Estaba buscando habitación en Mallorca, y un amigo llamado Sebastián me alquiló una. Estaba muy contento de que quien me la alquilara fuera él, porque sabía que trabajaba como jefe de cocina en un restaurante y, además, era un freak de la música. Su colección de discos era enorme y abarcaba una gran variedad que me sorprendió mucho. Me gustaba mucho su estilo y sus modos: era extraño, misterioso, realmente loco y extremo. Dos de mis pasiones se amplificaron en este vínculo que tuve con él. Muchas noches, él volvía de trabajar muy cansado, casi colapsado, y pese a todo cocinaba algo y me lo ofrecía, a veces actuando de manera extraña, como ido. Yo observaba detalladamente todos sus movimientos porque me parecía casi un show. Se sentaba y me explicaba lo que había hecho, y me contaba historias sobre comida o frutos típicos de lugares. Supongo que tanto trabajo lo distorsionaba; sus chistes eran ácidos y muchas veces dudosos. Aun así, yo me sentía cómodo e incluso protegido por él, ya que yo era más joven, no tenía papeles y mi situación era bastante precaria.

Muchas mañanas, cuando coincidíamos en algún desayuno, escuchábamos un disco y me contaba historias de los músicos o de la banda, y también de las elaboraciones, ya sea del pan u otras cosas que comíamos o él preparaba. Yo nunca había comido palta, ni entendía mucho sobre los aceites de oliva, e incluso tampoco había experimentado el sabor de ciertas pimientas, pero él me mostró muchas de estas cosas. La música que Seba elegía para la mañana era más tranquila. Escuchábamos folklore, tangos, Atahualpa, Violeta Parra, Zbigniew Preisner y otras músicas como, por ejemplo, el disco de la banda sonora de Amélie, la película francesa, que escuché antes de ir a verla. Y me pasó lo que le pasa a mucha gente cuando ve una película antes de leer un libro.

Algunas noches, cuando volvía, a veces borracho, cansado o muy agotado, ponía música más loca. Escuchábamos Swans, Neubauten, Alien Sex Fiend, Bauhaus, Virgin Prunes y otras bandas góticas y oscuras que me resultaban bellísimas. Una de las bandas más hermosas, que disfruté y que realmente me afectó, fue The Residents. Tuvimos muchas charlas acerca de ellos, y me obsesioné. Escuché Duck Stab y God on Three Persons tantas veces, que Seba me decía que me iba a hacer mal. Junto con esta obsesión, comencé a buscar todos sus discos, que me parecieron increíblemente fascinantes. Iba a una tienda muy pequeñita y espectacular, donde atendía un señor muy simpático con quien charlaba acerca del sello Ralph Records. Me presentó la joya de la que estoy destinado a hablar hoy aquí: Songs from a Swinging Larvae de Renaldo and the Loaf. Lo escuché junto con él y fue un amor a primera escucha, directo y muy fuerte. Pasó el segundo tema y le pedí comprarlo. Lo puse en mi discman y lo fui escuchando en la bici, haciendo un paseo coreográfico. La alegría enloquecedora de los sonidos de este disco me sorprendía cada vez más.

Mi tema favorito es "Medical Man". Siempre buscaba identificar en mi mente qué instrumento hacía cada sonido, pero más allá de la simple complejidad de sus composiciones, se escuchaban guitarras, baterías, teclados y voces, tocadas de una manera muy desprejuiciada y brillante. Los cambios abruptos, los ritmos a tan poco tempo y las voces alocadas, como salidas de un dibujo animado que nunca había visto, me abrieron muchas puertas en la mente, desde mi forma de percibir la música y, sobre todo, de cómo hacerla. En el tema "Bustle the Burgoo", incluso hoy, mis piernas naturalmente hacen un baile. Es un tema que me gusta mucho para ir al supermercado y comprar como si fuese el personaje de alguna película o alguna animación.

Obviamente, tenía que mostrárselo a Seba de una manera especial, así que compré ingredientes para hacer pizza. Fue la primera vez que hice pizza, y obviamente me salió mal. Seba me dijo que le había puesto demasiado aceite, así que estaba medio galleta. Pero aún así, la comió, la disfrutó y noté su alegría de que me hubiera puesto a intentar hacerla. Cuando le mostré el disco, también se sorprendió. Tengo la imagen de cómo escupió un poco de cerveza con alguno de los temas, por lo bizarro que le pareció.

De ahí en más y a modo de chiste, algunas mañanas que yo me despertaba más temprano ponía el tema “B.P.M.” a modo de despertador, ya que tiene una especie de in crescendo con cuerdas y voces locas, y yo me asomaba por la puerta de su cuarto, haciendo un gesto a lo Ren & Stimpy, del cual Seba se reía o a veces gritaba “¡Basta!”, como si fuera un cantante de death metal.

Después de un tiempo, encontré videos de varios temas del mismo disco entrelazados en un video de aproximadamente seis minutos, como si fuera un cortometraje. Obviamente, mi amor por ellos se amplificó, porque superó mis expectativas. Los recursos me descolocaron y nuevamente vi algo donde no había pretensiones ni virtuosismo, solo un flujo creativo directo y muy fuera de lo que yo concibo común.

Yoto es el proyecto de Ignacio Sandoval, artista multidisciplinario dedicado a la música, performance, video, escultura y cocina. Editó discos en sellos locales e internacionales. Realizó una ópera experimental y también videos que fusionan diferentes disciplinas y técnicas artísticas. Participó en muestras individuales y colectivas con esculturas de cerámica, madera y otros materiales, y en el ámbito culinario ofrece servicios de catering con diversos y amplios menús.