"Si querés puedo darte una probadita del bosque", dice Murray Bartlett, sonriendo como si le estuvieran pagando a dentelladas. El actor australiano -cuya presencia astuta y carismática adornó varias de las mejores series de televisión de la década pasada, desde The White Lotus a Looking o The Last of Us- toma su webcam y la gira. Desaparece el sencillo interior blanco de su casa de Massachusetts. En su lugar, una ventana con vistas a un bosque. "Hace mucho frío", dice. "Pero es precioso".

Vuelve a girar la cámara. Bartlett tiene el aire vagamente rústico de un hombre que ha dado la espalda a la civilización. A sus 53 años, viste casi como un leñador de dibujos animados: barba desaliñada, camisa roja y negra bajo un forro polar verde. Es el tipo de look que le sirvió en su efusivo papel de un episodio en el thriller postapocalíptico de HBO The Last of Us, en el que interpreta a un bondadoso superviviente del apocalipsis que se enamora de un Nick Offerman sexualmente inexperto.

Fue el último de una serie de papeles gay destacados para Bartlett, que salió del armario al principio de su carrera. Ya tenía más de cuarenta años cuando fue elegido para interpretar a Dom, un hombre cansado de la bohemia queer de San Francisco en Looking. Cuando obtuvo un mayor reconocimiento -y un Emmy- como Armond, el hotelero psicológicamente desquiciado de la primera temporada de The White Lotus, Bartlett tenía 50 años. En medio de esta fama floreciente, su bucólica casa de Cape Cod, que comparte con su pareja, fue un regalo del cielo. "Pero no soy Brad Pitt", dice. "Tengo un nivel de notoriedad manejable. Si voy a las ciudades, puede que algunas personas me digan que les gusta mi trabajo. Nunca me acosan. Pero si estás al borde de la celebridad, como probablemente lo estoy yo, me parece útil poder entrar en ella, disfrutarla y luego alejarse".

El último proyecto de Bartlett es una película estrenada en cines: el excéntrico thriller satírico Opus. John Malkovich interpreta a Alfred Moretti, no la mascota de una cerveza italiana, sino una legendaria estrella del pop de los noventa, que reaparece tras tres décadas de ausencia para lanzar un nuevo álbum, supuestamente el mejor disco de todos los tiempos. Bartlett es Stan, el vanidoso y regresivo editor de una revista musical al estilo de la Rolling Stone que asiste al lanzamiento, junto al joven periodista Ariel (el protagonista de la película, interpretado por el inimitable Ayo Edebiri de The Bear). Tras visitar a Moretti en su siniestra comuna de culto, Ariel, Stan y el resto de invitados pronto se ven atrapados en una red diseñada por Moretti.

"Creo que esta película tiene muchas cosas interesantes que decir sobre el culto a la celebridad y lo que ocurre cuando nos dejamos llevar por eso", afirma Bartlett. Opus tiene matices de películas como El menú (2022) y Parpadea dos veces (2024), horrores de género que enfrentan a las jóvenes protagonistas con los esquemas y disfunciones de la clase alta. La historia es, dice Bartlett, "un poco elevada. Tomamos aspectos de la cultura de los famosos y les damos un giro... Aunque no es necesariamente tan diferente de la realidad. Quiero decir, el mundo está bastante loco". Deja que su voz suba hacia un irónico registro agudo. "Particularmente en este momento, digamos".

The Last of Us.

Bartlett es en gran medida un personaje secundario dentro de Opus: la película centra la mayor parte de su atención en Edebiri, una ingenua graciosa y ganadora, y en Malkovich, al que aquí se le permite dar rienda suelta a sus impulsos más descabellados como estrella del pop esotérica y presumida. Sin embargo, Bartlett está muy bien en la película, en la que su personaje interpreta al cabezadura de Ariel, ajeno al creciente peligro. "No sé si tiene alguna cualidad que lo redima", admite.

Stan se inspiró -entre otras figuras- en Jann Wenner, uno de los creadores de la revista Rolling Stone, que en 2023 fue cancelado por sus comentarios despectivos sobre artistas negros y mujeres. "Tuvo una trayectoria increíble, y luego se metió en un montón de problemas hacia el final de su carrera, en términos de cosas dichas que eran -posiblemente, discutiblemente, probablemente- extremadamente insensibles, como mínimo", dice Bartlett.

"Tenía un aire de club de chicos de la vieja escuela. Una especie de invencibilidad. Creés que sos intocable, así que sos un poco descuidado con lo que hacés y decís. No lo digo necesariamente por él, pero la gente en esa posición -los vemos en puestos prominentes en Estados Unidos en estos momentos- es algo así como: 'Puedo hacer lo que me dé la gana'". Hace una pausa. "Pero permítanme decir", agrega, un poco a modo de disculpa, “que siento mucho respeto y admiración por muchísimos periodistas”. ¿Qué hay de su propia relación con el culto a la celebridad? "Bueno, vivo en el bosque", dice secamente. "¿Responde eso a tu pregunta?".

Bartlett tiene un aire de showman, una picardía juguetona que resulta evidente incluso a través del video. ¿Qué puede decirse? El hombre sabe cómo mantener la corte. Responde a la mayoría de las preguntas en monólogos de minutos, siempre entusiasta, sin desviarse demasiado del tema. Por ejemplo, no llegamos a hablar de su infancia. Bartlett nació en Sidney, creció en Perth y, tras la separación de sus padres, fue criado por su cariñosa y comprensiva madre. De niño, una vez se le cayeron varios dientes y, cuando le salieron los nuevos, se dio cuenta de que había desarrollado un ceceo. El tratamiento logopédico posterior ("hacer monólogos, leer poesía") sembró las semillas de su futuro.

Cuando Bartlett terminó sus estudios de interpretación, a los 20 años, le ofrecieron "largos contratos" con un par de telenovelas australianas ("Creo que fueron Neighbours y Home and Away"). Pero el estigma que rodeaba al género lo hizo echarse atrás. "Lo menosprecié", dice, "y luego me arrepentí mucho. Necesitaba tomar confianza, no tenía mucha experiencia con las cámaras. Lo veía de forma equivocada, sin comprender realmente la industria y su funcionamiento, el valor de los distintos tipos de trabajo".

Así que en 2000 abandonó Australia para irse a Nueva York. "Había salido de una destacada escuela de interpretación y había causado cierta impresión en la industria australiana. Cuando me mudé a Nueva York, sentía que ya no era quien era. Era joven y necesitaba sentirme mejor. Al venir a Nueva York, pude deshacerme de todo ese bagaje: de quién era, o de quién sentía que era, o de lo que se proyectaba sobre mí en Australia".

Vacila de nuevo, como si sintiera la necesidad de explicarse. "Me encanta Australia", agrega, "y me encantaría trabajar más allí, la verdad, pero el ambiente es distinto. Como es más pequeño, la gente tiende a ser más protectora con el lugar que ocupa en la industria. Hay un pequeño grupo de papeles para un gran grupo de actores, y puede resultar un poco difícil abrirse camino".

No pasó mucho tiempo antes de que Bartlett diera su primer salto a la fama en Estados Unidos como estrella invitada en la serie dramática Sex and The City, en 2002. Pero Nueva York, dice, era "una ciudad dura para sobrevivir cuando llegás sin mucho dinero. Creo que eso fue bueno para mí. Te hace andar con pies de plomo, poner a prueba si estás dispuesto a dedicarle tiempo y energía. Nueva York es un lugar que atrae a mucha gente ambiciosa, y a gente que no encajaba, necesariamente, en el lugar del que proceden. Esa ciudad me dejó alucinado", reflexiona. "Fue increíble estar en un crisol tan maravilloso, cultural y artísticamente".

The White Lotus.

En 2007 le ofrecieron un papel en otra telenovela, Guiding Light, de la CBS. Esta vez lo aceptó de inmediato. "Seguía sintiendo lo mismo: que otros actores me iban a menospreciar", recuerda. "Pero no iba a volver a cometer el mismo error. No trabajaba mucho; tenía tiempo. El contrato era de un año, que se convirtió en dos por la huelga de guionistas. Y aprendí mucho. Superé totalmente el miedo a los diálogos, porque tenés que aprender muchos diálogos que suenan todos igual. Gané mucho dinero. Y conseguí la Green Card".

No fue hasta 2014 cuando Bartlett protagonizó Looking, una serie sobre tres amigos gay de San Francisco que en su momento se presentó como la respuesta de la comunidad gay a Girls. Las dos series comparten cierta incomodidad millennial, pero Looking siempre tuvo más fundamento y, en general, fue más optimista. Mientras que Girls fue justamente alabada por la crítica, Looking -brillante por méritos propios- causó división. HBO la canceló tras dos temporadas y produjo una película concluyente para cerrar los cabos sueltos de la trama.

"Estábamos destrozados", dice Bartlett. "Nos encantaba la serie... y nos sorprendieron las reacciones tan dispares, sobre todo en Estados Unidos. Estábamos en una burbuja haciendo la primera temporada, tan comprometidos con hacer algo específico, lleno de amor y real. Y entonces sale a la luz y, ya sabés, hay gente que la odia."

"Fue algo hermoso en muchos sentidos", agrega con tono agridulce. "Teníamos muchas ganas de seguir adelante y sentíamos que acabábamos de empezar. Había tanto por explorar. Pero así son las cosas".

Para Bartlett, al menos, las cosas terminaron funcionando; después de la cancelación de Looking, rebotó a la serie de revival queer en Netflix Tales of the City, y luego a The White Lotus para HBO. "Estoy eternamente agradecido a Mike White (creador de The White Lotus) por arriesgarse conmigo", dice Bartlett. "Y eso lo necesitás como actor, porque es fácil encasillarse siempre en el mismo tipo de papeles. Yo no tenía mucha visibilidad, y él podía elegir entre un montón de gente... es maravilloso cuando alguien ve algo que sabés que está en vos, pero que no es necesariamente obvio". Sonríe de nuevo, con una especie de sonrisa burlona. "Quiero decir... siento que hice una audición bastante buena".

Y con eso termina la entrevista. En una punta, un claro paisaje urbano ¿Para Bartlett? El bosque lo espera.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.