Voy a buscar a la librería El Jaúl el último ejemplar que queda de Escritura y Dinero (Sexto Piso) de Olivia Teroba. Con Olivia nos habíamos juntado a comer meses atrás en una cantina en el límite entre Villa Crespo y Chacarita que se llama Cajú, donde sirven comida vegetariana y sin harinas. Lo elegí porque las dos tenemos esas líneas en la alimentación y queríamos juntarnos a almorzar.
Ese mediodía le llevé varios libros de Bosque energético para una amiga suya que abriría una librería dedicada a los diarios íntimos en México y le regalé otros. Comimos, bebimos y pagamos a medias la cuenta. Entre tanto le hablé de esta columna y que me interesaba leer su libro para escribir algo. Quedamos en que lo buscaría por la librería. Semanas después, Olivia volvió a México y yo tardé en buscar el ejemplar. Cuando finalmente lo hice, en la caja, el librero me pasó el precio. Claro, es una librería y yo me iba a llevar un libro. Pero yo iba a buscar un libro que me dejaba la autora. ¿Cómo se lo diría? Yo ya había avisado, Olivia lo había hecho también, por mensaje privado. Pensé que habrían dejado un libro con un cartelito, una nota, una aclaración en algún cajón. Pero no. Por unos minutos me quedé en la incomodidad hasta que un rayo de cordura me atacó y fui a pagarlo. El librero se arrepintió. Pero yo insistí porque la situación no estaba clara y me daba vergüenza. Quedamos titilando un momento entre el que sí y el que no.
En el compendio de ensayos que la autora ofrece en su libro, transita desde diferentes ángulos la noción de la escritura como un trabajo rentable. Y busca, derribando el mito del pudor, develar las escenas a la que una escritora de estos tiempos (donde todo lo que rodea a la escritura tiene que ser promocionado para el consumo), se encuentra sometida para sobrellevar la propia escritura. Pero también refunda conexiones, asociadas a lo espiritual o esencial de por qué y del para qué de la escritura. Una relación íntima a la que debe cuidar.
Quien también desacralizó de manera maravillosa el tema “dinero” fue Rosario Bléfari que en Diario del dinero (Mansalva), lleva apunte de todo aquello en lo que invierte para subsistir: desde un café con leche hasta las zapatillas que le tiene que comprar a su hija. La cronología del diario está alterada, y una entrada de 2001 le sigue a una de 2015 y a otra de 1996. Tal vez, porque sí pasan los años y pasan las buenas o malas rachas, pero lo que no pasa es el vínculo con el dinero. La búsqueda de una posición.
Redes sensibles de poesía y arte: La Aromática
En mi época de estudiante trabajé de muchas cosas: animadora infantil, niñera, profesora de español como segunda lengua, hice desgravaciones, vendí artesanías y desarrollé un oficio asociado a la gastronomía (primero como camarera y luego como ayudante de cocina). Hice casa varios años en La aromática, el restaurante que comandaba la poeta y activista cultural Tálata Rodríguez en la calle Bulnes, ahí en Almagro. A esa época la sueño como la última bohemia. Conocí músicxs, poetas y artistas que pasaban por ahí a comer, a conversar, a imaginar. El único día que el local estaba cerrado eran los lunes. En un momento, con mi joven amigo Cristian Jensen, le propusimos a Tálata abrir los lunes. Ella nos planteó abrir en dinámica cooperativa. Cristian atendía mesas y yo ayudaba a Paula en la cocina. A esa cooperativa que abríamos dentro de La aromática le pusimos un nombre: “Los lunes a la luna”. El menú era un afiche tipográfico diseñado por quien hoy lleva adelante la preciosa Imprenta Rescate y servíamos los platos de comida colombiana que hacía Paula y las mesas se llenaban mientras alguien cantaba o tocaba la guitarra o leía poemas. Por entonces, lxs artistas que venían los lunes, recibían un plato de comida y pasaban un sobre por las mesas. Antes del Instagram y del WhatsApp existía un refugio que articulaba redes sensibles y se llamaba La aromática. Con ir tres veces por semana yo podía gestionar mi economía personal en esos primeros pasos en la vida como artista. Eran otros tiempos.
Olivia escribe para vivir y escribe sobre todo lo que tiene que hacer para subsistir. Despeja que es opaca nuestra relación con el valor de lo que hacemos, y que todavía la cancha está inclinada -en desventaja- para la mujer con ambiciones profesionales y expectativas de proyección económica.
Dinero y escritura me habló y me recordó cuánto me había atravesado su libro anterior, también una serie de ensayos autobiográficos, llamado Un lugar seguro (Las afueras). Seguir los pasos de una autora, como las migas que dejamos para volver a casa. Los ensayos que escribe Olivia logran hondura con una prosa cercana. Esa contracción de hondo-cerca es un tesoro.