Exactos cuarenta años antes de que el Congreso Nacional aprobara el DNU de un endeudamiento con el Fondo Nacional por una cifra todavía desconocida, y en momentos de sumisión absoluta al dictat de los Estados Unidos, la Argentina que recién había iniciado su vida democrática dio una muestra diametralmente opuesta a este presente.
El presidente Raúl Alfonsín llegó a Washington para entrevistarse con Ronald Reagan. Iban apenas quince meses desde la restauración democrática. Faltaban pocas semanas para el inicio del histórico juicio a las juntas militares por las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura.
En ese marco, el líder radical llegó a los Estados Unidos en una gira que también incluyó un paso por México. Al arribar a la primera potencia mundial (en un viaje que incluyó una escala en Texas para negociar inversiones petroleras en lo que se conoció como Plan Houston), Alfonsín habló ante el pleno de las cámaras en el Capitolio. Pero el plato fuerte fue la entrevista con Reagan en la Casa Blanca, que quedó en el recuerdo por un episodio a la hora de los discursos.
"Que no se atreva a hacerme algo así"
Reunidos en los jardines de la residencia del presidente estadounidense, ambos mandatarios escucharon los himnos respectivos y hablaron ante la concurrencia. El documental Raúl, la democracia por dentro de Juan Baldana y Christian Rémoli, recuerda que Alfonsín ya estaba advertido. En un encuentro previo con Belisario Betancur, el entonces presidente de Colombia le advirtió que Reagan había cambiado su discurso sobre la marcha. "Que no se atreva a hacerme algo así", le respondió Alfonsín.
El exactor no pronunció un discurso protocolar sobre el vínculo con la Argentina, sino que se despachó con una diatriba contra la Nicaragua sandinista. Por entonces, el gobierno de Daniel Ortega (veinte años antes de su regreso al poder y su actual deriva autoritaria) era equiparado con la Cuba castrista. La revolución de 1979 había terminado con la dictadura de 45 años de la familia Somoza y contaba con la simpatía de la izquierda en el mundo, sobre todo por encarar un gobierno incruento y de reconstrucción. Ortega mismo asistió a la asunción de Alfonsín en diciembre de 1983.
Pocos meses antes del incidente con Alfonsín, el gobierno de Reagan había quedado en el centro de la polémica cuando se supo que la CIA había colocado minas en los puertos de Nicaragua, lo que en derecho internacional se considera acción de guerra. La repulsa fue tan grande que se cortó la asistencia a la contra, la guerrilla que combaría al sandinismo. Para poder financiar a ese grupo, el gobierno de Reagan le vendió armas de manera ilegal a Irán (el país que había secuestrado a 52 diplomáticos de Estados Unidos en 1979) y el dinero fue a parar a la contra. La trama salió a la luz a fines de 1986 y fue un escándalo.
La respuesta de Alfonsín
Pero antes de eso, Reagan fustigó a los sandinistas delante de Alfonsín. La mojada de oreja era intencional. La Argentina democrática era un país que, al contrario de lo que había ocurrido en la dictadura, cuando los militares del Proceso dieron cursos a los comandos de extrema derecha en América Central (la acción por la cual Leopoldo Galtieri creyó que Washington sería neutral al desembarcar en las Malvinas), se involucraba en el proceso de paz en la región. Alfonsín había dado su apoyo al Grupo de Contadora, que buscaba una salida pacífica para Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
"Los que ayudan a nuestros enemigos, son también nuestros enemigos", dijo Reagan ante Alfonsín, en una alusión nada velada, y bajo la lógica de la Guerra Fría que entraba en su recta final: dos semanas antes, Míjail Gorbachov había asumido al frente del Partido Comunista de la Unión Soviética.
"Vamos a hablar dos presidentes elegidos por la voluntad de nuestros pueblos. Vamos a tocar sin duda, los temas bilaterales y también los que hacen a nuestro continente en su conjunto y no estará ajeno a nuestro diálogo el tema de América central o Nicaragua", retrucó el primer presidente democrático argentino tras la experiencia del Estado terrorista.
Siguió así: "Estoy convencido de que a través del diálogo se podrán encontrar fórmulas de paz, que sobre la base del respeto al principio que hace al derecho consuetudinario americano de la no intervención, nos den la posibilidad de lograr un triunfo en las ideas de la democracia y el pluralismo de la democracia, sin injerencias extra continentales y afirmando desde luego, al libertad del hombre"
Alfonsín recogió el guante y también apuntó sobre el ahogo económico, en momentos en que su gobierno negociaba créditos para lanzar el Plan Austral, con la Argentina limitada en su acción por el peso de la deuda externa. "Pretender de nuestros pueblos, en esos sectores, un esfuerzo mayor, sin duda alguna es condenarlo a la marginalidad, la extrema pobreza y la miseria. La consecuencia inmediata sería que los demagogos de siempre buscaran en la fuerza de las armas satisfacciones que la democracia no ha podido dar", dijo.
Sus palabras de 1985 parecían actuales: "Las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Una deuda que en mi país llega a los 50 mil millones de dólares y en América Latina en su conjunto está en alrededor de 400 mil millones de dólares". A su juicio: "Esto conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia. Esta es, sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países; nosotros apoyamos la filosofía que usted ha señalado, la filosofía de la democracia, la libertad y el Estado de derecho que nos iguala".
Otros dos episodios
Las palabras improvisadas por Alfonsín antecedieron a dos episodios similares: su réplica al vicario castrense José Miguel Medina en la misa por los caídos en Malvinas, el 2 de abril de 1987, cuando le contestó desde el púlpito; y su discurso en la Sociedad Rural Argentina, en medio de chiflidos, el 13 de agosto de 1988.
El mismo día en que Alfonsín se le plantó desde lo retórico a Reagan (su gobierno convalidó la deuda externa y no se animó a meterse con la ley de entidades financieras de la dictadura, una deuda pendiente en cuatro décadas de democracia), la Juventud Peronista empapeló Buenos Aires con afiches que tenían tres rostros: Alfonsín, Jorge Rafael Videla y José Alfredo Martínez de Hoz, con la leyenda "Nueve años de Proceso", con lo que un presidente constitucional era parangonado con la dictadura.
Un mes más tarde, el 26 de abril, al hablar desde el balcón de la Casa Rosada, Alfonsín anunció la "economía de guerra", un anticipo de lo que sería el Plan Austral, bajo la premisa de intentar ajustar y crecer al mismo tiempo. Sus palabras tuvieron un tono dramático. A través de un megáfono, una voz rebotaba cerca del jefe de Estado, que tuvo que elevar su voz porque no podía escucharse a sí mismo. La voz lanzaba consignas contra la dependencia y el ajuste. Era una dirigente de la JP, el grupo responsable de los afiches de marzo. Se llamaba Patricia Bullrich.