“Pedirle a un comunista que entienda datos económicos es como pedirle a un neandertal que entienda Internet”, le decía en 2022 la alcaldesa de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a una diputada izquierdista del partido Unidas Podemos.

Pasa en Europa, pasa en Estados Unidos y, si lo sabremos, pasa en Argentina: la derecha ha tomado la iniciativa. Y no de cualquier manera. En el terreno anónimo y cobarde de las redes, y confiados en que están ganando lo que definen como batalla cultural, provocan, agreden y avanzan sobre terrenos de la discusión pública que hasta hace décadas eran dominados por el campo popular, los progresismos o la izquierda.

Javier Milei es antes un influencer de esta nueva batalla que un presidente, y los “zurdos” son su blanco favorito. El presidente viene llevando adelante, desde hace años, una campaña que tiene a la “izquierda” (que incluye desde Horacio Rodriguez Larreta hasta Rosa Luxemburgo) como su principal enemigo. Y en su terreno favorito, las redes, pueden leerse desde intervenciones más o menos livianas, como la siguiente: “¿así que el comunismo da una vida digna? Revisá la historia y después hablá” hasta comentarios de difícil reproducción, como “el zurdo es un pedazo de mierda que justifica el robo al exitoso para ocultar su fracaso personal”.

Sin entender demasiado sobre cómo discutir en el nuevo terreno virtual, sí entendemos que no podemos ceder ni un poco en esta “batalla”. La derecha tiene nuevas formas y ha adoptado un nuevo lenguaje, que interpela distinto a una parte importante de la sociedad, pero tiene el mismo enemigo de siempre: al Estado. Al Estado y de un modo más radical que nunca. Toda intervención del Estado aparece como sinónimo de comunismo, y este último como sinónimo de fracaso.

Capitalismo

No es ya sólo un asunto económico: los trogloditas influencers de Laje y Márquez nos hablan de “comunismo de género” para referirse a las discusiones feministas. Y siempre está el Estado ahí como enemigo; el Estado que regula la economía o que regula la educación sexual. “Si la presencia del Estado es virtuosa para el bienestar hagamos que sea el 100%. Ah! Eso existió, se llamó comunismo y fue un fracaso total”, vuelve Milei para recordarnos.

La hipótesis que manejamos en este texto (sin ser originales en esto) es que en parte la derecha puede avanzar así porque parte del campo popular se ha vuelto defensor de un statu quo que ya no funciona. Y, paradójicamente, cuanto más perdemos en esa batalla, más cedemos. Es un juego curioso, la izquierda (en un sentido amplísimo) se encuentra a la defensiva, sosteniendo viejas conquistas de un Estado de bienestar que ofrece nada de lo que ofrecía hasta hace poco, y la derecha, que ha venido erosionando ese mismo Estado de bienestar, siendo en gran medida responsable de esta nueva insatisfacción, sigue atacando la figura del Estado mientras se ocupa de que ese Estado no tenga las herramientas para hacer bien nada de lo que debería.

Es por lo anterior por lo que entendemos también que en esta batalla no se puede ceder nada. Hay que poder argumentar, no sólo que esta nueva derecha no tiene la menor idea de lo que habla cuando habla de capitalismo, sino que no hay que ceder tan fácilmente a los sonidos monocordes que balbucean cuando hablan de comunismo.

Los libertarios, y varios funcionarios del Gobierno Nacional, compiten por demostrar una admiración por Estados Unidos que seguramente debe ser mirada con vergüenza ajena por sus pares norteamericanos con algo de orgullo nacional.

Lo curioso es que parecen desconocer cuestiones completamente elementales de su historia. Parecen no saber no sólo que en el siglo XIX Estados Unidos tenía uno de los esquemas arancelarios proteccionistas más importantes del mundo, sino que gran parte de la sociedad que ellos conocen hoy se estructuró sobre la base de una política de reparto de tierras discutida al calor de la guerra civil.

Efectivamente, es útil de paso recordar que la “Homestead Act”, sancionada por Lincoln en 1862, derivó en un reparto de alrededor del 10 % de toda la tierra de Estados Unidos entre 1,6 millones de personas mientras duró su implementación. Una particularidad de la ley tenía que ver con el tamaño de las parcelas repartidas: apenas 64 hectáreas. Este tipo de reparto estuvo directamente vinculado a su vez al desarrollo de un mercado interno que fue importante posteriormente para el desarrollo industrial y la producción a gran escala de bienes de consumo durable. Algunos autores han estimado que, para 2005, alrededor de 90 millones de personas, de los 300 millones que vivían en Estados Unidos, podían ser descendientes de beneficiarios de esa ley (Shanks, 2005).

Desarrollo

Es curioso este asunto de la tierra. Si nos alejamos un poco del desconocimiento abrumador de los libertarios, es interesante observar también que cuando, desde el otro lado, miramos la historia tampoco elegimos ver las medidas más disruptivas que han adoptado los países capitalistas que se han desarrollado.

Es imposible entender el desarrollo capitalista de Japón y Corea del Sur en el siglo XX sin hablar de sus profundos procesos de reforma agraria, o sin hablar del control estatal de los depósitos bancarios y el comercio exterior; y, sin embargo, en el progresismo hacemos todo lo posible para no verlo.

Por eso es que, por último, nos parece también que no debemos concederle a la ultraderecha que toda la experiencia comunista es “cancelable” y que nada de lo que ocurrió allí es susceptible de reivindicación. Porque esas experiencias han sido el producto de la acumulación de varias luchas del movimiento obrero y los sectores populares, desde, al menos, principios del siglo XIX; y es importante que no la tiremos al tacho de basura de la historia, pero, sobre todo, porque es falso que haya sido un fracaso en términos de crecimiento económico y satisfacción de condiciones materiales de vida.

Comunismo

Sin el tiempo y el espacio que requeriría discutirlo en profundidad, dejamos simplemente una provocación sobre esto último. Si tomamos los trabajos de Max Roser y Joe Hasell (2021), investigadores de la Universidad de Oxford (Reino Unido), que analizan datos de largo plazo de pobreza y que presentan información para un conjunto de 132 países entre 1910 y 1980, vamos a ver que no hubo máquina en el mundo de destrucción de la pobreza más eficaz que la URSS.

Tomamos esos datos no por un ejercicio de cipayismo intelectual, sino porque Roser y Hasell pertenecen a los grupos de investigadores que producen la información económica Milei utiliza para afirmar que Argentina fue a principios del siglo XX potencia económica mundial. De ahí lo provocador: si Milei tiene razón cuando habla de la Argentina, entonces la economía soviética fue un éxito.

Por supuesto que lo anterior es una provocación, y no estamos, acá ni en ningún lado, haciendo apología del centralismo democrático, de la censura, de la represión política o el asesinato de las disidencias. Tampoco estamos negando los múltiples problemas económicos que tuvo la URSS.

Sí estamos afirmando que fueron de otra índole y sí estamos diciendo también que, si aceptamos que toda esa experiencia es cancelable, abonamos esa afirmación de Milei según la cual la planificación “existió, se llamó comunismo y fue un fracaso total”.

Empezamos cancelando a la URSS y terminamos olvidándonos que los países del capitalismo tardío que se desarrollaron lo hicieron porque previamente hicieron algo tan impensable hoy como una reforma agraria. Y en cinco segundos estamos diciendo que el déficit fiscal siempre es malo y justificando un recorte jubilatorio. No nos olvidemos nosotros de la historia y del conocimiento, que para eso están ellos y ellas.

*Vicerrector de la Universidad Nacional de General Sarmiento, investigador del CONICET y autor de Planificación Económica o terraplanismo libertario: un repaso por experiencias de planificación estatal. Editorial de la Universidad Nacional de La Plata, 2024.