"No llore señor ministro, no llore. Tenga fuerza para defender lo suyo. No llore", consolaba Norma Plá al entonces Ministro de Economía Domingo Cavallo en 1991, después de que la jubilada lo interpelase con una sencilla pregunta: si acaso él tenía madre. Consiguió las lágrimas del ministro el 5 de junio de aquel año, después de lograr entrar al Congreso junto a sus compañeros de lucha, donde Cavallo se encontraba rindiendo cuentas frente a una comisión parlamentaria. Con las cámaras de televisión de testigo, obtuvo una pizca de sensatez y sentimiento del que parecía no le había tocado en la repartija de emociones. De poco le serviría. 

Como referente de la causa que reclamaba por el aumento a las pensiones de los jubilados, llevaba interpelando al ministro hacía rato. No solamente a la cabeza de lo que se convirtió en el primer movimiento de la historia argentina en cortar calles sistemáticamente como forma de protesta, antecediéndose al movimiento piquetero: lo fue a buscar a la casa. Un mediodía de 1994, después de haberlo enfrentado cara cara, realizó una choriceada frente a la casa del ex ministro, en plena Avenida Libertador. El lugar de reclamo, la Plaza Lavalle, que recibía a los jubilados todos los miércoles, se había trasladado a aquel territorio que alguna vez Diego Armando Maradona disrruptivó con su Scania: el mundo de los ricos. Ese gesto, como el de Plá, aseguraban una cosa: mientras no haya explicaciones ni medidas posibles, el ámbito de lo privado puede volverse público en un instante. 

Norma Plá trabajó desde los 13 hasta los 62 años. Al no haber tenido jamás empleo registrado, nunca se pudo jubilar. Había tenido que dejar la escuela para entrar a la fábrica. Hacía tareas de limpieza y maestranza. Su padre era guarda del tranvía 20, y su madre empleada doméstica de los Martínez de Hoz. Y aun así, no alcanzaba, y nunca alcanzó. Cobraba una mísera pensión, de 150 pesos, porque su marido falleció luego de quedar desocupado en los años ochenta. Vivía en una casa humilde del barrio San José, en la localidad de Temperley. Desde allí iba viajando al centro porteño, reclamando que los 150 pesos de la pensión se convirtieran en 450. Trescientos pesos separaban a los jubilados de la pobreza a la vida digna. 

¿Cuántos pesos los separan hoy? Los números se conocen. Según lo dispone la movilidad jubilatoria decretada por la administración de Javier Milei, la nueva jubilación mínima a partir del próximo mes será de exactamente $285.792. Los números pueden sucederse y acumularse, se engrosan de tres a seis con los más de veinte años años que separan esa Argentina de ésta. Pero la lucha por la dignidad se diluye, mientras el recuerdo de Norma Plá vive en la memoria de la generación criada por la televisión, sin saber cómo termina la historia. La televisión es experta en plantear de la manera más atractiva posible el conflicto de la trama, y se esfuerza en hacernos olvidar el desenlace. 

Además de cortes de calle, megáfono en mano, pancartas, cantos, gritos, charlas y choriceadas, el reclamo se materializó en los miércoles de jubilados, aún hoy vigentes. Como en aquel momento, Carlos Corach, Ministro del Interior, no tenía inconveniente en mandar a reprimir al Congreso. Así que, cada tanto, Norma iba presa por protestar. “Siempre estoy detenida, pero no por ladrona ni por corrupta, sino por decirle la verdad a estos señores que nos están apaleando constantemente, pero la vamos a seguir. Somos más pueblo que milicos, que no se olviden de eso”, dejó inmortalizada en una de sus intervenciones. Tuvo más de 23 procesos judiciales por tirar huevos y harina al Congreso. La gestión menemista nunca le habilitó un interlocutor. Ante el silencio, la voz de Norma irrumpe por donde puede. Inaugura el método de los escraches, a diputados, al príncipe Andrés, a Domingo Cavallo y, por supuesto, a Carlos Menem. Una de sus acciones más notorias fue cuando se subió al escenario del Mercado de Abasto y le pidió a Mijail Gorbachov que le dijera al mundo que estaban “cagados de hambre”. Así, su huella en la cultura popular se agigantaba, y el desenlace brillaba por su ausencia. 

Plá falleció el 18 de junio de 1996, sin ver el aumento, en su barrio, de un cáncer de mama fulminante que ya no le permitía acercarse a la plaza tan seguido, donde fueron arrojadas sus cenizas. Cuando aún estaba viva, en 1992, hasta el en ese momento presidente Menem llegó a cuestionar la fuerza de Norma Plá y de sus compañeros manifestantes: "si tienen tanta fuerza para protestar y mandar a policías al hospital, bien podrían tener fuerza para trabajar, y no lo hacen". Con el diario del lunes, aparece dentro del caballo de Troya uno de los grandes trucos ilusionistas del neoliberalismo: querer es poder, que muchas veces adopta su forma más coloquiala: "el pobre es pobre porque quiere". 

En campaña, Javier Milei puso sobre la mesa de los argentinos una nueva idea, planteando en televisión abierta que el libre albedrío alcanzaba para poder elegir entre vender un hijo, o morir de hambre. Hoy, los jubilados que asisten a las marchas pidiendo un aumento a la mínima afirman poder elegir (o preferir) morir golpeados en manos de la policía en vez de morir en un hospital, sin medicamentos. “Yo salí a luchar cuando tuve hambre. Usted cuando tenga hambre… si algún día tiene hambre, va a salir a luchar también”, le dijo una vez a Gerardo Sofovich en 1994, cuando fue invitada y ridiculizada en la mesa del programa “Polémica en el bar”, por un grupo de señores que rieron de su peluca y de su dentadura diezmada, que se rieron de su compromiso, pero también, de su "elección". Quizás brevemente, momentáneamente conmovidos, quizás no, señores cómodos en sus grandes asientos continúan riéndose, relativizando como una elección de vida una posible sentencia de muerte. Incapaces de llorar, esperan pacientemente que la trama se diluya, poniendo en duda la veracidad de palos sobre cuerpos enfermos, de voluntades de vivir mejor, de un grupo social que siempre es nosotros en potencia ("todos seremos viejos") y no en acto ("todos podríamos tener hambre").