“Hay que ser cagón para no bancar a los jubilados”, está escrito a mano con un fibrón en la parte de atrás de la camiseta de Chacarita. La tiene puesta un chico que camina por calle Corrientes a la par de una caravana que crece mientras cruza los barrios de la ciudad de Buenos Aires rumbo al microcentro. Unas horas antes, en un final de día que se alarga y que deja un sabor de boca difícil de dilucidar, se había convocado un cacerolazo en repudio a la enorme y desproporcionada represión que llevaron adelante las tres fuerzas de seguridad que conduce Patricia Bullrich en contra de jubilados y jubiladas y quienes el miércoles decidieron acompañar esa lucha frente a un estado de cosas que no da para más.

“Estuve todo el día en la calle, esto no puede estar pasando”, dice el chico de la camiseta. Su frase deja tendido un silencio como una prenda al sol: el miércoles termina con más de cien detenidxs, jubilados y jubiladas gaseados y con balas de goma en el cuerpo y a un fotógrafo peleando por su vida. La afirmación del hincha de fútbol que camina decidido a Plaza de Mayo cerca de las 10 de la noche también augura una pregunta ¿Cómo puede estar pasando esto?

“Yo tengo 87 años, si me quedo parada me duele más la cintura”, dice Maria Esther para contar que no paró de caminar rápido para escapar de los gases. “La gente tiene miedo, pero no hay que correr porque es peor”. Se había encontrado muy temprano con sus compañeras jubiladas de ATE, llegaron a la zona de Congreso a las 4 como todos los miércoles, esta vez con un poco más de ilusión. La convocatoria de las hinchadas de fútbol le daba un aliento extra a los corazones que venían sosteniendo una convocatoria escuálida y a los golpes. “Lo viví con esperanza, porque si alguien que no tiene nada que ver con nosotras convoca a venir es que se están dando cuenta de que el problema existe”, dice.

Foto: Jose Nico

Viejxs acostumbradxs a los gases

La ilusión de una marcha multitudinaria fue rápidamente interceptada apenas desembarcaron las hinchadas de fútbol para llenar la plaza de Congreso. La represión fue desmedida: nubes de humo y el estruendo de las balas de goma fueron la banda sonora de la tarde. La premeditación la confirmó Bullrich la noche anterior, prometiendo llevar adelante un protocolo que habilita el terreno para hacer desaparecer la protesta social y fue así, la represión comenzó cuando todavía ni siquiera era la hora pautada para la convocatoria.

Maria Esther y un grupo de jubiladas caminaron rápido para alejarse de los golpes: “He pasado muchas gaseadas pero como ésta ninguna, ni siquiera en el 2017, con la reforma previsional de Macri, fue tan fuerte”, explica. No solo se refiere al componente de los gases lacrimógenos que producen un ardor extremo en la piel sino a la violencia y a la saña con la que la policía comenzó a reprimir: “Hay mucho odio, a la policía le están enseñando a odiar”. En ese momento decidió no detenerse e ir a lo que ellas llaman “su refugio”, un bar en Rivadavia y Rodriguez Peña en donde se pusieron a salvo. Por la ventana del refugio, como si se tratara de una “batalla campal” -titular muy común en este tipo de escenas-, Maria Esther vio imágenes aterradoras, el paso a paso de cómo la policía vaciaba la plaza a puro golpe. Escenas similares a las del 12 de junio del año pasado durante el tratamiento de la Ley Bases, pero como dice Esther, “cada vez con más saña”: “Cuando pensábamos que era seguro salir, nos teníamos que volver a meter adentro porque venían las motos, pasaban y pegaban”, insiste.

Che Patricia, Che Patricia, no te lo decimos mas, si le pegan a los viejos, que quilombo se va a armar”, gritaban las hinchadas replégandose hacia Plaza de Mayo, la policía tenía la orden de liberar calle, vereda y plaza. Una definición contundente de ahogar una protesta que había despertado pasiones y adhesiones, la manifestación social viene crepitando desde el 1F y desde el gobierno no hay ingeniería para apagar esa chispa, más bien, todo lo contrario.

Maria Esther tiene la misma edad que Beatriz Bianco, la jubilada que fue empujada por la policía y en la caída le ocasionó una herida grave en la cabeza. Su imagen se viralizó cuando siquiera eran las cinco de la tarde. Las personas comenzaban a llegar a la Plaza y ya había una jubilada herida tirada en el suelo: “Para mi ahí hay una cobardía enorme, fijate como el policía la empuja y después se repliega entre sus compañeros” dice Maria Esther.

Durante la tarde hubo cacerías al boleo por parte de la policía, balas y gases. El Ministerio de Seguridad de la Nación, la Policía de la Ciudad de Buenos Aires y la Prefectura siguen gastando en represión mientras los y las viejas se reúnen cada miércoles porque hay quienes no llegan a cobrar una jubilación de 400 mil pesos.

¿Cómo puede estar pasando esto? Esa pregunta no tiene una sola respuesta. En parte hay una pista en un Congreso acéfalo que hace equilibrio al borde de quedar completamente inhabilitado. Mientras la policía reprimía en la calle, el presidente de la cámara baja, Martín Menem, levantaba una sesión con quórum para quitarle las facultades extraordinarias al presidente. Puede pasar esto en parte por la falta de acción de la maraña sindical, también en parte porque el gobierno sigue tirando de la cuerda de quienes lo votaron en un balotaje. La pregunta puede pasar fácilmente a ser el “no puede estar pasando esto” del hincha de Chacarita, entre el interrogante y la afirmación solo hay un signo que también puede ser un gesto, el que se viene repitiendo cada vez con más frecuencia y en alianzas impensadas.

“Vengan zurdos” se escuchó por los altoparlantes de un camión hidrante de la Policía de la Ciudad. Otra vez ¿cómo puede estar pasando esto? La respuesta fueron miles en la calle durante muchas horas, sin querer irse, cuidándose e intentando resquebrajar esa narrativa de que hay malos de los dos lados. Se respira un aire a tiempos de lucha aunque el próximo 23 de marzo ya no habrá moratoria, es decir que ni siquiera estará el piso vergozonso de la mínima. Hay un horizonte abierto en relación a los miércoles, una convocatoria que crepita al ritmo del hartazgo.