En 2006, un un clásico entre Central y Newell’s en el Gigante de Arroyito, una de las imágenes destacadas de los incidentes que se produjeron en el entretiempo fue la del policía Pereyra: disparaba y se reía. El uniformado se volvió noticia en aquellos tiempos sin redes sociales a través de Fútbol de Primera, el mítico programa de televisión al que había que recurrir para ver lo que pasaba en el fútbol.

Cuando el hecho se volvió escandaloso, las autoridades provinciales quisieron justificar su actitud. Uno de ellos, el entonces jefe de Orden Público a cargo del operativo policial, Eduardo Auccar, dijo que Pereyra tenía un tic nervioso que lo hacía sonreír en “situaciones críticas”. Un tic nervioso similar al que, casi veinte años después, se le vería a Joaquin Phoenix en el Guasón. Sólo que Phoenix todavía no lastimaba a nadie; Pereyra, en cambio, hirió en la pierna a un hincha de Newell’s que estaba en la tribuna.

La imagen de goce de Pereyra, separado de la fuerza ante el escándalo, es la misma que hoy reproducen policías de cada rincón del país cuando reprimen. Se ve todo el tiempo. Ahora, en las marchas de los jubilados que se manifiestan en el Congreso por aumento en sus pagos. El presidente Javier Milei dice que “los buenos son lo de azul”. Que, sabemos, pueden estar también de gris o de negro o ser infiltrados en las marchas, como se vio en estas horas.

En la marcha del miércoles anterior, que se volvió masiva porque los hinchas futboleros anunciaron que acompañarían a los viejos, un matón de uniforme le pegó un bastonazo a una jubilada y la dejó –literalmente– desmayada en el piso. Fue trasladada al Hospital Argerich. Todo resultó por demás violento: la reacción del policía -que se habrá sentido orgulloso-, la caída y el golpe seco de la mujer. Supimos que se llama Beatriz Blanco y que tiene 81 años. "Voy a seguir marchando", anunció. Un diario matutino la tildó de "patotera" y otro (mal)informó con que fue "empujada" por el policía.

Ocurrió en la misma marcha en que un gendarme le pegó un balazo de gas lacrimógeno al fotógrafo Pablo Grillo. Hincha de Independiente, Grillo fue imagen en algunas de las canchas del fin de semana, cuando jugadores e hinchas manifestaron de diversas formas el deseo por su recuperación. Las hinchadas que se destacaron fueron la del Rojo en el clásico de Avellaneda, la de Talleres de Remedios de Escalada, Lanús y Argentinos, que en su partido del viernes insultó a la ministra Patricia Bullrich. También hubo futbolistas que reclamaron justicia por Grillo. El volante de Independiente Iván Marcone lo hizo a través de redes sociales. Y los jugadores de Talleres de Remedios de Escalada y Lanús salieron a la cancha con carteles alusivos. No es poco si se tiene en cuenta que el mundo futbolero no suele plegarse a esta clase de reclamos.

Andrés Burgo contó en una nota periodística que Emiliano, el hermano de Pablo, con quien dialogó, llevó una computadora a la habitación del hospital Ramos Mejía, donde se recupera, para seguir en directo el clásico de Avellaneda en familia. El fútbol tira. Y une.

Unas horas después, se supo que Grillo tuvo una leve mejoría. Lo dijo su padre, Fabián, quien percibió leves movimientos en manos, brazos, boca y ojos. Horas después del disparo, una investigación conjunta a partir de imágenes tomadas por periodistas -entre ellos, de este diario- permitió identificar al cabo Guerrero, de la unidad móvil número 6 de la Sección de Empleo Inmediato (SEI), como el responsable del ataque.

Las marchas de apoyo a los jubilados se volvieron masivas desde que hinchas (y no barras) de distintos clubes anunciaron su apoyo. Entonces que el Gobierno mandó a reprimir. Entre los heridos y detenidos injustificados hubo una jubilada y un fotógrafo. Pero lo imparable es que cuando la pelota se pone en juego por causas sociales, nadie puede pararla. Ojalá el fútbol sirva, una vez más, como reflejo del ánimo social.

Mientras la gente en general, y los jubilados en particular, salen a la calle a reclamar, no está de más recordar un meme triste que se difundió el año pasado: un policía que, se intuye, viene de pegarle a la gente de su misma condición social, o peor, porque él al menos tiene empleo, llega a su casa y abre la heladera: está vacía.