Deseo de una mañana de verano es el titulo en castellano del film Blow Up, dirigido en 1966 por el cineasta Michelangelo Antonioni. La historia está inspirada en un cuento de Julio Cortázar a partir de un relato del fotógrafo chileno Sergio Larraín, quien un día caminando por las callecitas de la Ile-Saint-Louis en París saca algunas fotos al voleo, vuelve a su taller a revelar, y algo le llama la atención en una de esas imágenes circunstanciales: al ampliarla descubre al fondo, en segundo plano, una pareja haciendo el amor contra una pared. Ese día cae de visita su amigo Julio Cortázar y Larraín le cuenta lo sucedido, entonces el escritor vuelve a su casa y escribe Las babas del diablo que incluye en su libro Las armas secretas (1959). Antonioni lee el cuento y decide convertirlo en Blow-up. Pero en la película no es un acto sexual furtivo lo que pesca el fotógrafo, sino un crimen que se evidencia al ampliar el ángulo de la imagen en donde aparece un cuerpo. El protagonista vuelve al lugar para verificar sus sospechas y se encuentra un cadáver.
La anécdota la contó Juan Forn en uno de sus inolvidables viernes, y viene a cuento de los registros fílmicos y fotográficos de las marchas que circulan y son subidas a las redes sociales por estos días. El “efecto Blow up” es la saturación de imágenes en todos los planos que permite develar cada uno de los movimientos de los protagonistas, especialmente la de aquellos que ejercieron la represión y dejaron sus huellas. Allí los policías no pueden esconderse (ni siquiera los infiltrados) expuestos a las capturas de imágenes que hablan por sí mismas, permiten la interpretación sin ambages en un análisis posterior a los hechos. Al hacer zoom se descubre --objetivamente-- si son culpables o inocentes, si se disparó a 90 o a 45 grados tal como dice el protocolo o señala la ministra. Es decir, tarde o temprano se convierten (o convertirán) en prueba y juicio, sea del tirador escondido entre varios, el poli que golpea con su tonfa a una anciana, otro que aparece duro como drogado, etc. Y quizás esa sea la razón por la que deliberadamente dispararon sobre la vida de Pablo Grillo, porque su cámara podía hablar de los detalles, podía contar desde adentro de la marcha lo que las fuerzas policiales estaban haciendo.
Recuerdo que en los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001 la existencia de cámaras no era por entonces la cantidad que existe ahora. Sin embargo, las pocas cámaras de algunos fotógrafos, como las existentes en algunos edificios públicos, permitieron en forma contundente reconstruir perfectamente la escena de los asesinatos y condenar al exjefe de la Policía Federal Rubén Santos y al secretario de Seguridad Enrique Mathov, entre otros. La saturación actual de puntos de captación de imágenes a través de teléfonos, drones, cámaras, etc. hacen que las grandes marchas y protestas tengan ojos por todos lados. La cantidad de ojos es inaudita. Es decir, a veces el avance de la tecnología puede ser un sesgo discriminatorio o negativo (control facial, profiling, etc), y a veces un ojo que todo lo capta puede poner límites a la violencia institucional desplegada, en tanto tenga capacidad de disuasión de los miembros de la fuerza que puedan sentirse observados en su accionar bajo análisis ex post.
El Mapa de la Policía, la red de cuidado ciudadano para contrarrestar la violencia policial en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, luego de la marcha del miércoles pasado hizo un llamado a la población para que quienes asistieron y tuvieran imágenes grabadas las enviaran en crudo para ser procesadas. El resultado de ese cruce lo acaban de presentar junto a la revista Crisis y el CELS, y es un informe audiovisual preciso en el que revela la identidad del autor del disparo que hirió de gravedad al fotorreportero Pablo Grillo con una granada de gas que le produjo pérdida de masa encefálica y fracturas del cráneo múltiples: se trata del gendarme de apellido Guerrero, legajo 103208, quien a las claras colocó la escopeta en forma horizontal para disparar y no a 45 grados como marca el protocolo. Ese número en la pechera (103208) sobre el traje color caqui (color que diferenciaba al gendarme de los otros), al ser agrandado por Zoom funcionó como el “efecto Blow Up” de la película de Antonioni. Allí estaba el crimen. Bastó cruzar el dato con la nómina del personal policial afectado para dar con el nombre del autor.
La democracia es la que exige a la policía la identificación en la pechera con un número. El número que salta con el zoom y delata al autor del disparo no es un detalle, es --en todo caso-- una defensa de lo que supimos conquistar como pueblo en todos estos años. Hay que estar atento, el autoritarismo va hacia el borramiento de esas identificaciones: como ahora pretenden prohibir los drones en las marchas o perseguir a los fotoperiodistas, no sería raro que en adelante modifiquen los usos de la tecnología para borrar las pruebas y desviar las imágenes.
Julián Axat es escritor y abogado.