En libros como El amigo, Sigrid Nunez dejó huella en la artesanía de esas buenas novelas que pasan rápido pero que obligan a quedarse en ellas por un largo rato, para saborearlas en cada escena y darse el tiempo para repasarlas. Esas que revelan personajes cuyos viajes llevan a los lectores a lugares que obligan a olvidar sus tan indispensables centros y pasar tiempo en el universo de los demás, incluso tratándose de animales como un perro gran danés. En su última novela, Los vulnerables, vuelve al ruedo de los pliegues emocionales e intelectuales de una narradora adulta, especie de alter ego, con sus gustos literarios y sus observaciones mundanas y a la vez elegantes sobre el transcurrir de los hechos en el corazón de Nueva York, en este caso bajo la pandemia de Covid que interrumpe la vida de propios y extraños.

Para ser un buen escritor o escritora todos los especialistas saben que es esencial tener dotes narrativas, un requisito innegociable. La dote principal de Nunez es, por sobre todo las cosas, edificar una voz, la de una mujer madura y solitaria, que jamás pierde el humor y está lejos de la autocomplacencia, aun en circunstancias dramáticas. Que, al repasar sus propias lecturas, a las que va hilando con flashbacks y episodios del presente, dice cosas como “no es importante recordar lo que ocurre en las novelas, sino que lo que importa es lo que experimentas al leerla, los estados de ánimo que evoca la historia. Esto te lo deberían enseñar en el colegio, pero no lo hacen”. Desfilan Anna Karenina, Dickens, Chejov, Sylvia Plath, Coetzee, y frena en este último, haciendo alusión a lo que les ocurre a muchos escritores al final de sus vidas: “Un ideal de un lenguaje sencillo, contenido y sin ornamentos y del énfasis en ciertas cuestiones de importancia real, incluyendo cuestiones sobre la vida y muerte”.

Una protagonista femenina, escritora, que sale cada mañana a pasear temprano, con su carga liviana, viendo cómo asoman los pétalos de las magnolias y los estridentes tulipanes, a la par que una amiga la increpa porque, según ella, rompe las reglas, “una vulnerable” frente al “quedate en casa” gubernamental y un humor social que recrudece cuando una señora desconocida le manda un correo electrónico y se enoja por algo que ha escrito. Acontece un encuentro entre amigas después de un funeral y entonces ella le cede su departamento neoyorquino a una médica y se traslada al gigantesco y lujoso piso de unos amigos al cuidado de un loro. La relación con Eureka, así su nombre, que ocupa casi una habitación con dos ventanales bajo una gran exuberancia de helechos, agrega un tinte convivencial inesperado. “No era la primera vez en mi vida que deseaba tener un pájaro y, de hecho, un loro era exactamente el tipo de pájaro que hubiera querido. Un loro grande y bonito como los que había visto en el aviario de mi profesor y en el zoo. O, si eso era mucho pedir, tal vez algo era más manejable: un periquito o un canario”, y comprueba que, ser testigo de la inocente felicidad de un animal, es una de las grandes alegrías de la especie humana.

Todo parece ir armando una cierta rutina en un mundo patas para arriba hasta que en el departamento de prestado irrumpe un joven, que entra como si nunca se hubiera ido. Hijo de otros amigos de los propietarios, se instala en el piso sin previo aviso ante la sorpresa de la escritora. Son tiempos locos, donde la gente se ve obligada a hacer todo tipo de cosas que preferiría no hacer. Mujer adulta y joven se evitan, tienen habitaciones separadas con baños propios y rutinas muy diferentes. No quiere conversar con él pero al mismo tiempo siente curiosidad, primeramente por sus dietas veganas y más sanas ante sus sándwiches de queso a la plancha y tostadas con aguacate. Ella es de las que no cocinan para simplificar las cosas.

“Nunca se me había dado bien, aunque hubo etapas de mi vida en las que dediqué mucho tiempo y energía a intentar ser, si no buena al menos competente en ello. Eran invariablemente las mismas etapas en las que intenté vivir en pareja, y aunque los finales de esas relaciones difícilmente podían achacarse a mi falta de habilidades culinarias o de cualquier otra habilidad doméstica, los dos tipos de fracaso representaban, para mí, una especie de fracaso femenino, aunque muchos escalones por debajo del fracaso de no haber tenido hijos: la que desprecia la maternidad es despreciada por muchos, incluida nada menos que una autoridad como el Papa, que recientemente condenó la preferencia por las criaturas con pelaje como una señal de degradación cultural”, se extiende en un soliloquio, con el tono inconfundible de quien ha leído otras piezas de Sigrid Nunez como Cuál es tu tormento.

El joven guapo y que toma microdosis de hongos, al que llama “Cardo”, alguien de la generación Z muy lejano a la suya, entra en la vida de la narradora de forma suspicaz -lo califica como un misántropo, un “ecoterrorista” en ciernes- mientras ella parece entretenida con charlas virtuales con amigas -ese tipo de conversaciones que Nunez maneja con destreza- y reflexiones de escritores para su curso de posgrado en narrativa, algunas de ellas reformuladas bajo su tamiz tales como “antes de empezar, demasiadas opciones. Después, en la siguiente exhalación, ninguna” o “el bloqueo del escritor siempre me ha parecido una especie de insomnio. Cuando te cueste escribir, levántate, sal, date un paseo por la calle”, al tiempo que la interacción con Cardo empieza a ser más agradable, con Eureka como intermediario, gastando el tiempo mientras el confinamiento agudiza los sentimientos. “Me da pavor, dijo, pero la verdad es que no hay nada que quiera desesperadamente, en cualquier caso, nada que pueda tener. Me asusta no sentir nada la mayor parte del tiempo. Supongo que me gustaría haber nacido en una época en la que todas las cosas y todo el mundo no estuvieran tan jodidos”, responde el joven cuando la escritora le pregunta qué es lo que quiere para su vida.

Duelo y recuerdos, historia personal y angustia social en un choque de generaciones puertas adentro, época en la que todos viven con la sensación de que, en cualquier momento, se desvelará una nueva historia inexplicable. Sin la maestría de El amigo ni la conmoción de Cuál es tu tormento, la nueva novela de Nunez se repite por algunos momentos y por otros no logra trascender su propia estructura, sin la fluidez de aquellas. Lo encantador en autoras como Nunez es su perenne amor por la literatura, “en un desafiante mundo cultural en donde el escritor parece cada vez menos un artista creativo y más un político: siempre evasivo, obsesionado con la interpretación”. No hay relato de la propia experiencia que no resulte distorsionado ni sea propenso a la ficción, mientras la escritora norteamericana se confiesa: desearía a alguien con un “estilo magnífico” y un gran corazón “capaz de amar y perdonar” para narrar los hechos de su vida.