Argentina supo ser alguna vez una potencia en la exportación de frutas. Las malas políticas de comercio exterior y de promoción interna sitúan hoy al sector en una crisis profunda. Con un modelo exportador y de gran escala en crisis, algunos pequeños productores apuntan al comercio justo, las redes de consumo consciente y el valor agregado de lo local o agroecológico.
“La producción de fruta en Argentina estuvo históricamente destinada a una forma de comercialización a través de las grandes cadenas. Todo el sector está apuntado a eso. Al igual que las normativas. No están diseñadas para los pequeños y medianos productores. Ahí está el gran desafío”, explica Gabriel Kaufmann, integrante de Compra Viva de Traslasierra, Córdoba.
“El proyecto comenzó porque nosotros vinimos de Suiza, queríamos consumir orgánico y no lo conseguíamos. Tuvimos un crecimiento exponencial. Incluso en otros territorios de Córdoba donde ahora existen otras redes”, cuenta Iovanna Friedrich, también parte del emprendimiento.
Nuevos mercados
Con diez años de vida, Compra Viva hoy distribuye hasta 70 toneladas de fruta agroecológica por mes. Lo hace a través de 15 nodos de consumidores con un sistema de preventa. “El tema logístico es clave. Nosotros podemos consumir en Traslasierra una fruta orgánica al precio de góndola de una fruta agroindustrial en Buenos Aires. Eso es porque tenemos un sistema de preventa que nos permite no tener desperdicio ni usar refrigeración. Eso significa que el consumidor accede a una fruta fresca directa del productor”, explica Kaufmann.
Entre las 80 variedades de frutas y verduras que ofrece Compra Viva hay bananas, mangos y papayas de un productor de Jujuy, Roberto Blanco, que gracias a esta intermediación puede vender a buen precio sin tener que desecharla. El caso de la banana es paradigmático: pasó de representar el 80% del mercado interno a que la mayoría de los argentinos hoy desconozcan que se produce a nivel local.
“La pequeña y mediana escala es muy importante en el mercado de las frutas, pero en Argentina no se la jerarquiza, como en Europa u otros países desarrollados. Hay un esquema de intermediación que hace que los sectores urbanos no puedan acceder a un buen precio. Por eso surge la ilusión de exportar. Pero ahora incluso eso está jaqueado”, explica Nicolás Perrupato, historiador y autor del documental Oh Juremos con Gloria Comer, elaborado junto a la Revista Crisis.
La producción audiovisual de cinco capítulos en YouTube intenta mostrar la decadencia de una industria y una producción que fue ejemplo en Argentina, como la de manzanas en Río Negro, limones en Tucumán, o uvas en Mendoza.
Zafar de la crisis
En el caso de la uva, de las 325.000 hectáreas que se cultivaban en la década de 1980, la superficie cayó a 210.000 hectáreas en los últimos años. En el caso de las peras y manzanas la producción de 2024 fue de 1,059 millones de toneladas. Muy por debajo del pico de casi 2 millones registrado en 2001.
“La actividad de la fruticultura viene bastante en decadencia y cada vez son menos los que sobreviven. Hoy en día solo quedan las empresas grandes y el pequeño productor gracias a que labura él. Quedan los emprendimientos que se van reinventando, van viendo nuevas formas de comercialización”, asegura Eduardo Constanzo Siliquini, de la Mesa Campesina del Norte Neuquino. “Estamos en un proceso de reinventarnos. Y en eso es muy importante las redes de comercialización que hemos tejido históricamente con la Mesa Agroalimentaria Argentina”, comenta.
Las redes de comercio justo permiten, por otro lado, reducir los márgenes de inflación y también de intermediación, generando un menor costo para el consumidor y un mayor beneficio para el productor. El último estudio del Centro de Estudios Scalabrini Ortiz (CESO) que compara la inflación en supermercados y locales de la Economía Social, Solidaria y Popular (ESSyP) mostró que en Febrero, mientras el aumento de precios de la fruta y verdura en los primeros fue del 38%, en los segundos fue de apenas el 16%.
Un estudio de la Red Calizas para el 2022 calculó una diferencia de 5,2 veces en los supermercados entre lo que paga el consumidor y lo que recibe el productor en el rubro alimentos. En cambio, en las comercializadoras de la economía popular, es apenas 2 veces.
Largo plazo
“En lo micro hay dinámicas comunitarias que es posible fortalecer, pero al forzar los márgenes de la distribución del alimento, a veces se pierde de vista que esas experiencias tienen que capitalizarse, tener músculo para crecer”, advierte Perrupato. “El desafío de la vinculación entre lo micro y lo marco es importante. Hay experiencias como la de Nahuel Levaggi en el Mercado Central que intentaron dinamizar la comercialización de pequeños y medianos productores junto a los grandes. Pero hay tensiones entre mercado, Estado y comunidad, donde hay decisiones macro que se toman en pequeñas mesas alejadas de los territorios”, cuenta.
“No hay desarrollo de políticas de alimento periurbano, a pesar de que hay muchos terrenos que podrían estar al servicio de las necesidades alimentarias. Los pocos productores que hay, convivieron con un Estado que no daba ayudas y venía a controlar. Quizás necesitamos un Estado que escuche más, que venga con la zanahoria antes que con el garrote. Hoy la desregulación de Sturzenegger afecta incluso a la gran industria exportadora de fruta”, opina.
*Licenciado en Economía de la Universidad Torcuato Di Tella y master en Periodismo de la Universidad del País Vasco.