¿Cmi amigo? ¿Pudo ver la serie que le recomendé en esta columna hace algunas semanas? ¿Se acuerda? Era “Austerix”, el héroe que quiere llevar austeridad a todas las regiones del país. ¿No la vio? ¿No se enteró todavía? ¿Usted aun no es austero? ¿O es de esos austeros que agradecen tener menos y poder casi nada? ¿A usted le gusta eso de pagar tarifazos para que la fiesta no siga?
¿De verdad, mi amigo, usted piensa que había una fiesta? ¿Y de verdad usted cree que por culpa de esa fiesta hoy casi no puede pagar la luz o un poco de carne?
Ya sé qué es lo que pasa, usted no para de mirar esa otra serie, supertaquillera, que se llama “Marcos” y que ya está por comenzar la tercera temporada. Si, estos días, el 10/12 se lanza.
Le soy sincero, yo trato de no verla mucho porque parece muy alegre pero no sé, me da como que tiene mucha violencia. Es cierto, no muestra desparramo de sangre ni sicarios que andan en moto o, al menos, eso dice la serie. Tampoco se ven laboratorios de sustancias químicas ni tráfico ilegal. La idea, le reconozco, es buena, que en lugar de muchachotes armados hasta los dientes haya ejércitos de trolls. Y que en lugar de drogas que alteran el cerebro viralicen frases. Todo un hallazgo, porque hasta es más económico, si con una misma frase logran que millones de personas alucinen.
Muy ingeniosa la idea, y casi horroriza de solo pensar que algún gobernante deseara llevarla a la práctica. ¿Se imagina lo que sería de Argentina si se transformara en un país productor, distribuidor y consumidor de frases?
El método es sencillo: surge un problema cualquiera, un problema con la economía, un accidente, un reclamo social, lo que usted quiera. Y una vez ocurrido, de inmediato en todas las redes sociales aparece gente de bien o gente bien, que sería lo mismo, diciendo cualquier cosa.
Por ejemplo, imagínese si ocurriera que cerraran empresas y la gente pierde su empleo. Ahí nomás, rápido, todos recibimos tuits, posteos y hasta mensajes por privado, que dicen “vayan a laburar kukas” o “se robaron un PBI”. O suponga que hay un grupo que sale a protestar y, en menos que canta un gallo o que maúlla un gato, sale el ejército de trolls a hablar de guerrilleros y terroristas kurdos.
Y así, después del problema y de la invasión de frases, comienza la tercera fase del método: medio país repitiendo frases y palabras: “son unos fanáticos”, “no vuelven más”, “están armados” y tantas otras más.
¿Se puso a pensar, mi amigo, lo que ocurriría si algo así hiciera un gobierno? ¿Se da cuenta de las consecuencias de todo eso? ¿Se imagina si además de las promesas de los políticos y las versiones de los periodistas, tuviésemos que vérnosla con millones de compatriotas que andan como zombies diciendo cosas que no son? Ya sé, suena increíble, pero al menos póngase a pensar un poco qué pasaría si hubiera un tipo con boleadoras, pero a usted le dicen que eso es un arma de grueso calibre y usted, así como así, comienza a ver ahí un arma.
¿Vio mi amigo? Yo, por eso, prefiero no ver “Marcos”. ¿Usted piensa que es difícil? Lo es, pero sí, se puede.