El 29 de agosto de 1976, Mini, la hija de Adelaida Gigli y David Viñas, está en el zoológico de Buenos Aires. Allí, frente al arco, mientras sostiene en brazos a su hija Inés observa, con una mezcla de miedo y determinación, que a su alrededor hay movimientos extraños. La ciudad, indiferente y ajena, sigue su curso entre el tráfico, los ruidos y los paseos dominicales. Mini avanza, y cada paso la acerca más a lo que sabe va a ocurrir. Cuando un Ford Falcon gris se detiene a su lado y los hombres de civil descienden, comprende que el cerco se ha cerrado. La persecución es breve pero suficiente para sellar un destino: en un acto desesperado, Mini entrega a la pequeña a una pareja de ancianos y corre hacia lo inevitable. La última imagen de la mujer desapareciendo entre la multitud, trágica y conmovedora, es la sinécdoque que nombra toda una historia: la lucha por preservar la memoria frente al horror de la dictadura argentina.

La "novela biográfica" Adelaida de Adrián N. Bravi, explora la vida de una mujer marcada por el arte, la pérdida y la resistencia ante el totalitarismo. Adelaida Gigli nació en Recanati, Italia, hija del artista Lorenzo Gigli y María Teresa Valeiras. A los cuatro años, emigró con su familia a la Argentina, donde se formó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y conoció a David Viñas, con quien se casó. De esta unión nacieron María Adelaida Viñas y Lorenzo Ismael Viñas, ambos desaparecidos durante la dictadura. En la década de 1950, colaboró en revistas como El Grillo de Papel y Centro, y fue parte del grupo editor de Contorno. En 1957, tras un allanamiento, se exilió en Venezuela. Regresó al país, pero en 1976, con la instauración de la dictadura, debió exiliarse nuevamente, primero en Brasil y luego en Recanati, donde vivió hasta su fallecimiento en 2010. Fue en esta ciudad donde Bravi la conoció y pudo escuchar sus recuerdos y vivencias.

Hace décadas que el autor eligió expresarse en italiano. Tras debutar en 1999 con Río Sauce, en español, comenzó a publicar en su lengua adoptiva, una transición que analiza en su ensayo La gelosia delle lingue. Actualmente vive en Macerata, donde trabaja como bibliotecario en la Universidad y es un activo traductor del español al italiano y viceversa.

ADRIÁN N. BRAVI AUTOR DE LA NOVELA BIOGRÁFICA ADELAIDA
 

Conmovido por la historia y la personalidad de Adelaida, Bravi se propuso rescatar su figura de un olvido que amenazaba con oscurecer su legado artístico y humano tanto en Italia como en Argentina. En esta reconstrucción, combina el rigor documental con la libertad propia de la ficción. En esta entrevista, confesó los desafíos de encontrar la voz adecuada para narrar el dolor y la resistencia frente a la dictadura.

Bravi reconoce que manejar información íntima y amistosa exigió un trato cuidadoso. Sin embargo, la historia de Adelaida no deja de estar atravesada por la violencia política. Así, la novela proyecta una atmósfera de continuo desgarro, reflejando lo que implica retomar una voz silenciada por la represión y el exilio.

Bravi reconstruye la memoria de Adelaida a partir de cartas a sus hijos, episodios domésticos, discusiones literarias y silencios elocuentes, componiendo un retrato poliédrico. La elección de un narrador distante pero empático refuerza la idea de que la historia es una reconstrucción parcial, un intento fallido pero necesario de atrapar el tiempo perdido.

Sin embargo, la novela no se limita a su historia personal, sino que la inscribe en la resistencia cultural y política de los años 50, 60 y 70 en Argentina. Su participación en Contorno, surgida como respuesta crítica a la hegemonía de Sur, le otorga un trasfondo ideológico clave. Adelaida fue la única mujer en el núcleo de la revista, donde debatía con los hermanos Viñas y León Rozitchner. Bravi la describe como alguien que desafiaba la hipocresía de la clase alta y denunciando la represión incipiente. Su lectura crítica de Victoria Ocampo y su reivindicación de Roberto Arlt como escritor de la miseria urbana muestran su capacidad para articular estética y política sin concesiones.

La novela repasa las distintas etapas de su vida: su participación en la revista Centro de la UBA, la fundación del taller Contrada Montefiore 66 en Italia y su experiencia con ceramistas aborígenes en Mérida, durante su exilio en Venezuela. También recupera un elenco de personajes cuya complejidad enriquece la trama. David Viñas, su esposo, es retratado como un intelectual apasionado y contradictorio, incapaz de conciliar su compromiso político con el dolor por la desaparición de sus hijos. Sus discusiones con Adelaida reflejan los dilemas éticos de una generación atrapada entre la militancia y la culpa. También aparecen figuras como Leopoldo Marechal, Juan José Sebreli y Noé Jitrik, que permiten explorar las fracturas internas de la izquierda argentina.

Los hijos de Adelaida, Mini y Lorenzo, son presencias fantasmales que atraviesan la novela. Bravi narra con delicadeza escenas en las que su madre recuerda episodios mínimos -una carta, un juego, una frase inconclusa- evitando el golpe bajo. La maternidad se convierte en un espacio de resistencia ante la barbarie.

¿Cómo buscaste transmitir la personalidad de Adelaida Gigli en el libro?

-Un rasgo que siempre me fascinó fue su talento artístico y cómo logró, con los años, transformar la tragedia y la pérdida de sus hijos y de todo su mundo a través de sus obras. Para ella, empastarse las manos con la creta significaba algo más que dar forma a un sentimiento o una idea: era un modo de relacionarse con su historia, personal y colectiva. La belleza para Adelaida era una herida abierta. Pasó sus años tratando de darle color a esa herida, y yo busqué transmitirlo, mostrando además su perspectiva sobre el arte.

¿Qué desafíos enfrentaste al narrar los episodios más trágicos de su vida?

-El mayor desafío fue encontrar la voz adecuada para narrar su vida e intimidad. Creo que cada historia exige su propia voz, y me llevó tiempo definirla. Primero tuve que sedimentar su historia, y cuando sentí que ya no podía posponer más la cita que me había dado con ella, años después de su muerte, me lancé a escribir, intentando entrar en su vida con delicadeza y respetando la amistad que tuvimos.

 

LA LENGUA ADQUIRIDA

El libro fusiona procedimientos novelescos con la precisión biográfica. Cuando los datos factuales no alcanzaban, Bravi recurrió a recursos narrativos sin tergiversar lo propio de las vivencias. Más que una reconstrucción exhaustiva, se trata de una reanimación literaria que respeta los ejes centrales de la historia. Y si hay zonas grises o silencios imposibles de llenar, el autor prefiere dejarlos intactos.

La novela avanza a través de descripciones detalladas y escenas pausadas. La atención al detalle transforma los objetos cotidianos en relicarios de la memoria: las manos de Adelaida moldeando la arcilla, el sonido de las campanas en Recanati, los cuadros de su padre. La cerámica descubierta en Venezuela se convierte en un lenguaje alternativo. Los talleres, los hornos, las figuras deformes y agrietadas que cuelgan en su casa simbolizan la fragilidad de la memoria. Bravi describe con una precisión casi táctil los procesos de cocción, los colores y las texturas, reforzando la idea de que el arte no es solo un refugio, sino una forma de resistencia y de intervención política.

Desde las primeras páginas, Adelaida aparece como una figura marcada por la dualidad entre fragilidad y fortaleza. Los capítulos alternan entre el presente en Recanati -donde Adelaida, rodeada de cerámicas y cuadros, intenta recomponer su historia- y los recuerdos de Buenos Aires, los cafés literarios y las reuniones clandestinas de Contorno. Esta estructura expresa la imposibilidad de narrar el trauma de manera lineal; cada fragmento busca restaurar lo irrecuperable, dar voz a los muertos y reivindicar a los desaparecidos.

¿Cómo caracterizás su paso de la escritura a la cerámica y cómo lo abordaste narrativamente?

-Adelaida fue una mujer ecléctica. Nunca dejó la escritura (abandonó el ensayo, pero siguió cultivando la poesía, la cerámica y el dibujo hasta que su fuerza se lo permitió). En la novela remarqué sus etapas y transiciones: desde su participación en la revista Centro, hasta la fundación de un laboratorio de cerámica en Italia (Contrada Montefiore 66), pasando por su experiencia con una comunidad de aborígenes ceramistas en los alrededores de Mérida, donde estuvo con David Viñas.

¿Cómo manejaste la tensión entre la nostalgia y la adaptación durante su etapa de exilio?

-Al leer las cartas que Adelaida enviaba a su padre y a su hermano desde Brasil y Recanati, comprendí lo que implica vivir lejos de todo lo propio, conociendo además el destino de sus hijos. Por eso sentí la necesidad de rescatarla del Lete, el río del olvido, que parecía arrastrarla cada vez más. Se la estaba olvidando demasiado, tanto en Italia como en Argentina, y escribir este libro fue, en parte, una responsabilidad ética.

¿Cómo equilibraste su faceta de artista, intelectual y militante?

-En la primera parte del libro intenté equilibrar estos aspectos, contextualizándolos en su época. Vemos a una Adelaida que escribe cuentos, que lanza frases provocadoras -como contaba su cuñado Ismael Viñas-, que trabaja la cerámica, asiste a reuniones del PCR, desconfía de las citas falsas que le daban, pero también es una de las fundadoras del FLH, cuyas primeras reuniones se hacían en su casa. En 1973, antes de la tercera presidencia de Perón, se une a un grupo de abogados de la Juventud Peronista para pedir amnistía para presos políticos y, junto a Ernesto Perlongher y Héctor Anabitarte, reclama la liberación de homosexuales detenidos. Todo esto formaba parte de su vida antes del exilio, y procuré darle coherencia en la narración.

¿Cómo influyó tu cambio de lengua en la escritura de esta historia?

-El tema de la doble identidad lingüística me interesa mucho. Justamente, estos días se publica la traducción de mi libro El celo de la lengua (Eduvim), donde exploro qué significa escribir en una lengua que no nos pertenece del todo. Escribir en una lengua adquirida tiene más desventajas que ventajas, pero tras vivir tantos años en Italia, el italiano -una lengua sin infancia para mí- se sobrepuso al castellano. En Adelaida, este desarraigo se refleja: la primera parte pertenece a un contexto lingüístico, la segunda a otro. Con ella hablábamos siempre en castellano, pero a veces notaba que quería hablar solo en italiano. La lengua adquirida también puede servir para ocultar voces o fantasmas del pasado. Recordamos con mayor intensidad en la lengua en que sucedieron las cosas.

¿Qué papel juega la memoria en la novela y en la historia de Adelaida?

-La memoria no es estática ni pertenece al pasado, sino que es una condición del presente. Debe cultivarse cada día, como una planta; de lo contrario, corremos el riesgo de negar lo evidente o justificar lo injustificable, como sucede hoy. Para evitarlo, es clave recuperar historias individuales que reflejen la gran historia. La vida de Adelaida resume parte del siglo XX: el compromiso artístico, la militancia política, el exilio, la tragedia, la pérdida.

El libro ha sido destacado y nominado a premios. ¿A qué atribuís su impacto?

-La selección para el Premio Strega le dio gran visibilidad. Además, ganó el Premio Giovanno Comisso de Treviso y el Premio Basilicata, fue finalista en el Procida-Elsa Morante y recibió una mención especial en el Premio Nápoles. Desde su lanzamiento, generó interés en el público y la crítica, sobre todo por su representación -aunque parcial- de la historia argentina de los años 60 y 70 a través de una vida concreta, con todas sus tragedias y contradicciones.

 

¿Cómo fue el hilado entre ficción y realidad para esta biografía novelada?

-Sabemos que los detalles cuentan mejor una vida que los datos secos. Cuando la historia carece de información específica, la imaginación debe intervenir, pero sin arbitrariedad. En el caso de Adelaida, aunque soy de otra generación, conocí su mundo argentino y también el italiano, lo que me permitió interpretar narrativamente ciertos vacíos sin distorsionarlos. En realidad, no inventé nada, solo di vida a lo que sabía y lo puse en diálogo con otras historias. El exilio ha sido una constante en la historia humana; así, cuando Adelaida regresa a su pueblo natal, resulta inevitable verla como otras mujeres obligadas a dejar sus tierras, como Agota Kristof, quien huyó de Hungría tras la invasión soviética, o Fatimah Hossaini, la fotógrafa afgana que debió abandonar Kabul al caer en manos talibanas.

¿Cómo justificaste las licencias creativas en la narración de su historia?

 

-En la nota final del libro aclaro que es una novela llena de huecos. Muchas partes de su vida las desconozco, y no inventé hechos donde no había información. Como un restaurador de frescos que deja los espacios en blanco en lugar de rellenarlos arbitrariamente, opté por no distorsionar la historia. Más que un relato biográfico exhaustivo, me interesaba destacar los puntos clave que sintetizan tanto la historia argentina como la del siglo XX. Así, me permití dar color y movimiento a algunas escenas de su vida y de quienes formaron parte de su constelación afectiva.