Escribir es inventar la literatura cada vez que te sentás a escribir”. Abelardo Castillo prefería definirse como “un hombre que escribe” para quitarle gravedad a la condición de escritor y asumir un modo de estar en el mundo. El mejor cuentista argentino de la segunda mitad del siglo XX publicó novelas, obras de teatro, ensayos y su poesía póstuma. También forman parte de su legado las lúcidas intervenciones como intelectual desplegadas en tres revistas literarias que creó y dirigió, El grillo de papel, El escarabajo de oro y El ornitorrinco, y la influencia que ejerció en varias generaciones de escritores que pasaron por su mítico taller de los jueves. Razones para releerlo y recordarlo sobran. A pocos días de los 90 años de su nacimiento, este miércoles de 15 a 22 horas en el auditorio del Malba se realizará un homenaje a Castillo en el que participarán Liliana Heker, Sylvia Iparraguirre, Alejandra Kamiya, Gabriela Saidon, Federico Bianchini y Gabriela Franco, entre otros.

Aunque nació el 27 de marzo de 1935 en Palermo y vivió en Caballito hasta los ocho años, Castillo se reivindicó sampedrino por derecho de sangre y temperamento. A los 10 años se fue a vivir a San Pedro, esa ciudad de la provincia de Buenos Aires que consideró el espacio por antonomasia de los afectos, donde se quedó hasta los 17 años. Regresó a Buenos Aires en 1952, convencido de que se dedicaría a escribir. Sus Diarios (el primer tomo de 1954 a 1991 lo publicó en 2014; el segundo, que abarca de 1992 a 2006, se editó en 2019, dos años después de su muerte, el 2 de mayo de 2017) funcionaron como su primer laboratorio de escritura, el lugar donde se medía, palabra tras palabra, con las ideas o los gérmenes de sus cuentos y novelas, entre los que se destacan Las otras puertas, Cuentos crueles, Las panteras y el templo, Las maquinarias de la noche, El espejo que tiembla; y las novelas La casa de ceniza, El que tiene sed, Crónica de un iniciado y El evangelio según Van Hutten.

Amor, muerte o literatura”

El homenaje empezará a las 15 con una conversación entre los escritores que participaron del taller de Castillo. Federico Bianchini cuenta que en los talleres  “uno sentía que aprendía” y sintetiza cómo era la dinámica de esos encuentros. Al llegar, se sentaban en los sillones y charlaban de cualquier cosa: la lesión de un tenista, el capítulo de una serie, el personaje de una película; charlas que, indudablemente, derivaban en literatura. Después cada participante leía su cuento y luego los demás opinaban. Al final, hablaba Castillo. “A veces se refería a la estructura del cuento y le preguntaba al autor o la autora por qué había tomado tal decisión o tal otra. Otras, sugería el cambio de una palabra. Lo sorprendente era que muchas veces el cambio de esa palabra traía aparejado un cambio en el sentido del cuento. Era brillante y tenía una manera de desmenuzar los relatos que, pese a que estuviéramos acostumbrados, no dejaba de sorprendernos”, revela Bianchini.

Alejandra Kamiya recuerda que Castillo era “muy estricto” en sus talleres. “Una cosa que decía y que me daba mucha risa era que no se podía faltar, salvo por amor, muerte o literatura”. Kamiya comenta que después de las charlas en el living pasaban a una mesa, donde ponían un paño verde como los de juego, y continuaba con la lectura de los cuentos y una ronda de críticas. “Abelardo era muy técnico y muy estricto, en el sentido de que no podías decir cosas del tipo ‘me gustó’ o ‘me encantó’. Yo aprendí mucho viendo el lugar que le daba a la literatura en su vida. Vivía para leer en primer lugar, y escribir y enseñar; entonces era muy fuerte verlo en carne y hueso”.

Gabriela Saidon asistió por primera vez al taller de Castillo en 1980. El primer cuento que leyó del escritor fue “Vivir es fácil, el pez está saltando”, incluido en el libro Las panteras y el templo. “Fue casi una lectura iniciática en sus talleres porque era el cuento que él desarmaba para mostrar procedimientos y contar ‘la cocina’ del escritor. El trabajo con la voz, con los tiempos verbales, con el punto de vista, con los diálogos; ese final: todo confluía para convertirlo en un cuento-escuela, de lo más contagioso. Salí corriendo a escribir uno que se le pareciera en algo”, confiesa la escritora.

El homenaje continuará a las 17 con un diálogo sobre las novelas, los cuentos y La fiesta secreta, libro póstumo editado por Ediciones en Danza que reúne todos los poemas que escribió durante sesenta años, con la participación de Liliana Heker, Gabriela Franco y Gonzalo Garcés. A las 19, Garcés entrevistará a la escritora Sylvia Iparraguirre, compañera de Castillo desde 1969. Finalmente, a las 21, se proyectará Un hombre que escribe, notable documental de la cineasta cordobesa Liliana Paolinelli, que tiene como protagonista exclusivo a Castillo. Gabriela Franco, poeta, editora y docente, subraya que es “uno de los escritores fundamentales de la literatura argentina por la genialidad de su obra y por el compromiso con la literatura que asumió desde la adolescencia”. Franco dice que toda la obra del escritor tiene “una vigencia total” y queda como legado para seguir leyendo y aprendiendo. “Queda también el trabajo enorme que hizo a través de las revistas El grillo de papel, El escarabajo de oro y El ornitorrinco, que fueron espacios de resistencia en los peores años del país. El legado de Castillo es una obra sólida e insoslayable, y también una figura de escritor comprometido con la literatura y con su tiempo”.

Aclarar hasta que desensillen”

Liliana Heker tenía 16 años cuando se animó a escribirle una carta a Castillo en la que incluyó un poema de su autoría. La respuesta de él hoy se hubiera viralizado: “El poema es pésimo, pero por la carta se nota que sos una escritora”. El escritor la invitó a formar parte de la revista El grillo de papel. Heker observa que el legado de Castillo es tan vasto, diverso e intenso que es casi imposible sintetizarlo en pocas palabras. “Ha sido sin duda uno de los grandes maestros de la narrativa latinoamericana. Su obra cuentística es excepcional y sus novelas son de una intensidad conceptual sorprendentes. Como poeta, nos ha regalado su fiesta secreta maravillosa, y sus textos de no ficción son brillantes, lúcidos y también muy variados porque van desde lo personal, lo íntimo, hasta grandes temas ideológicos”, plantea la escritora.

“Lo que de verdad me importa señalar hoy, en esta circunstancia pavorosa que estamos viviendo, es su compromiso permanente con nuestra realidad: el polemizar siempre, el poner en la superficie las ideas, la discusión. Su coherencia con su ideología se puede seguir a lo largo de los editoriales y los textos de las revistas literarias; él militó continuamente sus ideas. Eso es admirable y es algo a lo que hay que volver porque ese aprendizaje hace falta hoy”, reflexiona Heker y elige un ejemplo. Poco antes del golpe militar de 1966, algunos intelectuales "bastante respetables" decían que había que “desensillar hasta que aclare”. La frase que utilizó Castillo en ese momento fue “aclarar hasta que desensillen”, título de uno de sus editoriales. “Esa frase, ‘aclarar hasta que desensillen’, con una vigencia enorme en esta circunstancia también, marca lo que fue Castillo como intelectual: un escritor comprometido, con una ética irreprochable a lo largo de toda su carrera”, concluye la escritora.