Dante, con sus dos meses de vida, recibió la luz del sol en la cara cuando su mamá salió del centro de atención después de que lo atendiera el nuevo pediatra del barrio. Ese mismo sol que no abunda en su casa sin ventanas. Ella, la mamá, con sus dieciséis años se enteró de que los granitos del bebé eran sarna, sarnilla, como se dice para atemperar el peso de ese diagnóstico. "¿Tan chiquito?", preguntó ella. Le dijeron que había que hervir la ropa de cama, y que el tratamiento era familiar. Le explicaron que debía preparar el medicamento porque no se podía usar el que había en la salita porque era muy tóxico para el bebé. Ella no habló más. Llevaba una receta en la mano y vergüenza en el alma. Así cruzó el umbral.
El incremento de la desigualdad social ha configurado una manera de administrar los recursos materiales y los servicios que se relaciona con una forma de hacer política. En el modelo neoliberal, el Estado administra sus bienes a través del ejercicio de una retórica, de un “modo de hablar” que objetiva -cosifica y deshumaniza- la manera en la que “dialoga” la macro- política de ese Estado con los sujetos (el pueblo, la gente, las personas de carne y hueso).
La respuesta del Gobierno nacional ante la catástrofe de Bahía Blanca, retaceando recursos para infraestructura, es una de las últimas muestras de esa cosificación.
¿Dónde se concreta esa comunicación, cuando sí funciona, entre los usuarios y el Estado? En la ventanilla del ANSES, en la del Registro Civil, o en el consultorio del Centro de Salud. Allí, el Estado atiende las desigualdades de la pobreza, las profundas inequidades que genera el Capitalismo y, en el mejor de los casos, repara un daño hecho por el propio sistema económico y las desigualdades que éste genera. Por ejemplo, en el ámbito de la salud, el Estado a través de sus políticas de mortalidad, de natalidad, de inmunizaciones, o de programas focalizados, puede tener en cuenta, si es que lo tiene, ese desequilibrio. Didier Fassin explica que en el neoliberalismo esta política de Estado se ha transformado en una política del sufrimiento, donde aparecen grupos indiferenciados: la categoría de pobre, de excluido, de vulnerable, que alude a una colectividad sin rostro, sin cara y sin nombre. Responde “desde la piedad” como planteaba Ana Arendt. Se trata de una negación de la identidad, que habilita un conjunto de políticas relacionadas con el asistencialismo. Una construcción que tiene que ver con la caridad.
Esa política del sufrimiento genera un padecimiento en el cuerpo, un déficit alimentario, la falta de acceso a medicamentos, vacunas, prótesis e insumos, pero también instala un sufrimiento psíquico, mal definido, difícil de objetivar, un dolor moral que atraviesa el psiquismo, el estado de ánimo, un sometimiento. Ejemplo de ello son las esperas eternas para acceder a un turno, las filas interminables para ser atendido, el dolor de no cumplir con los requisitos para una determinada prestación, y otras aflicciones no cuantificables.
¿Cómo medir ese padecimiento, que se vive en términos de experiencia subjetiva, y qué configura al individuo como un ser sufriente? No se trata de un concepto abstracto: son personas que padecen en su identidad, en su intimidad física y moral esta desigualdad atroz.
Para poder salir de esta situación angustiante se deben implementar políticas que acerquen el Estado al pueblo, pero con un Estado integrado /y representado por personas, que tengan como eje a los sujetos, a las familias con nombre propio. Que tienda puentes y no los vuele. Dicha retórica del Estado tendrá que ver con la solidaridad, con políticas de reposición de derechos, que permitan a través de este cara a cara dar un rostro, una visibilidad. No puede haber allí ningún simulacro. No hay maniobra posible. En ese acto habrá una marca de la subjetividad que quedará sellada en las conductas, en sus vidas cotidianas, en las infancias, y en los cuerpos.
Josefa recibió de manos de Evita una máquina de coser. Había enviudado muy joven. Tenía cuatro hijos, el mayor de doce. No sabía leer ni escribir, pero entendió que debía ser fuerte. Toda su vida. Tal vez por eso en su vejez se emocionaba cuando relataba ese acto. Evita la había recibido personalmente y la escuchó. Josefa nunca lo olvidó. Esa máquina para Josefa era mucho más de lo que el objeto pudo facilitarle. Esa máquina era por primera vez sentirse mirada, escuchada, contenida, con un lugar social. Esa era su emoción y lo inolvidable, el encuentro.
¿Cómo entender el recorrido de la mamá de Dante y de Josefa sin empatía, sin ponerse en la piel del otro, sin mirarlo a los ojos? Desde la perspectiva del hacer, hablamos de acciones asistenciales, sociales, comunitarias, de viabilizar el acercamiento al arte, al deporte, a la educación, a una carrera, de facilitar el aprendizaje de un oficio.
Nuestra tarea como trabajadores en salud, es de una inmensa singularidad, casi artesanal. Es de carácter relacional, y se expresa fundamentalmente a través del cuidado. Ese modo de hacer nuestro oficio nos constituye, nos organiza, nos ordena, y nos posibilita ingresar a esas trayectorias, para intervenir, para propiciar una vida mejor, de estima y, por qué no, de amor.
La antipolítica, o la política anti estatal del actual Gobierno nacional, representa una amenaza letal para poder garantizar la salud como un derecho. Su culto al individualismo eficientista y mezquino, vulnera los lazos sociales que nos constituyen como sujetos inmersos en un colectivo de referencia, de pertenencia. El otro, desde esta feroz perspectiva, representa una amenaza, un competidor, un potencial enemigo. Ésta es nuestra enfermedad actual, porque la salud, como bien sabemos, no implica solo la ausencia de enfermedad (individual), sino también y fundamentalmente la existencia de comunidad. Por eso no puede ser reducida a un bien que se adquiere en el mercado. No hay posibilidad de garantizarla como un derecho si no recuperamos los lazos, los vínculos, los afectos que nos constituyen como sujetos sociales. Si no logramos construir, como bien lo señalara el médico Emerson Elias Merhy, un modelo integral de organización sanitaria capaz de explotar positivamente la capacidad cuidadora del conjunto de los trabajadores en defensa de la vida.
(*) Luis Parrilla es médico pediatra y magister en Epidemiología, Gestión y Políticas de Salud.