Los cuerpos que al comienzo parecen un tanto despojados, con una sensualidad hecha de pliegues, de un territorio íntimo, se transforman en la posibilidad de albergar otro cuerpo escondido en un vestido enorme porque la ropa es el recipiente enigmático de otras promesas.
Bailar es una tarea colmada de equilibrios y de colores. En La bella sueña la danza puede entrar en ese estado inasible del despertar a partir de la música de Strauss, Katchaturian, Shostakóvich y Ligeti que remite y dialoga con el uso que le diera Stanley Kubrick en 2001 Odisea en el espacio y Ojos bien cerrados, ese modo de situar la puesta desde un referente cinematográfico inunda a la leyenda de un gestus moderno.
Cuando el ballet pasa a su instancia oriental la percusión que realizan las integrantes de Muksito Tiko hace de la sonoridad una coreografía sometida al instrumento de la que brota una expresividad áspera.
En la construcción de imágenes que realiza Teresa Duggan, las sombras construyen otro plano dramático y funcionan como dobles de los personajes, del mismo modo que al enfrentarse al espejo las mujeres conocerán el desconcierto frente a su propio reflejo. La poética de Duggan está enhebrada en identidades separadas que se describen en la fuerza visual porque la danza es un llevar al exterior el drama interno, volverlo gesto y movimiento.
Las tejedoras de la primavera instauran otro espacio, una especie de obstrucción que grafica los conflictos de un relato ligado a la ausencia, a las maneras de buscar amparo cuando la persona amada muere.
En las coreografías de Duggan suelen instalarse seres anómalos, como el ciervo y gato que también estaba en Las Bernardas, figuras que vienen a marcar un contraste en el diseño visual de los personajes.
El vestuario es pensado como parte de la escenografía o como una extensión del cuerpo de los intérpretes. Los colores tienen la facultad expresionista de calificar el espesor de los personajes. El negro con sus mujeres de mangas larguísimas como brazos o garras . El rojo y las tonalidades del Bon Odori que dan un aire de fiesta como si, después de todo, el consuelo de la niña que habla con su propia imagen resultara un desenlace optimista frente a la desazón.
Los objetos designan una narrativa al apoderarse del protagonismo en el recorte lumínico que propone la puesta, especialmente cuando la sombrilla roja y blanca se convierte en el eje total de la imagen. El espejo como el regalo preciado y también como la herencia que instala la posibilidad de guardar la imagen, de establecer una conexión con los muertos, tiene la facultad de ser instituido como un objeto mágico.
La versión de Duggan de Dos pétalos busca montar un espacio que discute la propia puesta, que se dibuja en el interior de los atuendos o de la maraña de tejedoras en las que apresa a sus personajes. La escena pasa a ser invadida por seres que parecen disentir con el relato central, como si todo el tiempo buscara integrar una mirada ajena.
Duggan hace del cuerpo, de sus maneras de manifestarse, una variada gama de diferencias que habla de los personajes pero también del lugar que ocupan en la escena. Se apropia de una tradición oriental que piensa la danza en una sujeción de oposiciones donde la tensión está en el cuerpo pero cada cuadro se sostiene en otra forma que parece invocar a su contrincante.
Las dos coreografías se basan en la ensoñación como destino, en las fuerzas divinas que pueden ser desafiadas, en esa esfera que no es real pero que se sostiene en el vigor de la creencia donde lo femenino hace de la maldición como fuerza apabullante, la esencia de su propio baile.
Cuentos de oriente y occidente se presenta los martes a las 20.30, los jueves a las 14 y los sábados y domingos a las 16 en el Teatro San Martín.