El llamado “Proceso de Reorganización Nacional” fue una experiencia del terror, por lo que tuvo valor traumático en la historia del país. La memoria permitió --y no cesa de hacerlo, tanto desde el punto de vista singular como el colectivo-- la elaboración del trauma.

Es cierto que para vivir es necesario olvidar lo penoso, pero, para que ello sea posible, resulta imprescindible la construcción del pasado. Aunque parezca paradójico, Freud sostiene que la única posibilidad de olvido es el recuerdo, pues constituye la condición que permite al aparato psíquico delimitar, recortar un pasado. De lo contrario, el trauma será una herida presente y abierta, que impide la continuación de la vida.

No se trata, en Freud, de la memoria o el recuerdo en tanto sistema enciclopedista, retórico y congelado, que supondría describir o acumular datos de un pasado clausurado; tampocoes el elogio melancólico de la tradición. Por el contrario, desde la perspectiva psicoanalítica, la memoria es una operación de producción de un pasado, que comporta un dinamismo actual y subversivo en relación a la pulsión de muerte. Freud define en 1920 esa pulsión como aquello que vuelve siempre al mismo lugar, un eterno retorno de lo idéntico que tiende a repetirse dolorosa e indefinidamente como una compulsión.

Para el psicoanálisis, la memoria es actual e implica un pasado que se hace carne en la experiencia, por lo que el recuerdo es recuperado en una nueva red, una nueva constelación que deviene potencia del pensamiento. Como acto, la memoria hace presente el recuerdo, el cual permite recortar un pasado que se funda cada vez y que apunta al porvenir.

En este sentido, no es verosímil ni factible lo que algunos enunciados proponen: “Hay que ser positivo, mirar para adelante, no volver al pasado traumático”. Sólo el recuerdo funciona como límite divisorio y hace posible que se recorte un pasado. Dicho de otra manera, para que un acontecimiento doloroso no retorne compulsiva y eternamente, para que se construya una temporalidad pasada, es necesario que esa marca se transforme y tome significacióncomo recuerdo inscripto en la memoria. El recuerdo es una herramienta, un recurso que tiene el aparato psíquico afectado por una marca para tramitarla en lugar de padecerla, hacer posible la vida y la identidad. Sin memoria no hay identidad.

A diferencia de otras transiciones latinoamericanas, la de Argentina no estuvo caracterizada por acuerdos entre los militares salientes y los partidos políticos, tampoco se produjo por la unión de fuerzas políticas para la formación de un nuevo gobierno. La transición democrática argentina se constituyó a través de demandas que se fueron generalizando y que reclamaban, entre otras cosas, la vuelta a las instituciones. En ese período se abrió una suerte de pacto cultural entre dirigentes políticos y población, un acuerdo definido por la revalorización del estado de derecho, las libertades individuales y aquellas que exigían que no se repitiera el trauma pasado: la aparición con vida de los desaparecidos, la verdad, la justicia; la identidad y la memoria concebidas luego como derechos humanos devinieron el eje de la democratización del país.

El actual gobierno de La Libertad Avanza desprecia y ataca las políticas de memoria, verdad y justicia, se opone a los derechos humanos en general y apuesta a desgastar los acuerdos sostenidos en las últimas décadas. Pretende disputar los sentidos sociales de rechazo al terrorismo de Estado, desfinanciar o vender los sitios de memoria y apropiarse de palabras como libertad y Estado.

La ultraderecha que gobierna, en un movimiento orientado por la cancelación de la memoria y la identidad, intenta construir una nueva subjetividad buscando sustituir un pasado construido democráticamente por una narrativa digitada, diseñando sobrevivientes biológicos despojados de derechos, sin futuro ni horizonte, que existirían en un puro presente.

El derecho a la verdad, la identidad, la restitución y la justicia se constituyeron y forman parte de nuestro ideario democrático. La defensa de la memoria es una forma de proteger la posibilidad de la disidencia, de la diferencia, la política y la democracia.

Lo que está en juego no es solo el modo en el que relatamos y recordamos lo que ocurrió en la última dictadura, sino la disputa hegemónica y el límite, hoy muy debilitado, entre democracia y fascismo.

Nora Merlin es psicoanalista.