Se le debe a Alfonso Reyes la idea de que toda antología, sea cuál sea su tipo, y más allá de los gustos de la selección, exige del antólogo una manifiesta “responsabilidad histórica”. Dejando de lado la cuestión del paladar (parcela de combate para los autores excluidos), el compromiso al que se refería el mexicano se puede resumir así: toda antología debería dar cuentas de las grandes controversias literarias (que nunca dejan de estar vinculadas a las grandes controversias sociales y políticas), y, al mismo tiempo, deberían ser capaz de provocar polémicas. Porque las buenas antologías no son inocentes, son críticas y arbitrarias, características ambas que le permiten alcanzar “temperatura de creación”, es decir, ser recordadas.

Las antologías de cuentos policiales que hicieron entrar en calor a los lectores son muchas, diversas y conocidas. Hay por temas, por crímenes, por criminales, por detectives y por países. Pero cuando el asunto se trata únicamente de dar noticias sobre el cuento policial en Latinoamérica los ejemplos escasean. La primera antología recordable de ese tipo aparece demasiado tarde: año 1964. El responsable fue el ensayista y narrador norteamericano Donald A. Yates, tantas veces mencionado en relación al policial argentino por su amistad con Rodolfo Walsh. En el prólogo de esa compilación (que precisamente está dedicada a Reyes, autor de la inequívoca frase: “La juventud de un hombre termina y comienza realmente su vejez, el día en que pierde su afición por los relatos policiales”), Yates da aviso de la reelaboración de los modelos clásicos dentro de la narrativa policial que, a comienzos de la década del 60 ya eran evidentes, y reafirma de algún modo el fin del gran momento de producción y lectura en Latinoamérica que la dupla Lafforgue-Rivera estableció como el año 1954. Las variaciones advertidas por Yates se centran en una menor vinculación del crimen al enigma (el desafío de la inteligencia), y una mayor atención de “la aventura policial” (como le gustaba decir a Walsh) a la realidad social y política de cada territorio. Yates destacaba en aquel año tres grandes centros de producción y lectura de narrativa policial en Latinoamérica: Buenos Aires, México y Santiago de Chile.


Debieron pasar casi 60 años (con algunas frías antologías en el medio) para que el antiguo plano dibujado de Yates se volviera a revisar. Así llegamos a la reciente antología Asociación Ilícita, obra de los narradores Nicolás Ferraro e Imanol Caneyada, dupla que propone un recorte asombrosamente extenso, temporal y geográfico: los relatos negros de México a la Patagonia, desde 1980 hasta el presente; es decir, 40 años de escritura. Todo un desafío. La antología reúne 36 autores entre los que destacan Ignacio Paco Taibo, Fernando Ampuero, Leonardo Padura, Juan Sasturain, Horacio Convertini, Élmer Mendoza, María Inés Krimer, Rebeca Murga, Liliana Escliar, entre otros.

“La antología fue pensada desde la ausencia: faltaba un libro que reuniera lo que fue el género negro y policial en Latinoamérica en estos últimos cuarenta años, momento en el que cual se afianzó y se lo bautizó primero con el nombre de neo policial latinoamericano, cuando a mediados de los ochenta tuvo un periodo de expansión, que después se diluyó hasta que, desde hace quince años, se retomó una producción en la que los autores dejaron de avanzar desperdigados y formaron parte, desde sus aproximaciones particulares, claro, de una suerte de comunidad con los encuentros en Santiago de Chile, en los festivales en Argentina, Cuba, Venezuela, y en España, también. Toda esta última camada permanecía dispersa, desconocida a veces más allá de su propio territorio, y la idea fue unirlos con los pioneros. Esa vinculación era importante, porque creemos que podría marcar la manera en que el género ha cambiado”.

Así opina Ferraro que, junto a Caneyada, tuvieron en cuenta, claro, algunas compilaciones más o menos recientes como la de Lucía López Coll, Variaciones en negro (2013), pero que incluye a autores españoles, o la que armó Ramón Díaz Eterovic, El crimen tiene quien le escriba (2016), quizás, el trabajo más cercano en cuanto a espíritu de la propuesta de Asociación Ilícita. Ahora bien, ¿cuál es ese espíritu? Ferraro lo aclara en el prólogo al enumerar las características de esa diáfana categoría llamada “relatos negros” dentro de gran concepto del cuento policial y del cuento a secas. “El género negro en América Latina ha dinamitado la tradición”, sentencia, y luego explica: “en vez de avanzar desde un cuerpo de ficción homogéneo, rechazó las viejas escuelas y sus modelos, y supo construirse desde una pluralidad de enfoques”. Esos enfoques, asegura, son producto de “un desplazamiento del núcleo narrativo enigma-investigación-orden, dándole mayor importancia a indagar en la psicología de los personajes, los contextos sociales y la denuncia”. Por último, Ferraro afirma que el rol protagónico de esta variante del policial en Latinoamérica “recae en la figura de la víctima, del delincuente, del vengador por encima del investigador, otorgándoles voz a sectores olvidados, descartados, que irrumpen con ferocidad”.

REBECA MURGA

Más allá de coincidir o no con ese análisis (se puede argumentar, por ejemplo, que los quiebres literarios nunca ocurrieron de manera explosiva, sino progresiva), lo realmente interesante de la antología, su logro, es que la amplia e inteligente selección da cuenta de varias subcapas de análisis sobre la narrativa policial actual. Una de ellas es el modo en que los diversos y disímiles universos del lenguaje latinoamericano (sobre todo en su marca oral) se entrecruzan (ya no sutilmente) sin respetar fronteras. Y no es sólo un detalle lingüístico, revela un modo común de sentir/narrar/describir la violencia social que ya no opera de manera distinta sobre el tejido social de determinado país, sino que se unifica en toda Latinoamérica. Si en épocas de Yates el crimen podía responder a las características de la región donde se producía, hoy es innegable la sensación de que lo que sucede en el norte es demasiado parecido a lo que sucede en el sur. Y, para terminar, Asociación Ilícita deja sobre la mesa la posible discusión sobre el cuento como tal y las nuevas experiencias narrativas, esa deliberada renuncia a la trama en tanto construcción de una historia, apelando como recurso único a la descripción directa de un instante de vida (los norteamericanos hablan de slice of life), acaso en sintonía con los tiempos que corren: la negación de toda complejidad.