Cada 24 de marzo vuelven al presente múltiples historias de dolor, de búsquedas infructuosas, violencias de Estado, torturas, desapariciones, muerte, robos de bebés y sustracción de identidades, pero también de encuentros, de amores, de luchas, de pañuelos blancos, de jueves en ronda, de marchas, de construcción de memorias, de esperanzas.
No es muy difícil de ver que son tiempos difíciles para las memorias, para las verdades y para la justicia. Particularmente difíciles por una coyuntura local en las que los discursos violentos, descalificadores, negacionistas y xenófobos, lejos de circular por donde lamentablemente nos tenían acostumbrados, las redes sociales, son moneda corriente en las autoridades del país, teniendo como principal expositor al propio presidente de la nación.
Discursos que generan naturalizaciones y normalizaciones que, como lo demuestra la historia, pueden, bajo determinadas circunstancias, transformar a personas “comunes”, “mediocres”, en genocidas. Ni monstruos, ni enfermos, ni locos, como mencionaba Hannah Arendt, al reflexionar sobre Adolf Eichmann, el conocido genocida nazi, son seres humanos en los que se encarna una banalidad del mal y los vuelve capaces de realizar los actos más crueles ante los que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.
Memorias
No hay una sola memoria sino múltiples. A decir verdad, dado que las memorias son subjetivas, selectivas (no podemos recordarlo todo), cada sujeto construye su memoria. Claro está también que, además de las memorias individuales, hay memorias colectivas y, como no podía ser de otra manera, ambas siempre están relacionadas dialécticamente, las memorias colectivas están hechas de memorias individuales que, a su vez se van construyendo en el marco de dichas memorias colectivas. ¿Qué recuerda un pueblo? ¿Qué recordamos como comunidad? ¿Qué queremos recordar? ¿Para qué necesitamos recordar?
Las memorias de un pueblo, siguiendo a Elizabeth Jelin, son siempre objeto de disputa y tienen una historia, un proceso de construcción que, al inscribirse en relaciones de poder, no siempre es visible, dado que, como objetos en punga, pueden ser hegemónicas o contrahegemónicas. Como menciona Pilar Calveiro, no hay memorias neutrales.
Las memorias incluyen tanto lo que se recuerda como lo que se olvida, lo que se nombra y cómo se lo nombra. Por ejemplo, no es un dato menor, que el Ministerio del Interior del actual gobierno Nacional, llame al 12 de octubre “Día de la raza”, como lo hace en su página oficial y no Día del respeto a la Diversidad Cultural.
Son tiempos extraños, en los que el capitalismo de plataformas, los celulares inteligentes, las redes sociales y las inteligencias artificiales predictivas parecen hacer creer a cada ser humano que es la medida de todas las cosas.
Un “liberalismo de uno mismo”, en términos del filósofo francés Éric Sadin, para quien estaríamos en presencia de un cambio de era, el advenimiento del individuo tirano que obstaculiza e impide toda construcción de lo común. En consonancia, las democracias liberales como mecanismos de legitimación de la definición de lo común en las sociedades modernas son cuestionadas por visiones neoliberales que pugnan por mercatilizarlo todo, aún las subjetividades.
Una suerte de carrera meritocrática hacia el abismo, un sálvese quien pueda posmoderno, en las que cada una de las múltiples desigualdades sociales son vividas y sentidas como responsabilidad individual.
Verdades
Si las democracias son atacadas y más aún, si lo común es negado, construir memorias sobre el terrorismo de Estado como negación absoluta de los Derechos Humanos (aquello común que acordamos después de Auschwitz) resulta imperioso en la actualidad.
Parte de esas memorias, implica necesariamente trabajar en la transmisión del pasado reciente, con lo indecible de las torturas, las desapariciones, de las violaciones, el robo de bebés, la sustracción de identidades, los vuelos de la muerte. Pero también, aunque al lado del genocidio todo parezca secundario, esas memorias deben trasmitir el contenido político económico del Terrorismo del Estado, sus propósitos, sus patrocinadores, sus ganadores y perdedores.
En los tiempos efímeros de Tik tok, X, e Instagram, en los que las verdades no necesitan ser probadas ni fundamentadas, en las que los insultos y las agresiones inundan los sentires y los pensares, es imprescindible poder poner palabra, sobre la etapa inaugural de un neoliberalismo vernáculo que hoy se disfraza de libertarismo para que, con sus ropajes nuevos, no lo vinculemos con aquel que hizo tanto daño y, en última instancia, como menciona Rodolfo Walsh, fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia, planificó la miseria para el pueblo argentino.
En particular, aunque no de forma excluyente, las jóvenes generaciones pueden ver en el actual proyecto político económico una etapa inaugural de la historia de las políticas económicas argentinas, algo nuevo.
Si bien es cierto que la historia nunca se repite, y que, por muchas razones, el mundo es bien distinto a aquel que, sin internet, celulares inteligentes, plataformas e inteligencias artificiales, inundaba de dictaduras anudadas por el plan cóndor a América latina, las políticas neoliberales de la dictadura, como puede verse en los discursos de su ministro de economía, Martinez de Hoz, son el espejo de la historia donde podemos ver y pensar a las actuales.
Desregulaciones, aperturas económicas, privatizaciones, ataques al Estado y a los sindicatos, descentralizaciones, liberalización de los flujos de capitales, reforma financiera, tablita cambiaria, especulación y endeudamiento, entre otras, dejaron un país a la vuelta de la democracia, más pobre, más desigual, con una caída estrepitosa de los salarios (a costa del enriquecimiento de la élite agro-financiera), con 400% de inflación y con una deuda externa que por primera vez (y ya nunca dejará de serlo) condicionará a todos los gobiernos siguientes.
Justicias
Otro pedacito de esas memorias está compuesto de un incesante reclamo de justicia que, si bien ha tenido avances significativos desde la conformación de la CONADEP y el conocido juicio a la Juntas Militares, también sabe de trabas, olvidos, y retrocesos, en una batalla jurídica pero también cultural que encabezan diversos organismos de derechos humanos.
Hay otra justicia que, como bien señalaba Walsh en su carta, era el contenido de muchos de los sueños y las luchas de aquella época (y de la actual), y que hoy, a través de un discurso maniqueo, simplista, burdo y banal, se pretende negar como si no existiese o como si fuese la causa de todos los males (y no los males que la hacen cada día más necesaria): la justicia social.
Las memorias son necesarias porque construyen identidades. Cada uno de nosotros, somos, como sujetos y como pueblo, aquello que recordamos. Como dice el antropólogo Joel Candau “la memoria nos labra y nosotros, por nuestra parte, la modelamos a ella. Eso resume perfectamente la dialéctica de la memoria y de la identidad, que se abrazan una a otra, se fecundan mutuamente, se funden y se refunden para producir una trayectoria de vida, una historia, un mito, un relato. Al final, por supuesto, sólo queda el olvido.”
Para que los olvidos no conformen nuestra identidad como pueblo, una vez más y siempre, MEMORIA, VERDAD y JUSTICIA.
* Docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU) [email protected]