“Era necesario por la religión de memsahib que ella matase a ese león en particular antes del cumpleaños del niño Jesús (…) Les mostraríamos la piel de ese león antes del cumpleaños del niño Jesús”.         

Ernest Hemingway, Al romper el alba

Era una nutria mansa y suave, suave como la seda de los pañuelos que usan las señoras para ir a la misa de siete.

Habitaba en el sector oeste del lago, junto con su compañera, tenían guarida de barro y paja, en el borde izquierdo del sauce llorón gigante, el que lloraba desde hacía más de mil años su pena contra la orilla azul.

Y eran dos que nadaban juntos en el agua.

Y se amaban.

Y eran dos los que se sumergían en el crepúsculo buscando mojarritas y anguilas y algún bagre para comer.

Y soñaban con engendrar prole numerosa y desparramarla también, contra la orilla tranquila de aguas quietas y mansas.

Y dormían juntas por la noche y nadaban juntas en el día.

Y no sabían de infidelidades, simplemente porque nunca las habían conocido, ni en las futuras crías, aún inexistentes.

Y no conocían la mentira, simplemente porque no sabían de palabras humanas.

Y nunca en su vida habían engañado a nadie, simplemente porque ignoraban la traición.

Y se amaban todas las noches con la locura apasionada del instinto.

Y jugaban a perseguirse en el agua y en el bosque durante el día.

Y cazaban juntas y compartían todo lo que habían cazado.

Y no sabían del concepto de propiedad.

Pero conocían su territorio y sabían defenderlo de otras bestias.

Y siempre una de los dos vigilaba atentamente la guarida, para que ningún extranjero se entrometiera.

Y ella quedó embarazada en una noche de luna, en la primavera.

Y él soñaba con hacer del hijo un futuro jefe de familia.

Y no mataban si no era para comer.

Y supieron espantar a sus enemigos sin la necesidad de asesinarlos.

Pero no conocían uno.

No sabían del animal bípedo que tenía la palabra y la mano hábil.

Y amaban su soledad desamparada de a dos, a lo mejor porque sabían que con esa soledad era más que suficiente.

Hasta que un día las despertaron las voces desconocidas.

Y ella salió a hacerles frente y murió de un disparo en la nuca.

Y ella huyó para salvar la prole que estaba gestándose en su vientre.

Y ella murió un poco más lejos, nadando desesperadamente en el agua, que tuvo el  gusto de tragarse su cadáver para siempre.

Y se escucharon gritos de alegría en el bosque, aunque también se escucharon algunos insultos, porque el cuerpito de la hembra se había perdido, nadando hacia las profundidades del lago, en los últimos estertores de la muerte.

[email protected]