"Junín era la cábala de Sandro, y ahora Sandro es nuestra cábala", afirma sin dudas Catalina Di Marco, la hija, que atiende un llamado en un breve recreo de su turno de 24 horas en la restauración del Teatro San Carlos, proyecto que está llevando adelante su familia con sus propias manos. Después de casi 15 años de una lenta degradación interior, el Teatro San Carlos vuelve a abrir sus puertas este sábado, coincidiendo con su 79° aniversario. Sin dar un paso en falso, vuelve a abrir con un homenaje a Sandro, artista que duerme en forma de estatua cerca de la laguna, y que decidía empezar todas sus giras en la ciudad, señal de buen augurio.

Catalina y Eduardo Di Marco, familia a cargo de la restauración. 

La historia

El 15 de marzo de 1946, Junín contaba dentro de sus casas un poco más de 30 mil habitantes. Seguramente, no quedó ninguno de ellos a los que le fuera indiferente la apertura esa tarde del Teatro San Carlos, que abrió sus puertas por primera vez para sentarse a disfrutar la proyección de la película “No salgas esta noche”, dirigida por Arturo García Buhr, y protagonizada por él mismo, Enrique Serrano, Alicia Barrié y Tilda Thamar. Antes de recibir a quienes serían sus habitués, quedó inmortalizado en una fotografía de Alberto Haylli, el testigo oficial del espíritu y la memoria de Junín. Esa tarde inauguró otra etapa en la ciudad-pueblo, aquella que le permite programar sus fines de semana alrededor del espectáculo. Como era habitual, doble función: una para los chicos, y una nocturna para los grandes, donde se presentaban estrenos nacionales e internacionales. Largas filas se recuerdan para los estrenos de las películas de Leonardo Favio. Después, una pizza, en frente. 

El San Carlos en su inauguración. Foto Proyecto Haylli. 

Junín llegó a tener cinco teatros en simultáneo, pero el San Carlos, con 1800 butacas, era el más grande. Mercedes Sosa, Charly García, Luis Alberto Spinetta y Sandro, al igual que Ricky Martín y Joaquín Sabina, entre otras tantísimas figuras del arte y de la cultura nacional e internacional, se presentaron en el escenario del histórico cine teatro. 

En 2010, por cuestiones internas de los dueños (ganas, tiempo, cuestiones de negocios), el teatro cerró, y permaneció abandonado. Pero ubicado en el medio de la ciudad, el Teatro cuenta con la particularidad de tener una enorme vidriera. Por aquellos vidrios grandes del hall, los vecinos no escaparon, durante quince años, al espejismo de observar cómo poco a poco el ambiente de sus infancias y juventudes se deterioraba más y más. El paso vivo del tiempo comenzó a generar un reclamo colectivo en aquellos que frecuentaban la zona. La familia Di Marco, históricamente dedicados a los espectáculos de la zona, decidió tomar cartas en el asunto, y arreglar con los dueños reacondicionarlo y abrirlo. En agosto del año pasado, comenzaron a poner manos a la obra.

El teatro al momento de la restauración.

"Era mugre más que nada. El telón se había caído, el escenario estaba desgastado, las paredes, la pintura estaba fea, descascarada. Había algunos temitas con los caños de agua, que se cambiaron todos. Un montón de cosas no fueron por el abandono sino por por el uso durante todos los años que estuvo abierto", afirma Catalina di Marco, que tenía 25 años cuando cerró el teatro ("prácticamente crecí acá adentro"), y recuerda bien el último show. Andrés Calamaro fue el último en pisar el escenario del San Carlos, y será el primero en volverlo a cantar, con entradas agotadas.

El daño

Cuando se metieron a intentar mejorarlo, las palomas lo habían hecho su casa, y fueron lo que causó la mayor cantidad de daño. "Si bien el teatro tiene muchos años fue construido en una época en el que las cosas se hacían bien, se hacían para durar. Los pisos, las paredes, todas las estructuras están impecables. Obviamente hacía falta pintura, pero no había problema de humedad. Lo más importante fue la limpieza: la sala de proyección, las butacas y los pisos. En las últimas filas de la platea pasamos una escoba y descubrimos que el piso está intacto después de todo este tiempo. Las butacs fueron retapizadas dos años después de la apertura, y están impecables", dice Catalina. El telón lo trabajó Claudio Carbonell, especialista en telones, que trabajó también en la restauración del telón del Teatro Colón en 2010.

El teatro, diseñado el arquitecto Gastón L. Cartier y por su dueño, Carlos Rinaldi, cuenta con marcas de época que se conservaron: grandes mosaicos de chiampo, el lustrado a plomo de los pisos; los muros y zócalos de mármol y las dos escalinatas laterales, de unos 4 metros de ancho, con barandas de herrería artística y diseños sencillos del 1900. Todas las aberturas estaban lustradas en tonalidad caoba y las boleterías tenía armazones de bronce cromado y cristales extranjeros. En total había 1200 plateas en la sala y otras 600 en la planta alta. Todos los pisos, de parquet con zócalos al óleo estucado. El escenario mide una superficie cubierta de 200 m2.

La gente

El tiempo no logró borrar las huellas de los artistas que pasaron por el teatro. Paredes y afiches fotografiados, rollos de películas, pero sobre todo, el recuerdo de la gente, que pasaba y ofrecía su mano, o sus memorias. "En Junín somos 100.000 habitantes. Es considerada una ciudad pero es un pueblo. Todos nos conocemos, todos saben quién es quién, a dónde va, y con quién. La gente tiene muchos recuerdos acá, cosas con su familia. Cuando estaba cerrado la gente pedía que vuelva, pero creo que nunca se imaginaron que iba a volver en serio", afirma. Cuando se dieron cuenta que era en serio, se apersonaban al teatro ofreciendo sus manos para el trabajo. 

Archivo vivo en las paredes.

Las historias de la gente vienen de todos los tamaños: como comentario al pasar, o como fundante de sus vidas. Desde que recuerdan con cariño al caramelero, hasta "yo conocí a la mamá de mis hijos acá". "El proyectorista que vino nos contó que cuidaba al hijo en proyección del teatro. El pibito creció en proyección y cuando lo conocimos a él nos mostró que tenía tatuado la imagen de Cinema Paradiso. Por eso decidimos que sea la primera película que se proyecte", cuenta Catalina. 

A pesar de las cintas que dicen "No pasar", la gente pasa igual. Quieren ver, piden visitas guiadas, felicitan a la familia, lloran. "Este teatro no es de Di Marco, es de la ciudad. Esta no es una ciudad como Buenos Aires, es un pueblo, y para la gente de Junín y de la zona es un montón tener acceso a espectáculos para los que antes había que gastar en alojamiento, nafta, comida, un montón de cosas. Esto es de todos", afirma. 

Faltando menos de 24 horas para abrir, la familia Di Marco y sus voluntarios siguen poniendo los tornillos que faltan, y no es ninguna metáfora. Si bien confían en que "si Junín le da suerte a Sandro, Sandro le da suerte a Junín", también saben que cualquiera que despierta de un largo sueño, espera encontrar todo impecable. Por lo menos, que un cine teatro no merece estar despierto para un grupo de palomas.