Están tan juntos que son un montículo en el piso, una masa plegada sobre sí misma a la que el impulso de la voz pone de pie. Rápidamente entendemos que los personajes están ensayando una performance, que no son exactamente ellos los que hablan sino que están llevando adelante sus roles de artistas empeñados en darle cuerpo a su creación.

Aunque los protagonistas de La obra siamesa no estarían demasiado de acuerdo en asignarle a su performance la envergadura de una ficción. Esta pareja exitosa que se desempeña en el campo impreciso entre las artes visuales y la performance establece su trabajo estético a partir de la verdad más contundente. Su obra está compuesta por sus hijos siameses, un niño y una niña casi púberes a los que exhiben como una pieza dramática y plástica. Pero en la puesta en escena de Laura Sbdar los niños permanecen ausentes, evocados y mencionados desde un fuera de escena. 

Los que están frente a nuestros ojos son sus padres interpretados por Nicolás Goldschmidt y Laura Nevole. Incluso, por momentos, los niños parecen habitar o invadir el cuerpo de sus padres como si los empujaran a la representación. En ese ensayo que deviene diálogo para luego traspasar las temporalidades en una edición realizada desde el texto donde asistimos a un fragmento de la performance, la pareja discute los lineamientos de su trabajo entrelazado con sus decisiones como padres

Los niños podrían separarse y no vivir pegados el uno con la otra. Ella, la madre, sospecha que sería mejor aventurarse en los riesgos de una operación, que una vida de cuerpos despegados podría ser más plena. Él, el padre, prefiere la anomalía, la rareza, la excepción que constituye la esencia de su obra. Sus hijos son las piezas que se manifiestan, la escena viva de un arte que no quiere aliarse con la ficción. 

La dramaturgia de Laura Sbdar conjuga el manifiesto, la reflexión estética con el drama íntimo. No hay diferencias entre estos planos porque los personajes mismos se encargaron de destruir cualquier distancia. La estructura es siamesa y ellos como pareja también son una suerte de bricolaje engarzado. Unido al mito de Salomón que sirve como sustento de la performance (específicamente a la parte del juicio donde Salomón debe resolver quién es la verdadera madre del niño en cuestión y con ese fin propone cortarlo por la mitad), partir en dos esa obra es un dilema que diferencia al padre y a la madre y que los ubica a ellos mismos como personajes de la ficción que eluden

El texto de Sbdar puede leerse como una crítica al mundo del arte, a su esnobismo y a la necesidad de convertir todo en una exhibición artística (en un momento surge la posibilidad de mostrar la fotos que documentan ”el despertar sexual” de sus hijos), pero tal vez sería más interesante pensar La obra siamesa como un mecanismo donde los personajes que buscan en el plano de la anécdota eliminar la invención se convierten en seres ficcionales al mismo tiempo que su obra se emancipa (en ese deseo de los hijos de ir contra los padres), y los transforma a ellos en sujetos de la performance, en seres atrapados en ese dispositivo demasiado pegado a la realidad. 

De hecho en la puesta en escena los personajes de los padres asumen la representación en la voz de los hijos. La dirección de Laura Sbdar narra desde ese desplazamiento donde lo que vemos es la actuación de los personajes impresa sobre el desempeño de los actores. El vestuario de Leonel Elizondo profundiza esta idea cuando propone el cambio de ropa en una suerte de travestismo donde el padre se calza la pollera y el cuerpo va hacia una feminidad y la madre se enfunda el pantalón y el saco en una impronta masculina

El gestus de esta escena y de varios momentos de la puesta recuerda a Las criadas de Jean Genet. De hecho la noción de representación es similar a la de la obra del autor francés aunque argumentalmente sean muy distintas. En esa mutación ellos son autores y objeto de su propia obra, destinatarios de las ideas que dicen alentar con su arte. La elección del actor y la actriz le da a la obra una dinámica jugada a partir del contraste. 

Laura Névole tiene una energía diáfana, potente y presurosa, Nicolas Goldschmidt muestra una tonalidad más irónica y mesurada, tal vez una voluntad controladora que se expresa tranquilamente, sin ostentación como si observara a su compañera y decidiera responder no solo desde la singularidad del texto sino también desde el modo de decir. Hay algo musical en la manera en que los dos intérpretes conjugan sus parlamentos y eso también sirve para pensar los roles que cada uno de ellos ocupa dentro de la pareja.

En La obra siamesa los artistas que construían una inspiración propia de lo real donde lo que tomaban era la corporalidad anómala de sus hijos para situarla en un contexto que le asignara el valor de pieza artística, se enfrentan al peligro de persistir en esa verdad hasta descubrir que es en la insistencia y repetición donde la verdad deviene en ficción. En esa escena que ellos ya no controlan, pasan de autores a personajes.

La obra siamesa se presenta los sábados a la 21:30 en Fundación Cazadores.