Hace tiempo que Marta Gabriela Michetti es un dibujo, una línea mal trazada de papelones sistemáticos. ¿Qué quedó de aquella epifanía en silla de ruedas, de la devota confesional de Jorge Bergoglio y compañía rutilante de fórmula de Mauricio Macri en 2007 para gobernar la comuna porteña? Respuesta: un garabato con genealogía patriarcal de Julio A. Roca, por lo que dice en estos días, el resabio titubeante del chetaje puesto a conducir un país, la visión alucinadamente maliciosa de una señora con cargo ilustre que vio lanzas, hondas y piedras atacando a las fuerzas del orden en los bosques del sur, allá donde hasta el momento sólo aparecen muertos ahogados en los ríos o ejecutados a tiros por la espalda. “El beneficio de la duda siempre lo tiene que tener la fuerza de seguridad”, cacarea esta gaucha patricia de nuestra pampa húmeda que sí sabe a quiénes obsequiarles su credo y su crédito. Estuvo claro entonces que tartamudeara de odio (¿en esa tradición gorila y paranoica de la que habla María Moreno?) en la mesaza de Mirtha Legrand el sábado pasado, cuando el periodista Ernesto Tenembaum le cuestionó el aval compartido con la ministra de Seguridad Patricia Bullrich sobre la versión de Prefectura de que abrieron fuego en Villa Mascardi para “defenderse de una agresión” mapuche en la que murió Rafael Nahuel. “Existe el ataque y los prefectos no tiraron porque sí”, aseguró ella. “Se supone que hay armas de todo tipo, hay lanzas, piedras y armas de fuego.”
E.T.: –Si en un caso una persona muere por balas de Prefectura, no podemos volver atrás con eso.
G.M.: –¿Vamos a volver atrás adónde? ¿Hablás de dictadura?
E.T.: –Vos dijiste terrorismo y yo no creo que este gobierno sea una dictadura.
G.M.: –¿Y entonces por qué decís volver atrás?
E.T.: –Porque Patricia Bullrich y vos dijeron que lo que dice Prefectura tiene fuerza de verdad, cuando es la sospechosa.
Fue la gota que rebasó el vaso de cristal. Ese hijo desobediente de la patria progresista había llegado lejos con el discurso en falsa escuadra respecto de todo lo que el Gobierno se dispone a castigar y condenar. No importa si en cacerías por la espalda, allanamientos con golpes y tormentos o a campo traviesa hasta que el río se trague cuerpos. Marta Gabriela había ido a lo de la Chiqui a hablar un ratito del Ara San Juan, a fundir la risa -después de cumplir con los minutos estipulados de los duelos por tele en honor a lxs 44- en el tintineo de las copas, a describir su bijouterie y sus prendas de estampas geométricas no sin antes ponderar la maquinaria oficial de endeudamiento y pobreza, que invita a apostar por la esperanza donde sólo se vislumbra miseria. “Hay que poner las cosas en su lugar alguna vez –lo amonestó–, tratemos de hablar con sentido común.” Sus enemigas íntimas Vidal y Bullrich no son de atragantarse frente al periodismo para poner las cosas en caja, pero ninguna apela al sentido común con el ardor de Marta Gabriela, egresada de El Salvador, con títulos y niveles de idiomas, más porteña que lapridense, hija de la inmigración legitimada y de médico cirujano prestigioso del pueblo que la vio quedar parapléjica en una de sus rutas. Entonces con marido, hoy al parecer separada del segundo y sobreseída por el dinero robado que tenían en casa. Abstinente o contrera de votar leyes por la identidad de género, el matrimonio igualitario, las reestatizaciones, contra la trata y por la muerte digna, entre muchas otras que se le resbalaron de la agenda. Su hijo es un sostén, Mauricio Macri podría haber sido otro si no la hubiera humillado tanto al inclinarse por Megamente Rodríguez Larreta en las internas de 2015, que por cierto debe haberse descostillado de risa el sábado pasado mientras Gaby intentaba reducir el debate a un entuerto de patoruzús guerrilleros. “De una vez por todas el Estado tiene que hacer uso del monopolio de la fuerza”, exhortó con su habitual papa en la boca. “Si no cualquiera te desacata la Constitución y estamos como estamos.” Justifica por acción u omisión, como el resto de las mujeres de la alianza Cambiemos, la naturalización compartida de la violencia institucional, gradual o a los bifes, pero ojo que esto no es una dictadura. Te lo dice Marta Gabriela, la gran evangelizadora de ese guisito feliz de la pos-verdad, que esta vez se le quemó.