Desde Bahía Blanca

El agua va bajando en Bahía Blanca y lo que queda es el barro pegado en las paredes, en los muebles, en cada intersticio de las casas atrapadas por la inundación. Hay olor a tierra removida con mezcla de líquidos cloacales, pero de a poco se va sintiendo el olor a cloro, que busca borrar las huellas de la catástrofe. Es el momento de volver a recuperar lo que se pueda y desechar lo que no sirve. Las veredas son como una galería de exposición de objetos inútiles: camas, sillones, muebles, juguetes, cuadros, maderas. Todos apilados de casa en casa. En las esquinas hay montículos de barro, el que las personas van sacando de sus casas con palas y secadores de piso. Pero la devastación de esta ciudad no entra solo por los ojos, que con solo un paneo muestra una imagen apocalíptica, también está en el tacto, en el polvillo sobre las manos y la cara, en la polvareda que se levanta en las calles céntricas y que llega a las vías respiratorias. En esta ciudad han vuelto los rostros tapados con barbijos. El momento de terror pasó, pero todavía se confunde en el sonido del agua que corre por algunas calles con el que queda en la memoria: “era el ruido de los torrentes, ese que escuchamos en las películas y que acá no existe”, cuenta una vecina. El intendente Federico Susbielles dijo que ya lograron salir de la fase de emergencia y que lo que se viene es la fase de normalización.

Ayer llegó el Tren Solidario que partió desde Constitución, en la Ciudad de Buenos Aires, y que después de 36 horas llegó a la estación La Vitícola, a 20 kilómetros de Bahía Blanca, con trece vagones con 1.300 toneladas de donaciones. Antes pasó por Cañuelas, San Miguel del Monte y Las Flores, donde también recibió donaciones. Alrededor de cien personas entre voluntarios y efectivos de las fuerzas federales trabajaron en un operativo de custodia y traslado de la mercadería a los camiones que esperaban sobre la ruta 33. El tren llegó pasadas las 7 de la mañana con ropa, colchones, alimentos y elementos de higiene. Es difícil llegar hasta La Vitícola, para hacerlo hay que atravesar caminos de zanjas llenas de barro y una ruta con el asfalto quebrado, como si un martillo demoledor gigante la hubiese picado desde el centro de la tierra.

También por la mañana llegó Javier Milei, de sorpresa y cinco días después del temporal. Recorrió unas pocas zonas afectadas –incluso, en alguna recibió insultos– y se fue (ver aparte). El 87% de la ciudad tiene restablecido el servicio eléctrico, pero aún queda a oscuras el centro. "El agua se ha retirado totalmente de Ingeniero White y General Cerri. Es importante enfocarnos en la próxima fase, estamos terminando la etapa de estabilización y muy cerca de la fase de normalización de la ciudad", dijo el mandatario local, que también anunció la apertura de 24 centros de asistencia donde se entregan alimentos y elementos de limpieza, además de la distribución puerta a puerta de colchones. Hasta ayer, eran 223 las personas evacuadas.

La calle Sargento Cabral al 500, en el barrio Bella Vista, parece una escena de posguerra: montículos de (ahora) cacharros en las veredas y autos recubiertos de tierra seca y dura. Las ventanas de las casas están abiertas y hay algunos muebles –en un intento de salvarlos– secándose al sol. Bruno Cruz y Judith Saiz están limpiando la casa que alquilan y en la que el sábado el agua llegó a los dos metros. Ellos y su hijo Máximo, de cuatro años, se salvaron porque subieron a una pequeña pieza que tienen en un piso superior y ahí esperaron a que los bomberos los rescataran con dos kayaks prestados por un vecino. Recuerdan ese momento y sus miradas quedan suspendidas sin un punto fijo, como rememorando el estado de shock: “Estábamos desesperados porque los bomberos nos gritaban que no podían llegar hasta acá y nosotros queríamos salvar al bebé. El agua subió muy rápido”.

Están cansados, hace días que limpian la casa: primero sacaron la capa gruesa de barro de lo que todavía sirve, después limpiaron las paredes para quitar ese olor que les recuerda la desesperación. Aprovechan la luz del día para limpiar y ventilar, quieren volver a su casa y, mientras tanto, duermen en la habitación de vecinos y familiares. ”Llega un momento en el que el cuerpo no te da más”, dice Judith, que está preocupada por su hijo, que por las noches tiene pesadillas, llora y patalea. Se acercó a la salita del barrio y habló con una psicóloga, que le explicó cómo manejar el trauma. “Eso también te preocupa, no dormís, das vueltas y a la mañana hay sol y ya querés ir a tu casa a limpiar”, dice.

Por la ciudad hay roperos comunitarios y espacios autogestionados, que trabajan en conjunto con el municipio. En el club Bella Vista, sobre la calle Rincón al 500, hay un movimiento incesante. Jugadores y jugadoras, hinchas, vecinas y vecinos se organizaron para armar viandas, recolectar ropa y distribuir el material que manda el municipio. En uno de los salones, alrededor de diez mujeres clasifican la ropa por talle y en otro sector se preparan las bolsas con alimentos que al día siguiente saldrán a repartir en autos particulares. “Estamos tratando de solucionar el problema del día, creo que la gente nos necesita hoy y necesita que el que puede, que ayude”, dice el vicepresidente del club, Alejandro Umaña. “Se te cruzan muchas historias, de familias y de mucha gente grande. Hoy fuimos a una casa y había un hombre mayor, solo, sentado, no tenía movilidad y no tenía nada de nada para comer. Golpeamos la puerta, respondió y ahí nos acercamos. Estaba desde el sábado así. Es una cosa de locos”, cuenta.

Una grieta recorre el medio de la Avenida Alem, una de las principales, y es una muestra de lo que se vivió ahí –y de lo que aún se vive–. Por esa zona está Florencia Lupacchini, de 22 años, junto a un grupo de quince jóvenes limpiando la casa de una mujer mayor que estuvo encerrada desde que el agua llegó. Son amigos y compañeros de la universidad que se juntaron para quitar los restos de la inundación. Antes, habían estado en la casa de Florencia, en las calles Rodríguez y Urquiza, que también fue arrasada por el agua. “Pudimos evacuar por la terraza y ahí estuvimos cuatro horas bajo la lluvia, escuchando gente pidiendo ayuda y viendo cómo pasaban cosas flotando. Estos días, mi papá se quedó a dormir ahí porque se aprovechan de que no hay luz y saquean las casas”, cuenta.

Por toda la ciudad circulan colchones, nuevos o usados, en los techos de camionetas, en los baúles de autos o en carritos de personas que andan cirujeando. Se ven pasar por todas las calles, es uno de los elementos más requeridos. Hay una imagen que impacta, incluso a las personas que viven acá y que han visto de todo en estos días: “mientras la gente tiraba las cosas mojadas que no servían, pasaban otras con carritos a ver qué podían rescatar”, cuentan. Parece mentira, pero también es la realidad de la Argentina de Milei, los destrozos que dejó la inundación son tesoros para los que ya no tenían nada.