La historia, también la deportiva, a veces se construye con personajes anónimos. Tipos desconocidos que aparecen espectralmente en un episodio mítico y desaparecen enseguida, sin que nadie sepa quiénes son, o como si hubieran sido fantasmas que se infiltraron un par de minutos en la vida de nuestros héroes en pantalones cortos, dejaron una huella y nunca más volvieron a ser vistos.
Esa especie de astigmatismo, el de no ver al “otro” de la foto (como la presencia habitualmente desapercibida del australiano Peter Norman entre Tommie Smith y John Carlos en el podio del “Black Power” de México 68), también ocurre en “Once Brothers”, un magnífico documental producido en 2010 por la NBA para la serie “30 x 30” de ESPN y traducido en Argentina como “Una vez hermanos” (en España es “Amigos y Enemigos”). Es una crónica que intercala la excelencia deportiva con el aniquilamiento de las relaciones humanas que provocan las guerras: con el desmembramiento de Yugoslavia y de todos sus ejércitos deportivos simbólicos (como su extraordinaria selección de básquet) a comienzos de la década del 90, un serbio, Vlade Divac, y un croata, Drazen Petrovic, ambos figuras de la NBA, pasaron de ser amigos, confidentes y compañeros de equipo a convertirse en enemigos y traidores a escala nacional. En medio de un conflicto que terminaría con 130.000 muertos y millones de desplazados en los Balcanes (la mayor masacre europea después de la Segunda Guerra Mundial), Divac y Petrovic quedaron enfrentados entre aureolas de héroes, traidores y guerrilleros. Si “Once Brothers” tiene cientos de miles de visitas en YouTube es porque fascina por igual a los fanáticos del deporte y a quienes no sabrían mencionar a dos equipos de la NBA. El deporte es el vehículo de la trama.
Pero quien encendió el problema entre estos dos fenómenos del básquet, el disparador de la pelea personal al son de un conflicto nacionalista y étnico que en las décadas anteriores había arrastrado un ruido sordo y que en 1990 ya estaba sobre la superficie (Croacia quería independizarse de Yugoslavia, y lo conseguiría al año siguiente), es un total desconocido. Petrovic y Divac se enemistaron tras la aparición de un hombre del que no hay ninguna referencia concreta, salvo un par de fotos y unos pocos segundos de video. Es un personaje que irrumpe en el campo de juego del Luna Park, en Buenos Aires, y del que todo lo que se supo en estos años es lo que se ve en las imágenes del documental: que usaba bigote, vestía pulover, parecía tener entre 35 y 45 años, llevaba una cartera de fotógrafo (¿para disimular su irrupción en la cancha?) y, sobre todo, que agitaba una bandera de Croacia.
Recién había terminado la final del Mundial, que justamente había consagrado campeón a Yugoslavia, y las imágenes eran retransmitidas a gran parte del mundo, pero en ningún lugar eran seguidas con mayor atención que en la Yugoslavia integrada por las repúblicas de Serbia (que incluía a Kosovo y Vojvodina), Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Bosnia-Herzegovina. El quiebre en el documental, o sea en la relación entre los amigos, ocurrió cuando Divac, serbio, encaró al hincha intruso y le arrebató la bandera croata. En el momento pareció un incidente mínimo, una anécdota en comparación con el reciente título del mundo, pero el asunto estallaría al regreso a los Balcanes. Aquella pelea fue el combustible para una geografía que se prendía fuego. Divac sería considerado un “héroe” en Serbia y un “guerrillero” en Croacia (periodistas locales dijeron que, además de haber agarrado la bandera, la había escupido y pisado), incluso para su hasta entonces amigo Petrovic, quien ya no le volvería a dirigir la palabra, sin saber que estaba próximo a morir en un accidente de autos en 1993, en la cúspide de su carrera, durante una gira con la flamante selección croata.
Lo curioso es que “Once Brothers” no recopila el nombre, el testimonio ni la nacionalidad del hincha que portaba la bandera e involuntariamente (o no) se transforma en un mojón en la relación. Tampoco aparece en ningún otro registro periodístico de la época ni posterior (al menos en Internet). Sin ese personaje fantasmagórico, Divac y Petrovic no se habrían peleado, o al menos no en ese momento (seguramente más adelante sí se habrían distanciado, producto de la guerra que estallaría entre 1991 y 1995 entre Croacia y el Ejército Yugoslavo, dominado por los serbios, posterior a la declaración de independencia croata, en junio de 1991). O dicho de otra manera: sin el hombre de la bandera, “Once Brothers” no se habría filmado. La bandera de la discordia es su punto de fuga.
Veintisiete años después de la final del Mundial 90, y siete después del estreno del documental, el hincha desconocido que entró con la bandera croata al Luna Park levanta el teléfono en su casa de Santa Teresita, en el Partido de la Costa. Al fin deja de ser anónimo: se llama Tomás Sakic y tiene 68 años, por lo que en 1990 tenía 41. Está claro que vio “Once Brothers”, y que se vio a sí mismo en “Once Brothers”, más de una vez. Cuenta que es profesor de historia pero que también trabajó como periodista. Y como si hubiese estado esperando que alguien le preguntara por su protagónico oculto del 20 de agosto de 1990, arranca con sus recuerdos.
–No soy croata, sino argentino hijo de croatas: nací en Rosario y en el Mundial (de fútbol) del año que viene, en el Croacia-Argentina, voy a hinchar por Argentina. Pero sí, soy el hombre que entró con la bandera croata al Luna Park. La bandera de Croacia es una cosa de familia, aunque en honor a la verdad tengo que ser honesto: Divac me arrancó la bandera y yo después la recuperé, pero no la escupió ni la pisoteó. Que haya tironeado la bandera era una ofensa, claro, una actitud irrespetuosa, pero no la escupió. Ahí se produjo el quiebre de la amistad entre Divac y Petrovic.
–Entré al campo de juego cuando terminó el partido. Ya la venía preparando (su entrada) y sabía que la televisión todavía no había cortado la transmisión. Mostré la bandera con el escudo croata, en vez de con la estrella comunista, y enseguida se me vinieron unos tipos de la embajada (yugoslava) con las manos en los bolsillos. Pensé que tenían chumbos. Yo estaba con uno de mis hijos, que jugaban al básquet en Huracán de San Justo. Fue arduo para mí, siempre lo voy a recordar: fue el día en que nos pusimos espalda con espalda, mi hijo y yo, cuando entró la gente de la embajada.
–En la final yo no hinchaba por Yugoslavia (el rival era Unión Soviética), aunque tampoco quería que perdiera. Simpatizaba con los croatas del equipo, (Toni) Kukoc, Petrovic, Zoran (Cutura). Yo pensaba que Divac también era croata. Recién en ese momento, cuando me agarró la bandera, me di cuenta de que era serbio. Nunca se había manifestado políticamente.
–Divac me agarró la bandera y yo lo corrí. Me costaba moverme porque tenía el bolso de fotógrafo. Las imágenes no lo muestran, pero hubo un momento en que nos quedamos a 10 centímetros, cara a cara, tironeando los dos. Yo le podría haber pegado una piña, él también. Yo medía 1.80 metro y él, 2.12 metros (2.16, en realidad). Los jugadores tenían órdenes de no responder, de no reaccionar, porque sabían que podrían surgir este tipo de manifestaciones. Y yo también me quedé en el molde: no quería perjudicar a Argentina.
–Petrovic se quedó a un costado, no quiso intervenir hasta no ver de qué se trataba, pero después le contaron. De hecho, en el documental habla el hermano de Petrovic, Aleksandar, que ahora es el entrenador de Croacia (este año, en realidad, asumió en la selección de Brasil), y le responde a Divac, que había dicho que reaccionó contra mí porque la bandera de Croacia no tenía nada que ver, que había sido un triunfo de Yugoslavia y no de otro país. Pero lo que dice el hermano de Petrovic es que cómo no se iba a poder mostrar la bandera de Croacia, si Croacia formaba parte de Yugoslavia.
–Ese día empezaron a llamar a mi casa desde Australia, Europa y todos lugares del mundo. Siempre tuve contactos con la comunidad croata, y la gente estaba feliz. El mundo había visto una bandera que era negada desde 1945. Quedaba claro que esa selección no era Yugoslavia, que también había croatas. Aquello trajo consecuencias. A Divac no le dejaron entrar a Croacia. De hecho en el documental se ve que, cuando vuelve, no lo miran bien.
Pero el apellido Sakic no termina, ni empieza, en su incidente entre Divac. Una simple búsqueda en Google de “Sakic” y “Santa Teresita” arroja un par de títulos que no pasan desapercibidos: “Revelan que un ex jerarca nazi vive en Santa Teresita”, de Clarín, en abril de 1998, y “Pena máxima para Sakic en Croacia: el ex jefe del campo de concentración de Jasenovac, extraditado de Argentina, fue condenado a 20 años de prisión en Croacia”, de Página 12, en octubre de 1999. No se trata de Tomás Sakic, claro, sino de Dinko Sakic, de 78 años en el momento de la detención. “No voy a hablar de eso… No hace falta”, se negó Tomás a confirmar o desmentir su (más que presunto) vínculo familiar con Dinko, el ex jefe de un campo de concentración en Croacia durante la Segunda Guerra Mundial, a quien un juzgado de Zagreb encontró culpable de “crímenes contra la comunidad” (y que según la extensa biografía que lo describe en Wikipedia en inglés, es un ex líder croata fascista que fue miembro de la Ustasha –organización terrorista aliada del nazismo-, llegó a Argentina en 1947 y murió en Zagreb en 2008).
La historia es una mamushka de revelaciones inesperadas, también en Tomás Sakic, el hombre desconocido que hizo pelear a Divac y Petrovic. El “otro” de “Once Brothers”.