No podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza, menosprecia, en cambio, los valores genuinos que la vida le ofrece. No obstante, al formular un juicio general de esta especie, siempre se corre peligro de olvidar la abigarrada variedad del mundo humano y de su vida anímica, ya que existen, en efecto, algunos seres a quienes no se les niega la veneración de sus coetáneos, pese a que su grandeza reposa en cualidades y obras muy ajenas a los objetivos y los ideales de las masas. Se pretenderá aducir que sólo es una minoría selecta la que reconoce en su justo valor a estos grandes hombres, mientras que la gran mayoría nada quiere saber de ellos; pero las discrepancias entre las ideas y las acciones de los hombres son tan amplias y sus deseos tan dispares que dichas reacciones seguramente no son tan simples. (El malestar en la cultura – Sigmund Freud)

De lo identitario

Parte I

Cerraron las puertas, luego cerraron los habitáculos, más tarde cerraron su boca, por ende, inutilizaron su habla. Luego cerraron sus ojos, produciendo una ceguera descomunal. Por último, anudaron en sus testículos una culebra viva. Allí, desprovisto de toda autonomía vital, quedó aislado del mundo de los vivos. Afuera, la lluvia torrencial humedecía las calles, mientras los arboles sudaban de dicha.

¿Quiénes habrían sido los verdugos y quién la víctima?¿ Acaso importa? En este conglomerado de rupturas vinculares, la oscuridad reinante adentro, contrastaba con la incipiente luz de un sol cómplice. El puente entre ambos escenarios estaba dinamitado.

La exuberante dicotomía masturbatoria impedía el abyecto gesto de cierta reconciliación humana. Lo que no brillaba, simbolizaba la tenebrosa energía de lo arbitrario. La luz se había disipado, como huyendo de tanta mortandad camuflada.

El espectro, anudado en su encierro oscurantista, no podía fluir como un ser humano. Gemía sus tormentos. Lisiado en su cuerpo y en su alma. La existencia primordial lo había abandonado. Había caído en el abismo como mortaja de lo efímero, como eje pendular para funcionar.

Aquello de meditar bajo un frondoso nogal en horas de la siesta, con las chicharras sonando sus cantos monótonos, había quedado en un olvido tan trágico como soporífero.

Nunca abrazaremos al que se erige como líder luego de traicionar lo que siempre fue y representó. Lo que fluye como mandamiento inescrutable en las venas del pensamiento siempre será el ancla donde encallar las ideas. Estas te mostrarán sin disfraces. Te delatarán, por más que los ribetes dialécticos reluzcan con la agenda de la moralidad política.

Abrieron las puertas, donde la luz de una mañana otoñal preciosa, inundó el recinto de cierta belleza inusual. Allí, en esa atmósfera diabólica, el espectro aun respiraba el aire de los vivos. Sin habla. Sin ojos que pudieran ver los destellos del otoño que arribaba majestuoso. Sin testículos. Pero con una motivación extraña sacudió su encierro y como pudo, aceptando aquel castigo como propio, avanzó hacia la civilización.

Si antes estaba estigmatizado, ahora, en su estado, solo existía para el deleite de los insólitos seres alados, que de vez en cuando creían en una misericordia divina donde todo lo creado tendría la misma oportunidad frente a los días por vivir.

La existencia de la vida en sociedad, manifestaba lo coercitivo como anclaje y motor para torcer voluntades débiles, adormecidas. El rigor que establece el poder y la falta de la autenticidad de lo íntimo, de aquello que somos. “Somos”. Estamos vinculados a la vida a través de los afectos, de lo económico, en lo laboral, en lo académico, en lo social, en lo político, en la muerte.

Solo tenemos que establecer un dique donde nadie ni nada podría inundar nuestra intimidad. Allí somos, seremos. Únicos. Propios.

Parte II

Una casa donde vivir es como un ataúd colorido. Lo que los separa es la vida, tan efímera. Terminar en un ataúd podría entenderse como algo injusto y desesperante. Nacer, vivir, morir. Esa mecánica funcionalidad cotidiana. Nos cuidan hasta que podemos entretenernos, luego nos vuelven a cuidar para que no molestemos.

¿Cuándo dejamos de ser parte de un engaño tan original como arbitrario? Nunca. La posesión es total. Aunque en ocasiones se podría escapar de la trampa social. ¿Y de la certeza de la muerte física? Jamás. El cuerpo, nave tan mágica como perecedera, debe extinguirse, envejecer, esfumarse, hacia una patria de gusanos. ¿El resto? Hablamos de la mente y sus dominios conscientes e inconscientes. Esos territorios inhóspitos de tanta sensibilidad y ostracismo. Y el alma o el espíritu. Aquello que flota como una misteriosa sensación íntima que ejerce una dicha ajena a los confines de la naturaleza humana corruptible.

Una casa representa un lugar donde estar en paz, seguros, resguardados. La primera casa deberíamos ser nosotros mismos. La Biblia plantea que somos templo del espíritu santo. Resulta una apreciada visión. ¿Ahora, como habitamos esa propiedad que encarnamos nosotros? No es el motivo responder a esa pregunta existencial en este ensayo. Estamos inmersos en una fiesta social, donde el encanto perturbador de pertenecer, nos obliga a negociar frente a situaciones dramáticas, lo que creemos y somos.

La rebeldía surgida en una soledad conquistada, nunca especulará, cuando las luces de la apariencia seductora, solo representen el miserable estado de la convivencia humana.

¿Una vez depositado el cuerpo en el ataúd o prendido fuego, dejamos de ser? Para el resto de los seres vivos pasamos a representar recuerdos, visiones de lo que fue, del pasado.

¿Y qué ocurre con nosotros? ¿Vislumbraremos una eternidad posible? ¿Estaremos viajando sin tiempo, sin cuerpo, por un espacio sideral? ¿Nos juzgarán por nuestros actos terrenos en un juicio tan patético como inhóspito? ¿Dejaremos de existir como seres que representamos una personalidad definida? ¿Habrá un cielo, una tierra, una ciudad, un oasis, un embudo donde reposar la vida que hemos vivido? ¿Estará Dios, el diablo, los ángeles, nuestros afectos, Jimi Hendrix o Spinetta?

Una casa lo es todo. Ya sea en la tierra o en el cielo. Nunca he visto tal desesperación cuando se patea un hormiguero y las hormigas se desesperan por la pérdida de su hogar, construido meticulosamente, con tanto esfuerzo. Mientras tanto, los seres humanos, tienen el defecto de acomodarse, de adaptarse hasta el hartazgo. Transformarse en presa miserable de su misma corrupción original.