EL TRÍPTICO DE MONDONGO
Parte 1 - MONDONGO: EL EQUILIBRISTA
Parte 2 - RETRATO DE MONDONGO
Parte 3 - KUNST DER FARBE
8 puntos (Argentina, 2024)
Dirección y guion: Mariano Llinás.
Duración: Parte 1: 75’ / Parte 2: 122’ / Parte 3: 90’
Intérpretes: Juliana Lafitte, Manuel Mendanha, Mariano Llinás, Agustín Mendilaharzu, María Villar, Pilar Gamboa.
Estreno exclusivamente en Arthaus (Bartolomé Mitre 434).
No llegará a las trece horas de La Flor, pero los 287 minutos de El tríptico de Mondongo traen de regreso al Mariano Llinás más expansivo. Si se trata de un único film dividido en tres partes o bien de tres largometrajes independientes que juntos componen una obra mayor es algo que bien puede decidir el espectador. Lo cierto es que Mondongo: El equilibrista, Retrato de Mondongo y Kunst der farbe son creaciones con inmensas diferencias entre sí, más allá de tener elementos en común y un punto de partida idéntico: el encargo que recibió el director de Historias extraordinarias para filmar un documental sobre el grupo de artistas plásticos conocido como Mondongo, integrado por Juliana Lafitte y Manuel Mendanha, y centrado en la puesta en marcha de la obra de gran porte “Baptisterio de los colores”, basada a su vez en el Baptisterio de San Juan y el libro teórico El arte del color, del pintor y diseñador suizo Johannes Itten. Tarea fácil, a priori, habida cuenta de la larga amistad de Llinás con el dúo artístico, reconocido por el uso de materiales poco usuales como la plastilina y los hilos de colores.
Fácil… pero no tanto. A lo largo de las dos primeras películas va quedando claro que la faena que parecía tan sencilla derivará en aborto creativo. Como si eso fuera poco, el proceso termina generando una distancia entre el retratista y los retratados que sólo puede calificarse, Llinás dixit, como el final de una amistad. Los primeros 53 minutos de los 75 totales de Mondongo: El equilibrista se asemejan a los de un documental relativamente tradicional sobre los pasos previos a la inauguración de una obra: el diseño en papel del “baptisterio”, con su particular forma circular, la búsqueda de las tonalidades de colores, el amasado manual y pesaje de cada bloque de plastilina, entre otras actividades del métier. Lo de “relativamente” no podría ser de otra manera, viniendo de quien viene: ya de entrada Llinás interviene el material que forma parte del núcleo del film, haciendo evidente su hechura, sus costuras. Además de entrelazar los esfuerzos de los artistas y sus colaboradores con una entrevista realizada por una especialista del Conicet, la presencia del autor se evidencia desde la primera escena.
Pero es el minuto 53 el que hace crujir la bisagra. El director observa en su propio estudio tres obras de Mondongo –otro tríptico, que hizo las veces de afiche de Historias extraordinarias–, y comienza a escribir lo que parece el guion de su/s película/s. Así, El equilibrista se abre a un abismo, se despanzurra. Y el documental “relativamente convencional” se autodestruye. En Retrato de Mondongo, la pieza central de la trilogía y tal vez la película más godardiana hasta la fecha de Llinás, el autor escribe y se filma escribiendo en su notebook una serie de textos con forma y ritmo de poema. Ya en los primeros minutos anticipa que el fin de la amistad que lo unía a los Mondongo será esencial a la trama, al tiempo que comienza a dar rienda suelta a las derivas. Un par de pinturas de Manet le sirven de excusa para comprender que todo retrato es, en el fondo, un autorretrato, y ese viaje interior se abre a los espacios abiertos: Llinás y su compinche en la productora El Pampero Cine, Agustín Mendilaharzu, registran una serie de plazas de pueblo, con sus personajes típicos siempre dispuestos a hacer algún comentario pícaro. Si la música de Bernard Hermann era esencial al primero de los films bajo el manto de Vértigo, aquí la banda de sonido elegida es Psicosis.
Mientras las estaciones ferroviarias de unos viajes por Suiza e Italia se suceden, el montaje las entrelaza con los textos en pantalla, las reflexiones sobre el artista como posible Narciso y, finalmente, el momento climático. La descripción de unas regias e inopinadas trompadas y la escena que marca la extinción del vínculo amistoso. Mariano Llinás, acostumbrado a ponerse delante de la cámara, está aquí desnudo como nunca antes. Frágil, incluso. La situación en general, esa película que no fue, la incomprensión de lo que está ocurriendo lo superan por completo. Kunst der farbe, a su vez el título original del libro de Itten, es posiblemente la película más experimental, en un sentido estricto, de toda la filmografía del realizador. Su propia versión de El arte del color, que pudo haber formado parte de una apuesta, “como las de las novelas de Verne”. La música compuesta por Gabriel Chwojnik e interpretada en vivo por un ensamble remite a los colores –azul, rojo y verde, pero también marrón, blanco y dorado–, mientras se discuten las frecuencias de onda y se superponen constantemente escenas del serial Les vampires, de Feuillade.
La sombra de Fritz Lang sobrevuela todo el asunto, mientras la actriz María Villar acompaña a Llinás en la lectura en alemán de fragmentos del libro y Pilar Gamboa –como una Carlotta Valdes rediviva y morocha– reemplaza como ente de ficción a Juliana Lafitte. “Es muy irritante”, dice Gamboa sin entrar en papel, refiriéndose a las respuestas del director durante la famosa noche de la pelea. “Sos irritante”. El Tríptico de Mondongo también puede serlo, al menos por momentos. Es parte de su ADN, en constante mutación. Ese carácter a veces exasperante logra transformarse, de un plano a otro, en fascinación. ¿Es Llinás, finalmente, un bufón, como se comenta por allí en determinado momento? Lo cierto es que este trío de películas, visto en su debido orden, ofrece una intempestiva tormenta de creatividad, una sumatoria del cine cada vez más imprevisible de Llinás, cuyos últimas películas lo han llevado por las rutas de la música de Ignacio Corsini o los vericuetos de la historia argentina del siglo XIX. Aquí importa todo: Mondongo, la amistad, el paso del tiempo, el arte, el cine, los colores, el artista como esponja y centro del universo, Bach, las plazas de pueblo, Feuillade, Lang, Manet y las reuniones de amigos regadas con vino. Y también, por qué no, los perros: los que muerden el piso de madera, los que aúllan cuando escuchan una frase repetida hasta el hartazgo y los que corren detrás de los autos.
Los horarios de las funciones de El tríptico de Mondongo en Arthaus, todos los viernes, sábados y domingos de marzo, abril y mayo (con una única excepción) pueden consultarse en https://arthaus.ar/cine/