"Pablo se crió entre cámaras, era lógico que en algún momento se le despertara la pasión por la fotografía", cuenta el padre del fotógrafo gravemente herido por las fuerzas de seguridad a las órdenes de Patricia Bullrich el miércoles pasado, en las cercanías del Congreso.
Fabián Grillo alternó, en distintas etapas de su vida, la fotografía publicitaria con la práctica como aficionado. La fotografía es una suerte de herencia familiar para los Grillo, como la pasión por Independiente (Fabián hizo socios a sus dos hijos y los lleva a la cancha desde muy chicos). Otro tanto ocurre con el apodo de "Enano", con que se refiere cariñosamente a Pablo: los Grillo, sin excepción, están unos pocos centímetros por debajo del metro setenta.
"Allá por 2016, Pablo rompió con su novia, con la que convivía. Entonces decidió que necesitaba cambiar de aire y se fue de viaje a México. Yo le regalé una de mis cámaras, una D90, y ahí empezó todo", rememora.
"Empezó a ganarse la vida sacando fotos en la playa, sobre todo a los yanquis que iban a casarse. Después, poco a poco, pudo ahorrar y equiparse. Se compró un dron. Una productora de cine vio su trabajo y lo contrató como director de fotografía para un largometraje".
"El laburo salió tan bien, que le ofrecieron continuidad laboral, pero el decidió volver a Argentina. Estuvo más o menos un año allá", explica, orgulloso, el papá de este muchacho de 35 años que hoy pelea por su vida.
"Cuando volvió tenía muy claro lo que quería hacer. Se anotó en el curso de ARGRA (Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina) y lo completó sin problemas. Ahí, además de mejorar como fotógrafo, aprendió a escribir, a analizar textos, pegó un salto", cuenta.
A Fabián, crítico entrenado, le gusta el trabajo de Pablo. "Tiene muy buen ojo. Tiene ojo tridimensional, algo que no es tan frecuente. Probablemente le venga de su formación en diseño industrial (Pablo cursó esa carrera en la Universidad Nacional de Lanús). Hay poco trabajo de Pablo en las redes sociales. No le gusta mucho publicar ahí, al contrario: es bastante crítico de todo el fenómeno y sus consecuencias".
Lejos del discurso oficial que pretende emparentarlo a la figura de barra brava o delincuente, Pablo es un pibe muy querido, como lo demuestra la amplia convocatoria que hicieron los vecinos de su barrio Remedios de Escalada, que llenaron la plaza con su reclamo de justicia.
Fue el jueves 13, un día después del brutal ataque. Allí se congregó una multitud compuesta de vecinos, jubilados y estudiantes, con pancartas manuscritas con la leyenda "Bullrich asesina, renunciá". También hicieron sonar sus cacerolas, que fueron acompañadas por las bocinas de los autos.
Al día siguiente, viernes 14, los colegas de Pablo, a través de sus respectivas representaciones sindicales, SiPreBA, ARGRA y Fatpren, realizaron un camarazo frente al Congreso. La principal consigna no era muy distinta: "Fuera, fuera, fuera Bullrich fuera".
Pablo es, además, el héroe de su pequeña sobrina, Julieta, que aunque sea chica, igual logra captar algo del aura épica que rodea a los fotorreporteros, como José Luis Cabezas o como Pepe Mateos, que otra vez aporta material clave para desentrañar lo ocurrido, como hizo en 2002 en la estación de trenes de Avellaneda de la línea Roca, renombrada en homenaje a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
Cazadores de imágenes
Buenos Aires/12 dialogó con fotorreporteros de tres y hasta cuatro décadas de experiencia, para intentar comprender qué los mueve y cómo piensan los protagonistas de un oficio tan apasionante como arriesgado.
"Hay un primer momento de adrenalina, que es cuando uno decide que va a cubrir determinada cosa, una marcha o un reclamo, que sabe que va a estar picante. Cuando uno toma esa decisión, asume que va a estar en la primera fila, que muy probablemente se lleve unos palazos, unos gases o una bala de goma", reflexiona uno de los profesionales. "No sólo eso. Uno va a estar en primera fila y con una cámara en la mano, que es más o menos como llevar un blanco o diana".
Lo que explica se parece mucho a la caza mayor. Van a buscar algo puntual: a intentar inmortalizar una fracción de segundo, trabajan para encontrar y dejar ese instante grabado en la historia, para que no se pierda. Y enfrente tienen gente armada, peligrosa, cuya prioridad es impedir que obtengan aquello que fue a buscar.
Con los años, aprenden a leer el terreno cada vez mejor y más rápido. Observan dónde se ubica la policía, dónde va a haber conflicto, por dónde puede avanzar o retroceder y en base a eso toman ubicación.
Después está la cuestión técnica: que la foto tenga la calidad necesaria, aunque ahora la tecnología ayuda mucho. "Ahora, si el fotógrafo sabe de luz, mucho mejor, pero si no, puede concentrarse en componer y disparar y dejarle todo lo demás a la cámara. También están los programas que permiten retocar, arreglar, etc.", explican.
La gran diferencia, en el pasaje a lo digital, está en la posibilidad de disparar casi ilimitadamente. "Antes vos ibas con diez rollos de treinta y seis exposiciones, que para empezar costaban unos buenos mangos. Y después, cada treinta y seis disparos, tenías que esconderte en algún lado para cambiar de rollo. Ahora llevas una tarjeta de memoria y listo".
La tecnología también se fue abaratando. "Antes corrías un riesgo enorme, porque cada vez que cubrías una marcha llevabas unos bolsos pesados con cinco o siete mil dólares en fierros, de los que dependías para laburar. Ahora, con una cámara de trescientos dólares, podés sacar unas fotos muy dignas".
Por último, uno de ellos reflexiona sobre el brutal ataque que recibió Pablo. "Por la posición y la ubicación, si llegó a sacarla, es una fotaza. Ojalá se pueda recuperar en algún momento".
Junto a Pablo, estaba su amigo y colega Emmanuel Coria, fotorreportero de FM La Tribu, autor del video de siete segundos que desmiente la disparatada versión de Bullrich sobre el rebote del cartucho en una estructura metálica.