos que aunque sufren por no poder pagar la luz, aseguran que antes estaba demasiado barata.

¿Estamos seguros, entonces, de que todos los ciudadanos votamos para que alguien nos represente? De nuevo, estamos planteando la cuestión cual si fuera posible una respuesta general, aunque, en rigor, lo que más interesa aquí no es la conclusión sino la formulación del problema.

En las frases citadas más arriba, que son reales, se verifica lo que Freud denominó desinvestidura de la realidad, lo cual es correlativo de estados apáticos y de ciertas disociaciones. Asimismo, hay un número no menor de votantes que eligieron a Milei identificados con su violencia, lo cual agrega a lo anterior un problema diverso. Que la violencia sea irreductible, como sostuvo Freud, supone que no es tan necesaria la pregunta por sus causas, aunque sí lo es el interrogante por su falta de freno. No tenemos dudas, entonces, que la razón del incremento de la agresividad es la inseguridad (laboral y económica), de modo que el nexo entre ambas (inseguridad y violencia) es exactamente inverso al que pretende instalar la ultraderecha. Con ello, ya tenemos otro rasgo de los representados: la perturbación del pensamiento por medio del trastocamiento de los nexos causales. Por último, otro rubro que no podemos dejar de lado es la adhesión a los discursos falsos, y decimos adhesión pues aquí nos ocupa no tanto por qué alguien miente, sino por qué tantos creen lo que de manera evidente no debería ser creíble.

Una digresión. Hace tiempo he descripto dos problemas en el seno del populismo: por un lado, que de tanto describir y explicar la subjetividad neoliberal, dejamos de lado comprender la subjetividad popular. Por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, la detección de ciertos indicios que mostraban que nuestra subjetividad había sido intrusada inadvertidamente por la subjetividad neoliberal. Solo para dar ejemplos ilustrativos, podemos indicar dos signos palmarios: seguir persistentemente la agenda de la derecha y, a su vez, frenar ciertos discursos y acciones bajo argumentos del tipo “no les demos letra”. Tal como advirtió Freud, “primero uno cede en las palabras y después, poco a poco, en la cosa misma”.

Ahora volvamos. Si estamos en lo cierto respecto de los caracteres observados en un significativo número de votantes (apatía, disociación, desinvestidura de la realidad, violencia y credulidad acrítica), es preciso preguntarnos en qué medida, quienes no votamos a Milei, también hemos sido atravesados por esos rasgos.

En todo caso, el estimulante apoyo de los hinchas de fútbol a los jubilados, ¿no es acaso el síntoma de una ausencia? ¿No es el signo de una crisis en el nexo entre los dos términos de la representación? ¿Cómo se reconstruye, entonces, la representabilidad? Al fin y a cabo, la cita del epígrafe señala las condiciones para que el otro se constituya como un otro significativo.

Algo de esto anticipó Axel Kicillof cuando hace tiempo llamó a “componer nuevas canciones”. Y no se trata, únicamente, de nuevas letras y melodías, pues en un mundo poblado de discursos falsos, un mundo en el que las palabras no representan ni los hechos ni las subjetividades, es imperioso restituir el sentido del lenguaje.

No hace falta ir detrás de cada mentira denunciándola, pues desde Freud en adelante sabemos que hasta los delirios, las falsedades e, incluso, los absurdos, poseen algún grano de verdad. Por caso, ante cualquier crítica al gobierno de Milei, de inmediato se disparan miles de mensajes desde las usinas algorítmicas de la barbarie libertaria, y repetidamente le exigen a la oposición: “háganse cargo”. Pues bien, allí hay el signo de una demanda, porque aunque simulen acusar por presuntas negligencias anteriores, insisto, hay un reclamo, que alguien se haga cargo.

En efecto, si revisamos hacia adentro, y pensamos en el referido síntoma de la ausencia, ¿no estamos desconcertados por tanta inacción? ¿No escuchamos tantas veces que nadie quiere pagar el costo político de una mayor iniciativa?

No solo no es cierto que “vox populi, vox Dei”, sino que también termina siendo ambigua la expectativa de que el pueblo nunca se equivoca; sobre todo, porque lo que debemos leer es la verdad que se cifra tanto en los aciertos como en los errores.

Ya hace casi un siglo que, agudo y premonitorio, Roberto Arlt escribió: “pronto me adapté a las circunstancias al comprender que engañar al pueblo cuesta poco cuando el pueblo lo que quiere, es que lo engañen” (Aguafuertes porteñas: cultura y política).

Esta cita es dolorosa y polémica, lo sé, pero nos plantea un problema de difícil resolución. Si un gobierno es cruel, es sencillo saber quiénes son las víctimas, sobre quiénes recaen las injusticias. Sin embargo, si aquella crueldad fue anunciada y aun así fue votada por millones de ciudadanos, ¿cómo pensar la responsabilidad colectiva de quienes lo eligieron y condujeron al sufrimiento de esos mismos millones y de tantos otros?

Hay numerosos temas que se anudan a éste, tales como los límites de la representación política, las condiciones reales para la transformación social, en qué consiste la opinión pública (sus modos de percepción y atención), etc. No alcanzará, pues, con denunciar al político injusto y mentiroso, si no comprendemos las razones profundas que anidan en los destinatarios de aquellas crueldades y falsedades. Giuliano da Empoli pone en boca de su protagonista una reflexión que, aunque con cierto cinismo, tiene su verdad: “Está claro que en política vale más curar que prevenir. Si desbaratas un atentado antes de que se produzca, nadie va a darse cuenta; en cambio, reaccionar con fuerza y atrapar a los culpables, esto sí que produce capital político” (El mago del Kremlin).

El peronismo se ha dedicado, muchísimas veces, a curar las profundas heridas que la derecha produce cada vez que puede, y quizá también incorporó esta suerte de máxima que describe da Empoli. Es por ello, entonces, que las nuevas canciones deberán hablar de prevenir, es decir, ir delante de los hechos, porque eso y solo eso es lo que hace que un líder sea representativo no solo de los deseos, sino también de las tradiciones de nuestro pueblo, de sus realidades y, especialmente, que sea capaz de expresar y representar lo impredecible.

Los jubilados hoy están hinchados porque están hartos, pero también hinchados porque su volumen aumenta cada día, y en esta novedosa alianza con los habitantes del mundo futbolístico solo hace falta que surjan quienes los representen.

Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.