Desde que Alfred Hitchcock llevara a buen puerto una verdadera proeza técnica con Festín diabólico (1948), la idea de contar una historia utilizando un único plano-secuencia ha recorrido la historia del cine con mayor o menor éxito creativo. Asimismo, es un concepto que siempre pone de relieve el mismo interrogante: ¿se trata de un tour de force técnico vistoso, pero superficial, o es una herramienta que puede darle sostén a un concepto artístico de enorme valía? Imposible de llevar a cabo en toda regla durante el centenario reinado del celuloide por cuestiones inherentes al formato –los rollos de película virgen no superaban un máximo de veinte minutos de metraje–, films como el del maestro del suspenso se tuvieron que contentar con disimular los cortes en cada cambio de “acto”, pero la llegada del digital permitió finalmente que cualquier cineasta pudiera, a priori, embarcarse en el desafío. Los títulos ejemplificadores de un tiempo a esta parte no son pocos, pero una lista de largometrajes destacados no puede dejar de mencionar El arca rusa (2002), de Alexander Sokurov, Birdman (2014), de Alejandro González Iñárritu, o Victoria (2015), del alemán Sebastian Schipper, aunque en algunos casos la posibilidad de que ese único plano continuo y extenso haya sido manipulado en posproducción, uniendo de manera invisible algún que otro corte, no debería obviarse.

A la insigne lista se le sumó hace unos años El chef (Boiling Point, 2022), la película dirigida por el británico Philip Barantini y protagonizada por Stephen Graham que utilizaba el plano-secuencia con coherencia. Y pertinencia, ya que la historia, que transcurre lógicamente en tiempo real, describe una noche en un restaurante gourmet al borde de un ataque de nervios. El uso de la steady-cam y el seguimiento de los personajes de un lado a otro de la recepción, la cocina y el recinto de los comensales aportaba un grado importante de nerviosismo e intensidad a una historia ya de por sí inyectada de adrenalina. 

Realizador y actor están de regreso con ese mismo concepto formal en la miniserie Adolescencia, en la cual Graham, el gran actor inglés que muchos espectadores relacionan de inmediato con la serie Peaky Blinders, encarna al padre de un chico de trece años acusado de haber asesinado a una compañera de escuela. Dividida en cuatro capítulos, cada uno de ellos fue rodado precisamente en un único plano sin cortes, pero la destreza técnica (y física, por parte de los técnicos) está puesta al servicio de cada uno de los relatos, que transcurren en diferentes instancias de la historia general. En el fondo, más allá de los cuatro one-shots que la distinguen, Adolescencia, producida nada menos que por Brad Pitt y disponible desde hace un par de días en Netflix, es fundamentalmente y por sobre todas las cosas un buceo profundo en la desconexión empática y un drama familiar que sobreviene a partir de los actos más insospechados.

Stepehen Graham, a quien muchos vinculan con "Peaky Blinders", protagoniza al padre del chico acusado de asesinato. Foto: Archivo,

Divino tesoro

Como quien no quiere la cosa, todo comienza con una pareja de agentes de la policía esperando una orden. La charla ligera se interrumpe y varios móviles avanzan un par de cuadras hasta llegar a una casita suburbana del interior de Inglaterra. De pronto, la cosa se activa y, como si estuvieran detrás de un peligroso grupo de terroristas, el grupo comando derriba la puerta, ingresa con armas largas e interrumpe el amanecer de la familia Miller. Buscan a Jamie (Owen Cooper), el hijo menor, un adolescente de trece años, a quien se llevan a la comisaría cercana luego de explicar velozmente que semejante operativo para detener al menor es simplemente parte del protocolo. Jamie es el principal sospechoso por el homicidio de una joven. A partir de ese momento la cámara no abandonará al muchacho, mientras el vehículo lo traslada a la comisaría y a la celda que lo alojará durante las primeras horas de detención. Nervioso, llorando sin poder contenerse, Jamie insiste en que él no ha hecho nada, que debe tratarse de un error. Pocos minutos después llegará el momento del fichaje, al tiempo que los padres y la hermana de Jamie se acercan al lugar, se define quién será el adulto responsable durante los procedimientos inmediatos –tomar muestras de sangre y saliva, registrar el cuerpo desnudo del detenido en busca de señales de lucha, llevar a cabo el primer interrogatorio– y también qué abogado tomará la defensa del caso. Todo en tiempo real, desde luego, con la cámara invisibilizándose gracias al seguimiento de los personajes en el apretado espacio de la comisaría.

“Nunca fue mi intención que el plano-secuencia fuera el centro de atracción, no me interesa que se transforme en un espectáculo en sí mismo”, declaró el realizador Philip Barantini en conversación con el medio especializado Broadcast. “Me gusta porque es un formato que fuerza al público a prestar atención, a no quitar los ojos de la pantalla. Me interesa que la audiencia olvide después de cinco minutos que se trata de una sola toma, y que vuelvan a pensar en eso solamente después de terminar de ver toda la serie”. Respecto del origen del proyecto, el director de El chef recuerda que todo comenzó cuando Brad Pitt, uno de los fundadores de la compañía productora Plan B, le preguntó si estaba interesado en hacer algo similar en formato televisivo. “Hubo en los últimos tiempos varios casos de adolescentes hiriendo a otros con un cuchillo y al menos un par de ellos fueron cometidos por chicos de trece años. Púberes que acuchillaban y en algunas ocasiones mataban a chicas de su edad. La pregunta que uno se hace es por qué. ¿Qué razones llevan a estos jóvenes a hacer algo así? Esa fue la chispa de encendido de la idea”. A la hora de reflexionar sobre esas razones, Barantini afirma que, en casos como el que describe Adolescencia, “suelen leerse cosas como ‘Debe ser culpa de los padres’. Pero realmente queríamos transmitir que esto es algo que puede ocurrirle a cualquiera de nosotros, como padres. La de la serie es una familia normal. El padre es plomero, la madre trabaja en un pequeño centro de compras. Por lo tanto, Adolescencia no es un whodunnit (¿quién lo hizo?), sino un whydunnit (¿por qué lo hizo?)”.

Queda claro, cerca del final del primer episodio, que la policía tiene pruebas muy contundentes sobre la culpabilidad de Jamie. Durante un alto del interrogatorio, Eddie Miller (Stephen Graham) se sienta al lado de su hijo y le pregunta, sin filtros, si hizo lo que dicen que hizo, y que esa será la única vez que se lo pregunte. Como cualquier padre de un hijo adolescente, el amor puede ser más fuerte que la evidencia, pero el hombre se permite la posibilidad de la duda. Jamie insiste: no hizo nada, es inocente. El breve diálogo es un ejemplo, entre otros tantos, de la potencia actoral que engalana Adolescencia, potenciada por el uso del plano único. Si el tour de force es técnico, también lo es en términos de performance del reparto, ejemplo perfecto del estilo naturalista británico. Graham en particular, en el primer capítulo, construye una criatura en la cual es muy sencillo verse reflejado: un hombre humilde, que evidentemente se hizo de abajo, orgulloso de lo logrado en lo profesional –una pequeña compañía de plomería a domicilio– y también de haber podido criar y sostener a una pequeña familia de cuatro junto a su esposa. La crisis que sobreviene, desde luego, horada los cimientos de toda una vida y anticipa nubarrones de tormenta en el futuro inmediato y más allá.

Matrimonio de dos medios

El segundo episodio de Adolescencia transcurre tres días después de la detención de Jamie y se concentra en la búsqueda del detective a cargo del caso (interpretado por Ashley Walters), del arma homicida y los posibles motivos del hecho. Es una hora en la vida de una escuela secundaria, con sus alumnos y profesores llevando adelante una jornada nada común: el regreso a clases en medio del impacto del asesinato, tema del cual todos hablan, en secreto o a viva voz. El hijo del detective estudia casualmente en la misma escuela (la ciudad es chica, el infierno grande) y una conversación privada entre ambos, a priori sin relación con la investigación, deja al desnudo la brecha generacional. Se habla de incels, del uso particular de los emojis, del bullying, de la relación cotidiana entre los adolescentes mediada por el uso de la tecnología. El guion, escrito por Jack Thorne en colaboración con Graham, no carga las tintas sobre esas cuestiones, pero deja entrever claramente que el crimen pudo haber tenido su origen, al menos parcialmente, en los vínculos electrónicos, usina potenciadora de una misoginia rampante en personas que aún no han llegado a la mayoría de edad ni, mucho menos, a la madurez intelectual y emocional.

Lo dijo Stephen Graham en conversación con la revista The Hollywood Reporter hace escasos días: “Son chicos jóvenes, no son hombres. Sus cerebros aún no están del todo formados –de allí el título de la serie– y de pronto asesinan a chicas de su misma edad”. En la misma entrevista, el actor nacido en Lancashire en 1973 reflexionó sobre el intenso trabajo actoral del reparto, enfrentado a una toma única de cerca de una hora de duración para cada entrega. “Sin querer sonar pretencioso, la serie es el matrimonio de dos medios: el teatro y la televisión. Técnicamente, es una pieza teatral en la cual actuamos para la cámara. Pasamos una semana entera, para cada episodio, ensayando con los actores y Phil cada latido, cada momento de la historia. Diseccionamos el guion para poder sumergirnos en los personajes. También pasamos toda una semana practicando la coreografía de la cámara. Teníamos que saber como movernos, por ejemplo, alrededor de una mesa, porque debía verse continuo y sin costuras. Fue un proceso maravilloso, casi una cosa zen. Estás en papel desde el momento en que se grita ‘acción’ y no termina hasta escuchar la palabra ‘corte’”.

“Siete meses”, reza la placa al comienzo del tercer capítulo. Es el tiempo transcurrido desde el arresto. Es quizás el episodio más intenso y minimalista del cuarteto, en el cual una psicóloga de la defensa vuelve a reunirse con Jamie para analizar aspectos de su personalidad. Sin salir casi de un único espacio dentro del centro de detención, es otro ejemplo de notable performance actoral, en particular del joven Owen Cooper. Una conversación en la cual se discuten diversos arquetipos de masculinidad y donde quedan claras algunas cosas sobre Jamie, sus ideas y acciones. El último capítulo tiene lugar un año y medio después del comienzo de la historia, con el juicio a punto de llevarse a cabo, y describe una mañana en el seno de la familia Miller, justo el día en el que el padre cumple años. Es el cierre devastador, pero al mismo tiempo esperanzado, de un relato seriado que ya merece incluirse en la lista de las mejores series del año disponibles en plataformas de streaming.