La muerte de mi hijo Arthur literalmente lo cambió todo. Absolutamente todo. Me volvió alguien religioso.No hablo de ser un cristiano tradicional ni nada del estilo. Ni siquiera hablo necesariamente de creer en Dios. Me volvió religioso en el sentido de que comencé a sentir a un nivel profundo una especie de inclusión en el dilema humano. Comprendí nuestra vulnerabilidad y sentí que, como individuos, estamos, todos y cada uno, en peligro.

¿Sientes que estamos en peligro?

–Sí, en tanto que cualquier cosa puede ser catastrófica a cada instante para cada uno. Mira lo increíblemente vulnerables que somos. Todos estos sistemas que supuestamente sostienen el mundo los ha derribado un virus. Cada vida es precaria y algunos lo entendemos y otros no. Pero con el tiempo todo el mundo terminará por hacerlo. Y es por ello por lo que siento una especie de empatía por la gente que jamás sentí antes. Es algo urgente, nuevo y fundamental. A causa del atolladero en el que todos nos hallamos, el apuro de una vida en peligro.

Eso arroja luz sobre todo lo que hemos estado hablando, realmente.

–Para volver un segundo a la música, aunque me desvíe un poco del tema: siempre escuché ese tipo de compasión en las canciones y en la música de Shane McGowan y lo adoraba por eso, pero, al mismo tiempo, no lo entendía. El amor genuino que sentía por las personas. No lo entendía, pero ahora sí. Y creo que es porque me convertí en persona después de la muerte de mi hijo. No en parte de una persona, sino en una persona más completa. ¿Sabes a lo que me refiero?

Estoy tratando de digerir lo que acabas de decir.

–Lo que quiero decir es esto: la deconstrucción de la personalidad conocida es algo que le sucede a todo el mundo en algún momento. No necesariamente tiene que ser por una muerte, pero alguna devastación habrá. Lo vemos todo el tiempo: se termina un matrimonio, o hay una transgresión que tiene un efecto devastador sobre la vida de alguien, o surgen problemas de salud, o una traición, o una humillación pública, o una separación en la que alguien pierde a sus hijos, lo que sea. Y hace trizas a las personas, las rompe en un millón de pedazos y parece que no hay retorno. Se acabó. Pero con el tiempo se recomponen pedazo a pedazo. Y la cosa es que, cuando sucede, a menudo se dan cuenta de que son personas diferentes, cambiadas, más completas, más realizadas, más definidas. Creo que en eso consiste vivir: morir en un sentido y después renacer. Y a veces puede suceder varias veces ese complejo reordenamiento de nosotros mismos.

Nick Cave y Seán O'Hagan, autores de Fe, esperanza y carnicería

Supongo que en general la gente no sabe cómo lidiar con el dolor y la pérdida de los demás. Es algo que casi tienes que aprender por ti mismo.

–Bueno, lo útil para mí fue darme cuenta de que es algo común. El dolor es tan ordinario o común como el amor. Canto sobre ello al final de Ghosteen, cuando cuento la historia de Kisa y la semilla de mostaza.

Parece una parábola o una fábula.

–Sí, es la historia de Kisa Gotami y el Buda. Kisa tiene un hijo que cree que está enfermo y corre por el pueblo en busca de ayuda, pero los aldeanos se dan cuenta de que el bebé ha muerto y le dicen que lo entierre en el bosque. Abatida, Kisa consulta a Buda, quien le dice que vaya de casa en casa y recolecte semillas de mostaza para que puedan curar al bebé. Pero la avisa de que solo puede obtener las semillas en casas donde nadie haya muerto. Así que Kisa se pone en marcha, pero, desde luego, en cada casa que visita ha muerto alguien. Regresa con el Buda sin ninguna semilla de mostaza, pero habiéndose dado cuenta de que la muerte es parte del gran río de la humanidad, que todo el mundo ha experimentado pérdidas. Entonces acepta que su bebé ha muerto. Y puede enterrarlo.

Hay mucho que pensar en todo esto. Para serte sincero, no sé hacia dónde ir ahora.

–Bueno, cuando empiezo a contar historias del Buda, ¡quizá sea hora de parar!

Te agradezco que hables de estas cosas, Nick. No pensé que lo harías.

–¿Sabes? No sé exactamente cómo decir esto, así que, por favor, no me malinterpretes, pero estaba pensando que desde que Arthur murió he podido escapar de la fuerza absoluta del dolor y experimentar una especie de alegría que es completamente nueva para mí. Fue como si la vivencia del dolor me ensanchara el corazón de alguna manera. He vivido muchos más períodos de felicidad que antes, a pesar de que ha sido lo más devastador que me ha sucedido jamás. Es el regalo que me dejó Arthur, uno de muchos. Es su munificencia lo que me ha hecho una persona distinta. Y a Susie también. Jamás nos hemos sentido tan involucrados en las cosas. Digo esto con mucha cautela y millones de advertencias, pero es que hay quienes piensan que no hay forma de regresar del evento catastrófico. Que no volverán a reír. Sí hay forma. Y sí volverán a reír.

Este es un extracto de Fe, esperanza y carnicería, libro de conversaciones entre Nick Cave y el periodista Sean O’Hagan, publicado en castellano por la editorial mexicana Sexto Piso, y que acaba de distribuirse en las librerías locales. La traducción es de Eduardo Rabasa.