El origen de la ópera prima de Germán Vilche, El sueño de Emma, tiene mucho que ver con su propia historia, cuando se fue de Junín, su ciudad natal, a los 18 años, para estudiar en Buenos Aires. Se relaciona con ese desapego y también con que al momento de hacerla, hacía poco que había sido padre. "Mi hija tenía entonces un año y pico. Tiene que ver con descubrir un amor tan incondicional, tan indescriptible, que nunca había sentido, y fue lo que se reflejó en el personaje Marcos: una situación de impotencia de no saber qué hacer", cuenta el director acerca de la vinculación con el film que se estrena este jueves a las 20 en el Gaumont.
Emma, de 16 años, y su papá Marcos, de 48, viven en una casa humilde en el Delta del Tigre. Emma está ensayando una obra de Shakespeare en el colegio y sueña con viajar a Londres. Un día sucede lo impensado: la maestra le consigue una beca de intercambio cultural con Inglaterra. La idea de estar separados los desarma y juntos tendrán que aprender otra forma posible de amar. Emma es sensible y sueña a lo grande. Marcos es más rudo, malhumorado, y atraviesa el duelo de haber perdido a su mujer, la madre de Emma, y eso lo hace vivir con resentimiento. Ahora, ¿Marcos no quiere lo mejor para su hija y la arrastra a la soledad en la que él vive? El hombre no quiere saber nada con que su hija viaje. ¿Es tan rudo Marcos o, en realidad, lo que demuestra es nada más que una cáscara, el envoltorio de un ser profundamente vulnerable?
Vilche (Argentina, 1980) realizó sus estudios en la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y se especializó en Cinematografía y Dirección de Cine. Tiene una amplia experiencia laboral en series de televisión, documentales, comerciales y videoclips. Como director de Fotografía, trabajó en numerosos comerciales globales, videoclips y largometrajes. En 2015, debutó como director con el cortometraje Sol de Enero, co-dirigido con Maxi Cáceres. En 2017 dirigió su segundo cortometraje, La casa del río. Su pasión por contar historias va de la mano con su amor por la naturaleza. Su cortometraje Fugitiva fue filmado en la Patagonia. Sus otros dos cortos se rodaron íntegramente en el Delta del Tigre, al igual que El sueño de Emma.
-Son dos historias en paralelo o dos modos de vivir que se cruzan: el mundo adulto con sus dolores y el mundo adolescente con sus sueños. ¿En ese cruce está el conflicto que te propusiste?
-Sí, un poco el conflicto se dio naturalmente en búsqueda de esta historia. Creo que todo nace, como te decía, con este amor tan profundo por alguien, con Marcos atravesando este dolor de la pérdida de su mujer. Entonces, toda su energía la volcó en en hacer feliz a su hija. Y cuando se encuentra con que la felicidad de su hija radica en abandonarlo, no queriendo, sino por una cuestión de su propio sueño, justamente ahí es donde nace y florece el conflicto.
-¿El adulto y el doloroso trabajo del duelo pueden ser distantes del mundo de los adolescentes que se sienten inmortales al tener la vida por delante?
-Sí, totalmente. A mí me pasó esto de algún modo. Nació mi hija cuando yo tenía 38 o 40 y fue justamente la edad que más o menos tenía Marcos. Y yo creo que, a esa edad , justamente te replanteás todo en la vida y empezás a resignificar las raíces, los amores, todo lo que tiene que ver con lo más innato e instintivo. Entonces, a Marcos le pasa eso justamente. Es una persona supercerrada, isleño, que vive en su burbuja de seguridad, donde puede contener y cuidar a su hija y tener una vida en la que nadie le hincha mucho las bolas. Es muy reacio a recibir cualquier muestra de cariño y encuentra su seguridad en ese bloqueo.
-¿Crees que, a veces, los padres en su egoísmo actúan como dueños de los hijos, cuando no lo son?
-Sí, puede pasar. Personalmente, trato de ser bastante consciente con eso, pero sí puede haber gente así. Es una pregunta muy interesante, pero también muy ambigua porque hay muchos perfiles de personas en el planeta y cada uno puede vibrarlo o sentirlo de distinas maneras. Hay gente que tiene hijos justamente para tapar un vacío de un padre que no tuvo, o de una madre que no tuvo, o de un amor que lo abandonó o que lo está por abandonar. Hay tantos casos y hay mucha gente que tiene hijos para potenciar el amor de una pareja.
-¿Y esta película habría existido si vos no hubieras sido padre?
-Habría existido, pero hubiese sido otra porque yo ya había filmado dos cortometrajes en el Delta y en la misma zona donde filmamos El sueño de Emma. Y es un lugar que me inspira muchísimo a escribir historias porque es un sitio donde me abstraigo mucho de de la realidad, del tiempo, de la ansiedad, de la adrenalina que se vive en el día a día. Es una burbuja en sí, una pausa, un paréntesis. Y en esa relajación, es donde salen las cosas más creativas. Yo había filmado dos cortos ahí, otro corto en la Patagonia, pero éste iba a ser un cuarto corto que iba a filmar ahí en el Delta. Iba de otra cosa: de una niña que iba a visitar a una abuelo que se estaba por morir y el abuelo la había llamado para que fuera a pasar Navidad con él su última Navidad. Algo así iba a ser el corto. Hubiese sido otra película totalmente.
-¿Qué le aportaba este paisaje a la historia?
-Mucho. El Delta es un personaje más en la historia y bastante protagonista porque es el que marca el ritmo, el que marca el movimiento y las acciones. Todo se mueve en el mismo tiempo, como se mueve el río, como se mueven los árboles, con el viento que lo escuchás venir de lejos. La cámara se mueve orgánicamente, los personajes se mueven muy en ese en ese tempo. Yo soy amante de lo rítmico, de las puestas en escena y de las coreografías a la hora de filmar. Y creo que el río ayudó mucho a los planos secuencia, sobre todo. La mayoría de las escenas están contadas con planos secuencia, y en alguna que otra, por limitaciones geográficas del lugar, no había dónde poner la cámara y había por ahí un corte de otra toma, pero la película arranca con un plano secuencia de cuatro minutos y medio, de los cuales me siento muy feliz porque la mayoría de la gente no lo nota y eso quiere decir que está bien hecho, que es imperceptible. La cámara no se nota, pero está ahí, protagonista, espectadora, haciendo sentir al espectador.
- Y, además, el paisaje le otorga esa necesidad de soledad que tiene la historia y sobre todo para el personaje de Marcos, un hombre que, de algún modo, se esconde de la realidad.
-Sí, sin duda. Hay muchos Marcos en el Delta, muchas personas: de refugiados nazis a gente que, por ahí, era su casa de fin de semana y se quedó medio sola y terminó viviendo allá. Hay gente que decidió irse a vivir allá en busca de un hábitat más tranquilo. El Delta tiene mucho de eso, tiene una impronta narrativa muy fuerte. Y a la hora de contar historias me ayuda muchísimo. Lo siento como natural, pero analizándolo no tengo dudas de que es así.