Salgo sin rumbo del castillo colonial San Carlos de la Cabaña a tomar un poco de aire habanero y me cruzo con otro baluarte almenado de líneas moriscas: un cuartel militar de la primera mitad del siglo XX. Sobre el pasto, medio centenar de soldados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias practican artes marciales al rayo del sol. Mi paseo por la evolución de la estrategia militar defensiva desde el siglo XVIII al XX cobra un giro aún más inesperado: diviso a 500 metros una serie de misiles gigantes apuntando al cielo, aviones fuera de época y cohetes con la sigla CCCP de fabricación soviética.
Avanzo por una calle solitaria entre verdes campos militares hasta una elevación del terreno con terrazas escalonadas. Es un museo militar al aire libre creado en 2012 con artillería pesada, dedicado a la Crisis de Octubre de 1962 cuando la Unión Soviética y Estados Unidos estuvieron a punto de aniquilarse en una guerra termonuclear.
Un misil verde camuflaje me atrae por su tamaño: 22,1 metros de largo. Nunca había visto uno tan de cerca y me paro al pie de la plataforma de metal con ruedas que lo sostiene semioculto entre la vegetación, tal como estuvo en las costas cubanas en la semana más caliente de toda la Guerra Fría.
Estoy solo en medio del gran parque, casi debajo del cohete balístico; siento que me va a aplastar con su sola presencia inmóvil. Pero lo que realmente me hiela la sangre es la información del cartel explicativo: es un R-12 (SS4) con alcance de 2100 kilómetros que pesa 27.200 kilos y tiene una capacidad de carga nuclear de 1 megatón, 77 veces más que las bombas atómicas arrojadas sobre Japón.
Pienso en esas siluetas de hombres que quedaron dibujadas en las paredes de Hiroshima -son el negativo de su sombra- y estiro el brazo hasta tocar con la yema de los dedos el borde curvo del misil. Un reflejo me hace retirar la mano como si hubiera recibido un shock de electricidad. Aun ya “muertas” y desactivadas, la potencia de estas armas resulta pavorosa. En el silencio absoluto del parque, intento en vano imaginar la intensidad sonora de la explosión.
UN AVIÓN DERRIBADO El 22 de octubre de 1962 el presidente Kennedy anunció al mundo que sus aviones espía habían descubierto plataformas de misiles nucleares apuntando a Estados Unidos en costas cubanas. Comenzaba así la famosa Crisis de Octubre, con la orden del presidente norteamericano de iniciar un bloqueo naval y aéreo total a la isla.
Un año antes, 1300 cubanos entrenados por la CIA habían invadido la isla por Playa Girón. Fracasada esa intentona, los servicios secretos soviéticos descubrieron que Estados Unidos financiaba atentados contra el líder de la Revolución Cubana e incluso planeaba el desembarco en Cuba con sus propias fuerzas militares. Informado de esto, Fidel Castro negoció con los soviéticos la instalación de los misiles como disuasivo para evitar la invasión.
Rápido de reflejos, Fidel Castro se adelantó a cualquier jugada de Kennedy lanzando un “alerta de combate” el mismo 22 de octubre a las 17:35: 400.000 cubanos y 43.000 soldados soviéticos se movilizaron para repeler la invasión considerada inminente.
Unos paneles relatan la cronología dramática de los hechos y en una gigantografía leo la tapa de una edición extra del diario Revolución.
“LA NACION EN PIE DE GUERRA ordena el Primer Ministro Fidel Castro ante el peligro de agresión dispuesta por Kennedy. Fidel hablará hoy al pueblo.”
Me alejo unos pasos hasta un avioncito plateado sin ventanas que parece un dron: es un cohete alado SOPKA SSC-2 teledirigible, hecho a partir de la modificación de un avión MIG-15. Hubo 34 de estos proyectiles en toda la isla.
En medio de la crisis Kennedy reclamaba examinar las instalaciones rusas y el retiro de las armas nucleares. Otro panel con foto reproduce la respuesta de Fidel el 23 de octubre de 1962 por TV: “Cualquiera que intente inspeccionar a Cuba debe saber que viene en zafarrancho de combate”.
Fidel Castro advirtió que derribarían los aviones U2 si seguían violando su espacio aéreo. Pero la fuerza aérea norteamericana no se lo tomó en serio. El 27 de octubre fue tumbado uno de esos aviones en el oriente de la isla y la conflagración mundial parecía inminente; ambos lados estudiaron la posibilidad de atacar primero de manera preventiva. El comando subterráneo soviético-cubano que podría haber apretado el botón fatal estaba precisamente aquí, bajo la tierra que piso.
A mis pies yace también un ala completa de aquel avión, parte del chasis y el motor abollado. Y a unos metros está el cohete balístico Luna de 10,2 metros de largo y 2600 kilos que se transportaba en tanques. Los rusos desplegaron 36 de ellos –12 con cabezas nucleares– en los poblados de Artemisa, Managua y Remedios. En total hubo 45 armas nucleares en la isla caribeña.
Una foto de la época muestra al secretario general de la ONU, U Thant, parlamentando en el Palacio Presidencial de La Habana con Fidel Castro. En la tarde del 28 de octubre la tensión mundial se apaciguó cuando rusos y norteamericanos llegaron a un acuerdo sin consultar a Fidel Castro, quien acusó a Kruschev de ceder todo por muy poco: los rusos retiraban las armas a cambio del compromiso norteamericano de no invadir Cuba y de que estos se llevaran el arsenal nuclear que tenían en Turquía, el límite con la Unión Soviética. Fidel declaró que hubiera exigido además el levantamiento del embargo y el cierre de la base militar de Guantánamo.
Un panel cita el momento álgido de la negociación con una frase de Fidel el 1° de noviembre: “Poseemos proyectiles morales de largo alcance que no pueden ser desmantelados ni serán desmantelados jamás. Esta es nuestra arma estratégica más poderosa”. Las plataformas nucleares fueron retiradas en diciembre y embarcadas hacia la URSS.
En el lapso de aquella semana el mundo contuvo la respiración. Esa misma sensación de dramatismo se revive un poco al recorrer este parque, observando sin mediación las armas que fueron la razón del conflicto y que hoy tienen un aura de reliquia bélica: yo también exhalo aliviado al leer el final feliz de la cronología, por más que supiera de antemano el desenlace.
FLASHBACK DE LOS ’50 Al pie de las terrazas estaciona un Chevrolet descapotable de 1955 con un avioncito plateado decorativo en la punta del capot, el mismo que llevaban en los ’50. Lo observo en detalle y descubro en la nave miniaturizada casi el mismo modelo que el MIG-15 hecho proyectil que está detrás, aumentado mil veces y que alguna vez fue moderno.
El mofletudo auto con algo de Batimóvil parece recién salido de fábrica y se baja de allí un setentón norteamericano que acaba de desembarcar de un crucero llegado desde Estados Unidos. El hombre camina serio por el parque bajo un sombrero de vaquero, acaso recordando aquellos días que presagiaban un apocalipsis: cualquiera de estos cohetes podría haber caído sobre su casa. Y uno similar habría hecho polvo el hogar habanero del chofer del taxi, un niño en aquel tiempo. Kennedy y Castro ya son definitivamente una leyenda y este cementerio de reliquias nucleares es el documento más vívido imaginable para entender, y de alguna manera sentir, aquella semana en la que el mundo estuvo a punto de acabarse. Aquí, por momentos, nos aploma el peso de la historia.