“Hay otro punto que he omitido. Qué memoria la mía. Ese punto es el miedo”, escribió Eliane Vilar Madruga en una de las primeras páginas de La tiranía de las moscas (2021) y ya lo había escrito con otro eco en Salomé (2013), la novela que obtuvo el Premio Calendario y el Premio Agustín Rojas de la Crítica a la mejor novela de ciencia ficción publicada en Cuba y que ahora La pollera reedita para quien quiera vivir una segunda oportunidad.

El eco es el carromato ideal para que el pasado escriba nuevos parentescos con la escritura que celebra la formidable representación del ensayo sin tubo donde gobiernan las palabras. La palabra en las novelas de Eliene repite siempre otra palabra y también la escupe con rabia delatora en hemistiquio inspirado con crueldad seca, desaguada: “Aquellas fueron sus palabras, peores que una bofetada. Hubiera preferido que me golpeara como otros maltrataban a sus amantes hasta hacerles sangre, que escucharlo decir aquello”. 

Salomé, una novela donde la fantasía futurista es una febril realidad, cuenta a través de diferentes voces en clave teatral (como si cada una de esas voces se parara en el centro de un escenario vacío) y testimonios (registros gráficos y sonoros, un corifeo y su hasta ahora coro mudo abren la boca), la historia de un secuestro en la que la secuestrada no habla, chilla. “Y allí mismo comenzaron a nacer una a una, y todos mis hombres a mirarlas con esos ojos de enfermos que vi por primera vez en la tierra de la Madre. Ya no importaba comer, beber, ni un carajo. Las deseábamos como si el universo entero estuviera frente a nosotros y Ellas fueran la llave. Entonces, nos volvimos locos”.

¿Quiénes habitan esos huevos robados y vendidos después de la masacre? ¿Cuál es el mar que asila ese puerto de marineros piratas? ¿Qué arenas la planta adormidera y quién es esa criatura maravillosa de huevo nacida a la que una de las voces bautiza con el nombre de Salomé? Los horrores y sus referencias cruzan la novela de Elaine sin respiro porque una explosión de sentimientos y confesiones violentas que mastican las almendras amargas del veneno cuentan lo que también callan y lo hacen sin calma, ninguna calma: “quiero decir la verdad, porque me pesa en el estómago como una piedra en le cuello del un ahogado. Pero no sé si es preferible decirla”.

Mientras Elaine escribe una historia de ciencia ficción sobre el poder y sus corrientes laterales sin ser ni explícita ni chatamente referencial, también nos regala un diccionario de símbolos clásicos donde las palabras cambian de definición según la conveniencia de la voz que relata, un hallazgo literario en la serialidad que ordena las ambivalencias del tiempo.