Como lo afirma el nombre de su libro, Gabriela Ivy se define por la capacidad de ser con los demás: Zoon politikona (puntos suspensivos ediciones). Una categoría aristotélica, en este caso feminizada: la idea de que lo que define a los seres humanos está relacionado con vivir en sociedad y la habilidad de asociarse con objetivos compartidos. El "Zoon politikona" de Gabriela Ivy, influencer que educa a jóvenes libertarios, va mucho más allá de sus títulos -es politóloga por la Universidad de Buenos Aires-, es decir, que la teoría no está en primer plano, sino que habla de sus vivencias —y padecimientos— en los distintos momentos de la historia argentina y de su pulsión de calle. Fue estudiante y empleada precarizada a fines de los 90, “busca” en el 2001, y mujer trans semi-enclosetada en el marco de una familia muy conservadora, hasta que las olas y las leyes le permitieron empezar a pensar en vivir como quería y sentía.
La necesidad de opinar sobre lo que pasa le viene de las vísceras. Y a la lengua kickboxer la tiene desde el jardín de infantes. Gabriela además trabaja en el universo digital y sabe cómo hablar con la fuerza, la frecuencia y la velocidad que imponen estos tiempos, pero siempre con los datos chequeados.
Zoon politikona, su primer libro, se lee en un fin de semana y es una suerte de bitácora de transición, que cuenta su devenir de género, pero también su devenir en “muy politizada” (o, mejor dicho, politikona). Las anécdotas de infancia y adolescencia, las fotos familiares, las pequeñas grandes luchas libradas en el terreno de la oficina o el tren que une José León Suparez con la Ciudad de Buenos Aires arman algo muchísimo más amplio que una biografía. En esta conversación con Página12, Gabriela casi no habla del pasado, sino del presente. Y entre chistes y autocrítica, deja asomar sensaciones de que, inevitablemente, hay futuro.
Como creadora del término “liberpijis” y gran catadora de juventudes de ultraderecha, te quiero preguntar: ¿en qué creés que se falló para que un porcentaje importante de jóvenes, no sólo en Argentina, sino en el mundo, hoy comulgue con ideas ultraconservadoras?
—Hay un problema para mí, y lo digo en plan de autocrítica. Una tendencia a quedarnos cómodos en nuestro grupo. Incluso en subgrupos, por ejemplo, dentro de lo que puede ser el peronismo o el campo popular. Y como casi no hay intercambio, cuando algún encuentro se produce es como si estuvieran hablando distintos idiomas. Pienso, por ejemplo, en la tensión entre el kirchnerismo entendido como un movimiento más progresista y el morenismo. Yo me crié en una casa conservadora en la que no se hablaba de política. Veo esto: veo cómo podés crecer, educarte y moverte quizás toda tu vida en un circuito en el que la politización es algo malo. Y lo que pasa con esos grupos tan partidizados, para los que están afuera, que fue mi caso durante mucho tiempo, es que se habla en un idioma en el que los demás se quedan fuera. Eso te hace llegar a conclusiones como “no me interesa la política”. Cuando en verdad sí podría interesarte, sólo que no te la están mostrando de una manera seductora.
Es difícil atraer a los no interesados desde un lugar condenatorio y tan estricto acerca de todo “lo que no”. ¿Eso querés decir?
—Había, pero también ahora hay, algo medio automático de que no se puede disentir. Que si decís “tal cosa no me parece”, por ejemplo, enseguida “sos gorila”. Si vas a decirle a todo el mundo que es gorila, no estás invitando al que no vota peronismo a que sí lo haga. Yo tardé años en entender exactamente qué era lo que estaban tratando de decir cuando me decían “sos gorila”. Pero no es la forma de dar la bienvenida a ningún lado. Siempre voy a bregar por los partidos o espacios que me resultan más afines, pero no puedo ser orgánica, o por lo menos nunca pude hasta ahora, porque eso muchas veces implica que me digan “a este reel lo podés subir y a este no”. Yo no lo acepto. Y además, también ya sé que hay muchos lugares a los que, por ser trava, no me invitan. Y bueno, el peronismo es un espacio que tiene su costado bastante machista.
Desde hace un tiempo se empiezan a escuchar mucho esas propuestas de volver a un peronismo doctrinario. Y en nombre de esa doctrina se habilitan ideas muy reaccionarias, homofóbicas, misóginas… se escucha mucho también la idea de que los feminismos se pasaron tres pueblos y que por eso ganó la ultraderecha. ¿Qué pensás de eso?
—La típica: la culpa es del progresismo; por pedir derechos. Resulta que una letra x en un documento desestabilizó todo un movimiento. Hay una noción de progresismo aislado de la realidad. Asocian al progresismo con algo “trolo”, lo supuestamente cobarde, quedado, superficial, que no se mete en terrenos económicos. Yo soy progresista, pero si tengo que salir a las piñas, salgo a las piñas. Es un chiste, no pego piñas. Pero se entiende… Se cree que por hacer cosas progresistas se deja de lado todo lo demás. Decir que es importante poder incorporar al mercado laboral a personas trans —que tienen una expectativa de vida promedio de 39 años— no interfiere con ninguno de los otros cambios estructurales que se quieran llevar a cabo.
Hay mucha resistencia también en lo que se suele llamar “campo popular” a hablar en el lenguaje del presente. Se podría resumir: "nosotros somos el territorio, ellos las redes". Como si fueran espacios tan fáciles de delimitar y como si uno fuera más verdadero que el otro. ¿Cómo te posicionás frente a eso, como creadora de contenido político?
—Supongo que mucha de esa gente se habrá dado cuenta de que hay que adaptarse a vivir en el 2025. Mucha gente se quedó en el peronismo de los años 50. Y eso se refleja en las cosas que pasan.
Contame un poco cómo funciona el mundo de los influencers y sus lobbies. ¿Qué dirías de esos canjes en política? Es fácil imaginarlos como mercenarios… promocionando lo que sea, sin blanquear encima que se trata de publicidad...
—Y… funciona mal. Porque la gente cree que circula muchísima plata, pero muchas veces es sólo por los sanguchitos —risas—. Si no nos vas a pagar, entonces tendrían que dorarnos mejor la píldora. Se falla mucho, para mí, en estrategia digital. Se crean cuentas desde cero con el propósito de comunicar una plataforma política, y es complejo lograr engagement, por más que compren seguidores para arrancar, y menos si no hay una cara visible. En lugar de hacer eso, no entiendo por qué no recurren a las cuentas de personas que ya tienen seguidores, y ya conocen su línea… Yo creería que lo mejor es ir por ese lado. En una época se usaba eso de auspiciar reels. Ahora casi no se hace.
"Yo entro con el humor, me permito ser misándrica. Si vos sos mata-trava, yo soy misándrica, ¡y nos divertimos entre todos!"
Te movés en un territorio difícil para una persona trans… ¿Qué reflexión hacés después de tantos años de trabajar en el mundo del software sobre las masculinidades en ese ambiente?
—Son varones que en general se criaron entre computadoras, videojuegos, sin salir mucho de sus casas, algunos hacen algún que otro deporte, pero no tienen grandes núcleos sociales. Se mueven en mundos casi exclusivamente masculinos. Los insultos homofóbicos son parte de la conversación de todos los días. Incluso aunque esté yo. Incluso aunque yo les caiga bárbaro. Fue difícil la transición en esos espacios. Más allá de que me aceptaban, me llevó muchísimo tiempo que me llamaran por mi nombre, por ejemplo. Yo siempre me moví entre personas hetero y siempre me llevé bien con ellas. Entro con el humor, me permito ser misándrica. Si vos sos matatrava, yo soy misándrica, y nos divertimos entre todos. Yo termino siendo más guasa que ellos y les termino redoblando la apuesta a todos. Ni hablar de todo lo que, te imaginarás, ese supuesto rechazo esconde detrás…