En un contexto sociopolítico en el que el odio y la violencia parecen avanzar cada vez más y con mayor impunidad –basta ver lo que ocurrió en la represión ejecutada por las fuerzas de seguridad a cargo de Patricia Bullrich contra los jubilados–, urge pensar la coyuntura desde espacios más amorosos, empáticos, contenedores, de lucha y resistencia. Un buen lugar para ir a buscar esas otras formas de pensar(nos) es el teatro, que en la potencia de un texto y en los cuerpos de actores, actrices, bailarinxs, performers y músicxs permite reflexionar sobre las subjetividades contemporáneas e imaginar salidas posibles. En el último tiempo surgieron en los distintos circuitos teatrales de la ciudad de Buenos Aires numerosas exploraciones para pensar el presente desde conceptos que el colectivo LGBTIQ+ aporta al debate actual: ideas centrales como diversidad y comunidad.

El odio en el discurso y en la escena

En tiempos en los que el poder intenta atomizar a la sociedad, se hace preciso pensar desde lo colectivo. El teatro viene haciéndolo hace siglos. No se intentará aquí hacer una enumeración exhasutiva pero sí dar algunos ejemplos de este tipo de indagaciones. Marcelo Allasino, artista escénico y gestor cultural de Rafaela, dice sobre su obra más reciente El Último. Diatriba de amor por mensaje de audio: "El origen del proyecto está en una mezcla de impotencia y necesidad. La noticia de los asesinatos de Enzo Aguirre y Fabiana Luna me sacudió por la proximidad. No pude procesarlos de otra manera que escribiendo. No se trataba solo de la brutalidad de los hechos en sí, sino del modo en que la sociedad los metabolizaba: con indiferencia, con justificaciones, con la repetición de discursos que insisten en responsabilizar a las 'malas víctimas'. El teatro, para mí, es un lugar de disputa simbólica, y sentí la urgencia de discutir lo que sigue enquistado en nuestro entramado social: el desprecio por las vidas que no encajan en la norma".

Allasino sostiene que los crímenes de odio no ocurren en un contexto abstracto sino que "son resultado de una pedagogía de la violencia que se enseña desde la infancia, que se refuerza en la familia, en la escuela, en la iglesia, en los medios de comunicación y, ahora más que nunca, en el discurso político". Los detalles del caso de Aguirre son escalofriantes y tienen que ver con la obra: el chico de 23 años murió de una asfixia mecánica por sofocación con un calzoncillo y una remera que sus agresores le colocaron dentro de la boca. Pero tal como señala el director, "la violencia no solo es física, también es económica, simbólica, afectiva". El último pone esa maquinaria en escena con dos actuaciones muy sólidas (Agustín Keller y Hervé Segatay), y se pregunta por las complicidades, los silencios y las omisiones de la sociedad.

Cuando lo personal se hace político 

Jorge Thefs, intérprete, performer, bailarín y director, reestrenó en el marco del Club Paraíso su obra Cantata para una rumia mental y cuenta que todo empezó con los textos que el actor Ariel Osiris comenzó a enviarle por WhatsApp como "botellas arrojadas al mar" después de ver su obra Carne de consumo personal: "Yo había empezado a trabajar con el teatro performático documental. Él vio esa obra y me dijo que quería hacer algo similar pero rápido, porque sentía que no le quedaban más de diez años. Con esa premura decidí poner manos a la obra en la dramaturgia: trabajé a partir de sus textos, escribí otros para sumar y le pedí más escritos sobre temas específicos. Así empezó el diálogo con el universo de Ariel".

El proceso llevó dos años. En la presencia escénica de Osiris, Thefs encuentra frescura y fragilidad: "Eso tiene que ver con su cuerpo, su experiencia, sus cicatrices y también con su versatilidad: él es un actor serio que estudió en la Escuela Argentina Modelo de Teatro y, por otro lado, hizo lypsinc como transformista. Es decir, pasó por la academia y por los sótanos. Es un intérprete con mucha vitalidad, muy liminal. Está presente y vivo todo el tiempo en escena, es una maravilla", dice el director. Ver a Osiris es una experiencia radical porque su cuerpo aloja la historia de una comunidad, las cicatrices de una nación. Él narra la experiencia de haber sido un chico gay en plena dictadura, expone su mirada sobre el arte, y da su testimonio sobre lo que significa vivir con VIH o cómo experimenta hoy el rol de padre junto a su pareja.

Cantata para una rumia mental, de Jorge Thefs.
 

"Cada vez que trabajo sobre biografía personal, pienso en qué lugares eso se toca con la esfera social. Gómez-Peña trae la idea de que la performance ingresa a la esfera social y vuelve hacia la escena en un movimiento circular, se retroalimenta. Cuando empezamos a trabajar, Ariel se preguntaba por qué a alguien le iba a interesar lo que tenía para contar y yo le decía que no sólo es de él sino de una comunidad. Aparecía la posibilidad de que lo individual se vuelva colectivo, de que lo personal se vuelva político", explica Thefs, y asegura que con el tiempo entendieron que estaban hablando sobre un fragmento de la historia de una nación.

Los cuerpos y la diversidad

Iván Haidar, performer, coreógrafo y director, se remonta al 2017 como el año en que exploró por primera vez lo que denomina "dispositivo de duplicación" en el proyecto Otra línea, un unipersonal que investigaba la relación entre su yo real y su yo proyectado en escena. "Ahí descubrí la belleza que se produce en esa relación y quise seguir investigando", recuerda. En 2019 el CTBA abrió una convocatoria para estrenar una obra en La Ribera y así surgió Otra comunidad, que en aquel momento fue estrenada con otrxs performers. Hubo una reposición en FIBA durante la pandemia (todos desnudos y con barbijos, como indicaba el protocolo), pero después el grupo se diluyó, algunos miembros se fueron a vivir a otras ciudades y todo quedó en stand by hasta el año pasado, cuando desde Bogotá convocaron a Haidar para montar una obra en tiempo acotado y con un grupo seleccionado por convocatoria. Él propuso aquel trabajo y confiesa que "volvió el amor": "Me encontré con el trabajo, con otros cuerpos, con un grupo que no se conocía y tuvo una experiencia muy diferente a la nuestra; personas con diferentes formaciones y de diferentes generaciones".

Otra comunidad explora el vínculo entre performers pero también entre las identidades vivas y las proyectadas sobre una pantalla blanca ubicada al fondo del escenario. La grupalidad inicial se expandió y hoy incluye a profesionales de diversas disciplinas (Bárbara Alonso, Constanza Copello, Julián Dubié, Josefina Imfeld, Julián Merlo, Mauro Pierotti, María Eugenia Roces, Flor Sánchez Elía y Victoria Delfina Serra). "La idea de comunidad aparece en términos de multiplicidad, de cuerpo grupal y colectivo –dice el creador–. Una construcción que se da entre varios para un mismo objeto, algo que escapa un poco a ciertos conceptos ideológicos que se intentan instalar en la actualidad a partir de esta idea de que las construcciones y las salidas sean individuales".

En la performance de Haidar hay un despojo que exalta lo humano: tanto las imágenes como la música son creadas por los cuerpos en escena y amplificadas por las proyecciones de la cámara o las repeticiones de la loopera. "La obra sucede en una temporalidad extraña que no es pasado, presente ni futuro sino una combinación de varias cosas: algo medio primitivo y futurista a la vez, en una comunidad o civilización originaria", detalla el artista, y señala que apostaron a "una idea de comunidad diversa, y mixturada" porque "hay algo que tiene que ver con el contacto y puede resultar muy revolucionario, sobre todo postpandemia, porque hubo una pérdida del contacto físico en relación al contacto virtual, que es mucho más distante y anónimo".

Otra comunidad, de Iván Haidar.
 

Los ecos de la Marcha Federal Antifascista y Antirracista

Luego de la multitudinaria Marcha Federal Antifascista y Antirracista, estos debates resuenan en la escena independiente y también en otros circuitos, con exploraciones interesantes como El trágico reinado de Eduardo II (de Alejandro Tantanian, Carlos Gamerro y Oria Puppo) en el Teatro San Martín o Las lágrimas de los animales marinos (de Toto Castiñeiras) en el Teatro Cervantes. En relación a la coyuntura, Allasino señala: "El contexto es alarmante. La marcha fue una respuesta necesaria, pero también un síntoma de lo que estamos viviendo: la necesidad de volver a recordarle al poder político y económico algo que creíamos un consenso mínimo después de 40 años de democracia. La proliferación de discursos de odio no es un error ni una sobreactuación de algunos sectores: es una estrategia deliberada, una herramienta de disciplinamiento social. Creo que El último puede leerse como una radiografía de esta época. Nos interpela sobre la mercantilización del afecto, sobre la idea de que el deseo también puede ser una transacción, sobre los cuerpos que el sistema deja afuera y los que son puestos en jaque por su mera existencia. Pero también plantea una pregunta más profunda: ¿de qué manera participamos, activa o pasivamente, en la construcción de esa violencia? Porque el fascismo no empieza con un gobierno: empieza con gestos cotidianos, con los discursos que dejamos pasar, con las jerarquías que naturalizamos".

Thefs, por su parte, opina que "hoy es necesario pensarse en comunidad, y se ha vuelto un micro-acto revolucionario porque lo que propone el presente tiene que ver con un individualismo absoluto y con cierta incapacidad de ver qué es lo que necesita le otre. Se volvió a esta idea de 'mi vecino es un enemigo' y con esta obra sostenemos que la otredad es una oportunidad".Thefs y Osiris comenzaron a trabajar juntos en 2016 y hay una gran riqueza en ese encuentro transgeneracional: "Alguien nos dijo que había algo muy extraño y maravilloso en que haya tanta diferencia de edad entre nosotros y, sin embargo, nos entendamos tan bien. Yo estudié lo que Ariel vivió y él me pregunta ciertas cosas sobre la contemporaneidad, hay algo que va y viene en términos de información y experiencia sensible, es circular".

El creador define Cantata como "un espacio de pregunta y cosquilleo que no tiene que ver con dar verdades absolutas". "Hay ciertos acuerdos que habíamos hecho en relación a los momentos terroríficos de nuestra historia y hoy ya no están. Es terrible porque hay que volver a empezar. Esto tiene que ver con el respeto al otre, con que a la otredad no se la puede matar ni es un enemigo. Hay un montón de derechos que fueron ganados en lucha y no se los puede llevar puestos cualquiera". Haidar opina que "la construcción del individualismo es egoísta y también ingenua, porque siempre hay una consecuencia de lo que hacemos en quien está al lado nuestro, más cerca o más lejos. Vivimos en comunidad y no hay manera de escapar de eso".

"El arte no es un refugio; es un campo de batalla –sostiene Allasino–. No creo en un teatro complaciente ni en uno que se enorgullece de su hermetismo. El escenario es un espacio político por definición y su potencia radica en la capacidad de generar preguntas incómodas, de abrir grietas en la percepción. La historia de las artes escénicas está atravesada por la disputa del cuerpo y del placer: quién puede desear, quién puede existir sin miedo, quién tiene derecho a ser visto. En tiempos en los que la cultura es atacada de forma sistemática, en los que el teatro oficial y comercial miran para otro lado, en los que gran parte de las salas independientes subsisten explotando a los artistas, y en un contexto en el que se nos exige justificar nuestra existencia en términos de rentabilidad, hacer un teatro periférico, desde los bordes, es también desafiar la lógica neoliberal del descarte".

Haidar dice que Otra comunidad es osada incluso en el mercado de las artes, donde históricamente hay una precariedad económica pero gran potencia desde lo humano y las grupalidades. "En nuestros contextos latinoamericanos contamos con menos guita, pero el valor agregado está en el trabajo de las personas. Es difícil lanzarse a hacer un proyecto grupal en este contexto porque es un desafío sostenerlo en el tiempo. Nos encanta poder hacerlo y sentimos que tiene mucho sentido para darle valor a esa idea de lo colectivo, lo grupal". Una de las cuestiones más interesantes es que en esa comunidad de cuerpos múltiples no hay distinciones de género en términos binarios; lo que hay es un género colectivo: el "género comunidad", como lo llama Haidar, algo contraintuitivo en una época en que la derecha intenta ejercer "el control sobre los cuerpos y sus libertades tratando de transformar la palabra libertad en algo que tiene por objetivo el control". Haidar sostiene que "las identidades queer se corren de toda normativa, están por fuera de lo que debería ser o de lo que se espera de un cuerpo, abren caminos y alimentan el verdadero sentido de la palabra libertad que es elegir ser como querés ser y expresarte como querés expresarte".

*Otra comunidad puede verse los jueves a las 21 en Galpón de Guevara (Guevara 326), El último se presenta los sábados a las 20 en El Extranjero (Valentín Gómez 3378) y Cantata para una rumia mental va los domingos a las 19 en El Excéntrico del 18° (Lerma 420). Las entradas están disponibles por Alternativa Teatral.