Desde Bahía Blanca
“Esa primera noche tuvimos que usar las cortinas de la escuela para tapar a los abuelos porque no teníamos nada”, cuenta Roxana Díaz que coordina el centro de evacuados. No tenían abrigo, colchones ni frazadas para los casi 30 adultos mayores que esa madrugada habían perdido sus casas. Una semana después, un tercio de ellos todavía sigue en la Escuela 14 de Cerri porque no tienen familiares que limpien sus casas y esperan que el operativo de limpieza o los voluntarios lo hagan. “Fue terrible querer cruzar la calle y no poder porque te llevaba la corriente y escuchar a los abuelos que gritaban para que los saquen de las casas”, agrega Roxana. Esa noche durmieron en el piso y un grupo de mujeres cocinó tortas fritas para que cenen. Con el correr de los días fueron consiguiendo colchones que tiraron sobre el suelo.
Teresa Kell tiene 80 años y duerme en la escuela desde el primer día, su casa está inhabitable y no quiere irse a lo de su hijo en el centro de Bahía Blanca porque quiere estar cerca de Amparito, su bisnieta que nacerá en los próximos días. “Ya retiré lo que más quería, que eran los recuerdos de los portarretratos. Acá tengo dos bolsos de ropa que recuperó mi hijo y algo que me trajo mi sobrina y ya está”, enumera. Camina con un bastón entre la habitación improvisada en un aula y el comedor. “No me quiero ir de este entorno, yo no lo veo como lo que es, lo veo con otra óptica: me alegra porque todos los que conozco están vivos”.
Cuidar a los abuelos
“Teníamos 20 abuelos cada uno con un cuadro con su complejidad y una abuela que hacía una semana la habían operado de la cadera. Tratamos de darle todos los cuidados, pero fue realmente muy difícil: improvisamos una cama arriba de las mesas con un colchón de dos plazas. Por momentos, no había agua hasta que pudimos trasladarla al hospital”, dice José Luis Iácono, rescatista voluntario que también perdió su casa por la inundación, pero que aún no volvió a limpiarla. “Me quedo acá y hasta que no se normalice un poco la situación no me muevo”, enfatiza. “Me la pasé tratando de rescatar personas y el domingo cuando llegué a mi casa, me quebré porque había perdido todo. Yo estaba colaborando en Ingeniero White y mis vecinos me mandaban mensajes y me decían que se había inundado el garaje, que la heladera estaba flotando, pero primero era la gente, después lo mío”, recuerda. Lleva el tensiómetro colgado del cuello, lo usa varias veces al día para hacer el control de todas las personas que están ahí.
En un centro de distribución de ropa y alimentos está Nieves, de 85 años. Deja el bastón a un costado y se acerca a una mesa llena de donaciones para elegir dos remeras. “Me da vergüenza venir acá, soy jubilada pero nunca tuve ocasión de pedir, nunca", dice y recuerda que fue cocinera y trabajadora doméstica y que siempre se manejó con su plata. Pero ahora el agua se llevó todo y ya no le queda ni ropa seca ni agua potable para tomar. Vive con su hijo, al que también le da vergüenza ir a retirar mercadería: “el hijo no quiere venir. Me dice: ´Mamá, no, no, no. Se cierra, no quiere, no le gusta por que él trabaja, tiene su sueldo y siempre tiene para comer, pero ahora no”. Como no tiene movilidad, una vecina la llevó hasta el centro de distribución del que también se llevará lavandina para desinfectar la casa.
“Esa madrugada estuve yo sola hasta que paró el agua, me quedé levantada porque corría la corriente. Me quedé en una silla durmiéndome, con una velita porque no había luz, no había nada y quedó todo en oscuridad. Yo alumbraba con la linterna para ver si el agua no llegaba”, recuerda Nieves.
Los adultos mayores fueron uno de los grupos especialmente vulnerables dentro de la catástrofe que afectó a toda la ciudad. Entre las 16 personas muertas, seis eran de ese grupo etario y vivían en residencias geriátricas. Otros se salvaron gracias a sus vecinos, que los rescataron en medio de la lluvia.
Los testimonios de los voluntarios y trabajadores cuentan que muchos permanecieron solos en sus casas durante días hasta que alguien se acercó a sus hogares. "Fuimos a una casa y había un hombre mayor, solo, sentado, no tenía movilidad y no tenía nada de nada para comer. Golpeamos la puerta, respondió y ahí nos acercamos. Estaba desde el sábado así. Es una cosa de locos”, cuenta Alejandro Umaña, vicepresidente del club Bella Vista de Bahía Blanca, que se organizó para distribuir viandas en distintos barrios afectados.