Pablo Echarri y Javier Daulte son dos nombres importantes de la cultura nacional. El actor tiene una larga trayectoria como intérprete, productor e incluso como dirigente gremial por su compromiso con sus colegas desde la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes (Sagai). El director, dramaturgo y guionista no se queda atrás: desde hace 30 años no para de estrenar obras de teatro que son acompañadas por el gran público. Juntos, trabajaron en la puesta en el Paseo La Plaza de El hijo de p#@ del sombrero, hace más de una década. Y hoy vuelven a encontrarse para Druk, la versión teatral de la exitosa película danesa Another round, ganadora de un Oscar en 2021. La pieza, cuyo elenco completan Juan Gil Navarro, Osqui Guzmán y Carlos Portaluppi, se puede ver de miércoles a domingos en el Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343).

Daulte y Echarri reciben a Página/12 para hablar sobre la adaptación teatral de la obra escrita por Thomas Vinterberg y Claus Flygare. La historia es conocida por muchos: cuatro profesores de colegio secundario, transitando los 50, entre la soporífera rutina y la falta de entusiasmo, se disponen poner a prueba una extravagante tesis que señala que los humanos nacen con un déficit de alcohol del 0.5%, de modo que para funcionar de manera óptima y para impulsar la creatividad, es necesario ingerir esa cantidad cada día. Un experimento al que les costará ponerle límites y que los llevará a estados de conciencia que revitalizarán sus vidas. Al fin de cuentas, perder un poco el control a sus edades y en un mundo tan estructurado, no está tan mal. Aunque las consecuencias no sean menores ni mucho menos las esperadas.

“Es una obra que a mí me interpela mucho: será porque son cuatro personas con vocación, que ya tienen como un poco la vida definida, el que se casó y tuvo hijos, y el que no se casó y no tuvo hijos por decisión… Que tienen decisiones tomadas”, cuenta Daulte, con sus 61 años a cuestas. “Y cuando todo está supuestamente acomodado, ¿qué es lo que pasa? ¿qué es lo que se mueve? ¿cuáles son las crisis que aparecen? Y las crisis no son ni más ni menos que crisis existenciales, por algo se cita tanto a Kierkegaard, que es el pensador que reivindicaron los existencialistas franceses a mitad del siglo pasado. Cruzamos los 50, ya sabemos para qué vinimos a este mundo, y aparece la pregunta: ¿qué nos motiva para continuar?”.

Seis años más joven que el director, Echarri también atraviesa esa etapa de la vida en la que uno ya sabe qué es lo que quiere, pero a la vez no se resigna a quedarse quieto. “No sufro los avatares de mi personaje Martín, porque mi vida es mucho mejor que la de él. El disparador del conflicto de la obra tiene que ver con un gran alejamiento de su familia, con sus seres queridos. Una pérdida de entusiasmo en lo que él ama o amó alguna vez hacer, hacer docencia. Con ese vacío que comparten los cuatro amigos, encuentran en la bebida la posibilidad de experimentar de una manera muy estructurada y seria la posibilidad de recuperar un poco de ese fuego sagrado perdido”.

-¿A vos nunca te pasó estar en crisis con la profesión, Pablo?

Pablo Echarri: -Sí, con el oficio, sí. Por eso también estoy hace 18 años en Sagai. Y en un momento determinado pensé que me iba a dedicar exclusivamente a eso. La política sectorial me había atrapado mucho más que la actuación... Más que nada en colocarme delante de una cámara, porque las propuestas que venían no resultaban tan atractivas.

-¿No encontrabas motivación?

P. E.: -No estaba conforme. Me fui desilusionando a medida que vi el derrumbe de la industria audiovisual. Lo que pasa es que yo hacía otra cosa y con Sagai estaba absolutamente completo. No es que andaba deambulando por la vida perdido. Después, Art me rescató del ostracismo artístico. Me dio la posibilidad de volver a enamorarme de este oficio. Para la vuelta de ese entusiasmo tuvo que ver las tablas también, el teatro. No sé si fue el título, yo solo, mis compañeros anteriores, mis directores anteriores... Fue una experiencia extraordinaria. Pero el teatro, la estructura artística que propone subirse a las tablas me rescató y me devolvió cierta luminosidad. Al ritmo también de la debacle en materia de producción audiovisual, siendo yo un bicho de ese medio.

Javier Daulte: -Perder la motivación es tremendo. La pregunta aparece en la primera escena: ¿cuándo pasó que nos encontramos viviendo la vida que no teníamos ganas de vivir? ¿Dónde fue a parar ese espíritu? Y es una pregunta que no aparece a los 30 o los 40, sino que suele emerger después de los 50. Hay un chiste de Mafalda en el que escucha en la calle a señores diciendo “ay, estos jóvenes que quieren cambiar el mundo y que piensan que puede haber un mundo más justo”, y se ríen. Entonces, Mafalda va corriendo a hablar con sus amigos: “hay que apurarnos a cambiar el mundo, porque si no el mundo nos cambia a nosotros”. Creo que algo de eso hay. En mi caso, nunca pido tres deseos sino dos: perder el miedo y no perder las ganas. Y hacer esta obra me motiva, me inspira… Porque los males que signan nuestra época son la ansiedad y la desmotivación. La sumatoria de eso da como resultado las adicciones. Hacer teatro y trabajar en equipo nos salva. Hacer trucos y armar equipo con otras personas, todos los días ir al mismo lugar, juntarnos, vernos y trabajar es tremendamente saludable. Ojalá la gente pueda reflexionar un poco acerca de esto a través de Druk.

P. E.: -No es menor que haya sido el teatro lo que nos rescata, porque es el ámbito artístico, actoral que ha sobrevivido. Lo demás hoy está muerto. No será para siempre, ¿no? Es una coyuntura que espero que pase lo más rápido posible. Y Javi es un gran constructor, que coloca ladrillo sobre ladrillo. 13 años después estamos más grandes, mucho más maduros. Como actor me reconozco más maduro, tengo más recursos, estoy menos a la defensiva. Lo que sobrevivió hasta ahora es con lo que me quiero quedar. Me despojé de un montón de cuestiones, que eran más inarmónicas del artista. Tiene que ver con inseguridades y cosas inherentes al oficio y al lugar que ocupé en este medio. Cuando uno ocupa un lugar privilegiado durante mucho tiempo sufre distorsiones de qué es lo que verdaderamente importa. Me hice productor porque siempre quise tener todas las herramientas y las riendas en mi mano. Y con el tiempo me fui dando cuenta que no hacía falta tanto. Tuvieron que venir los 55 para que pasara.

J. D. : -En el libro El viaje a la felicidad, Eduard Punset afirma que la especie nos necesita solo 25 años en la Tierra. O sea: venimos a reproducimos y enseñarles a nuestros hijos a buscarse el alimento. Lo que viene después es la pregunta por la felicidad. Y es una pregunta bastante acuciante, me parece, para la clase media en nuestro mundo contemporáneo. Y que excede a la Argentina. En la obra estamos hablando de la clase media, ubicada en un entorno tan especial como el de la docencia y del compromiso de una generación ya crecida, incluso desencantada, y en su relación con las nuevas generaciones. Clint Eastwood dijo algo así como que "todo el mundo se preocupa por qué planeta le vamos a dejar a nuestros hijos, yo me pregunto qué hijos le vamos a dejar a nuestro planeta". Y se aplica mucho a esta obra porque se trata de cómo educamos a la nueva generación y cómo dejamos que tengan su propia voz. Y la enorme dificultad que tenemos de escuchar a esas nuevas voces.

-En la obra, los protagonistas intentan recuperar esa motivación y calmar sus pesares a través del alcohol. Aferrarse de elementos exógenos para sortear la realidad es, también, otro signo de época.

J. D.: -Claro, por eso me parece que la propuesta es tan interesante. Esa teoría por supuesto es mentira. Pero ellos buscan alcanzar un poquito más de lucidez y valentía para sus vidas. Y la obra también indaga en atrevernos a enfrentar nuestros demonios y seguir para adelante. Si de vez en cuando te querés tomar algo con tus amigos, lo podés hacer, pero sabiendo que la sustancia no nos va a salvar. Lo que nos va a salvar es nuestro vínculo y nuestra capacidad de ser humildes frente a las verdades del otro.

 

 

-¿El sistema estimula las adicciones, desde el hiper consumismo pero también desde la falta de oportunidades y las injusticias?

P. E.: -Sí. Definitivamente. Es una estrategia deliberada de un sector de la sociedad y del mundo, con enormes recursos, que quiere hacerle creer al resto que no logran satisfacer sus deseos o alcanzar sus sueños por responsabilidad propia y no por falta de oportunidades. El esquema es hacerlos sentir culpables y dejarles los aditivos a mano con los que vas a poder ocultar o solapar por un tiempo esa desazón y ese disgusto. La obra expone eso. No hay ningún aditivo que pueda manejarse o sostenerse en el tiempo. Siempre “necesitamos” más de esos aditivos que, como catalizadores de un buen estado de ánimo, son falsos e inabarcables. El consumismo lleva a más consumismo. Nunca nos satisface del todo. Y con los excesos vienen los problemas, que es lo que cuenta la obra: el dolor que causa y el pozo en el que se zambullen estos amigos. El sistema nos quiere hacer creer que no nos da el piné, pero lo que faltan son oportunidades. A veces creo que no se logra ver es ese acto deliberado de sometimiento de una parte de la sociedad poderosa, que hoy está en la cima de la montaña, pero que no lo estarán para siempre mientras exista la democracia. La incógnita es si el sistema democrático podrá sostenerse. Lo que sí, con el correr del tiempo, la palabra “democracia” no va a poder ser utilizada por todos. Hoy la utilizan muchos villanos que se creen héroes, pero en ninguna película podrían ocupar el lugar de héroes porque no les corresponde. Y tampoco el de demócratas. Si están decididos a bancar otro sistema de gobierno, autoritario, lo van a tener que decir a viva voz. Creo que eso está ahí, al borde.

La cultura y el gobierno

-¿Cómo ven el avance del gobierno nacional contra instituciones promotoras de cultura como el Instituto Nacional de Teatro, el Incaa o las sociedades de gestión?

P. E.: -Como parte de todo lo que estoy diciendo. Paralizar el Incaa, desfinanciar la cultura en general, poner en peligro los organismos que fueron creados por consenso de distintas fuerzas políticas, desde la izquierda a la derecha... Cuando llegó la derecha extrema, lo buscó voltear. Y de hecho, lo volteó. La cultura es una herramienta peligrosa para la expansión de conciencia. Los modelos políticos que solo pueden hacerse efectivos con el silencio y el no pensamiento de la gente es lo primero que anulan. Destierran cualquier posibilidad de verse reflejado. Y la cultura es un espejo. Una película, un libro, una obra de teatro, un baile, una pintura, le proponen al ser humano recrearse al tiempo que verse reflejado, en perspectiva, ver cuál es la realidad de otro.

J. D.: -El funcionamiento de algunas instituciones deben ser revisados, porque los tiempos han ido cambiando. Aunque estuvieran funcionando de forma impecable, esa revisión es necesaria. Acá hay una cuestión, que a mí en lo personal más me hiere, me jode, que es el estilo. Esa especie de tono revanchista que fomenta el odio. La sensación de que no hay la posibilidad de ningún diálogo. Eso es algo que ha pasado tanto y sigue lamentablemente pasando en nuestro país y en otros también. También lamento de esta forma virulenta de hacer las cosas es que da la sensación de que hay una voluntad de irritar, de generar malestar. Es algo que no está únicamente en las voces de los funcionarios del gobierno. Es algo que pasó a lo colectivo. Está presente. Nos guste o no, tiene representatividad: mucha gente piensa de la misma manera y siente o promueve, digamos, una hostilidad que podríamos definir como partidaria. Y creo que un gobierno tiene que tratar de fomentar el diálogo y no el odio.

-Los ataques del presidente a figuras de la cultura con nombre y apellido, como Lali Espósito o Cecilia Roth, son poco democráticos.

J. D.: -No tienen que decir nada. Los artistas somos las voces que de pronto pueden ser oídas, porque son personajes populares y su opinión es pública. Lo primero que deberían hacer es escucharlos, a ver qué dicen, en vez de atacarlos. Como si fueran cualquier hijo de vecino. Y no atacarlos a través de un tuit. Hace unos años no nos podíamos imaginar que estas cosas podían llegar a pasar. Los ataques personales… Si vos querés hablar de un sistema que debe cambiar, que no quieren subvencionar determinado tipo de actividades, ¿por qué ponerle nombre y apellido a eso y que sea justamente el artista la persona atacada? Me parece absurdo.

P. E.: -Lo que se busca es generar la desorganización. Van contra los sindicatos culpando y basureando y llenando de mugre a los dirigentes -que en algunos casos puede que tengan razón- para desactivar la institución. Hay trabajadores que van en contra de las instituciones porque no les gustan los dirigentes, en vez de ir, comprometerse o controlarlos o ser ellos dirigentes. El decreto desregulatorio que firmó Sturzenegger, por ejemplo, y que habilita la competencia de las sociedades. Hay gente enojada con Argentores, incluso con Sagai, por más que es más joven y más transparente de ver, y como están enojados con algunas conducciones, van en contra de las instituciones. Y al ir en contra de las instituciones van en contra de sí mismos. Ya hemos visto cómo la gente, por estar enojada, a veces con razón, pero sin hacer un análisis profundo, termina yendo en contra de sí misma. Así que veo un éxito arrollador del gobierno de ir deliberadamente contra la cultura.

J. D.: -El Estado debe garantizar y hacer lo necesario para que la cultura siga viva, pero nunca entrometiéndose con los contenidos. El riesgo que siento cuando hay gobiernos donde la cultura y el arte está altamente subsidiados es que haya manipulaciones de contenidos. Como dan plata hay que hacer contenidos acordes a esa ayuda. Ese es el riesgo, por eso creo que siempre los artistas tenemos que estar velando para que sí haya un apoyo, obviamente, para que la cultura pueda fluir y funcionar, porque muchas veces no da ganancias y eso no debe importar porque igual debe desarrollarse. La cultura no es un negocio. Pero hay que garantizar la independencia absoluta de los artistas de los intereses políticos que tenga el gobierno de turno. Yo soy un defensor del artista independiente, que no dependa de un tipo de gobierno u otro. Esa independencia hay que cuidar y defender. En cuanto se pierda esa independencia vamos a estar en problemas, el arte y la cultura van a estar en problemas.

P. E.: -Por eso aún me duele tanto la inacción de los cuatro años de gobierno anterior, cuando estaba la oportunidad de gravar a las plataformas, que nos iba a permitir que se pudiese generar esa locomotora para impulsar a la cultura argentina. Porque si se grava a la plataformas, como sucede en otros lugares, los fondos irían para todos los organismos de teatro, música, el Fondo Nacional de las artes, las bibliotecas y demás. No se hizo y, cuando vino la ultraderecha, avanzó con todo. La esperanza que me queda es que cuando esta pesadilla se termine, que se va a terminar, sepamos hacia dónde tenemos que ir y estén dados los compromisos para que eso suceda.