Querido lector, no sé si está bien o mal, pero ¡no todos los números son iguales! Porque si usted dice “El 12”, por ejemplo, puede ser “La hinchada de Boca” (aunque, no seamos machirulos acá, es “La doce”); o el número de la ruleta (¡Colorado el 12!); un bondi que te lleva y te trae del sur a Plaza Italia y viceversa, si vivís en CABA; el índice de inflación de un mes doloroso; el número de Apóstoles de Jesús, el de hijos de Jacob, el de facturas o huevos que uno se compra; el día de (mi) cumpleaños, el número de la quiniela, y así podríamos seguir y seguir. Lo mismo pasaría con el 7 y tantos otros números.
El 24, no. Más allá de Nochebuena y cumpleaños o aniversarios personales, el 24 es el 24 de marzo, fecha en que los argentinos sentimos “un dolor acá”, y que nos puede agarrar “enderrepente” o prevenidos, según nuestros psicoanalistas, amigos o neuronas propias nos lo permitan y hagan saber.
Porque el 24 de marzo es el día que no podemos olvidar, porque fue y sigue siendo una huella imborrable en nuestra historia nacional, familiar e individual.
El 24 de marzo de 1976 era miércoles, y todo el mundo sabía lo que iba a pasar. Los diarios del día anterior fueron más certeros en esto que en el pronóstico meteorológico. “Ya está”, “Es el fin”, “Se acabó”, titulaban en cuerpo catástrofe, prenunciando tal vez la catástrofe que se venía o que –podemos discutirlo– ya había llegado hacía rato, y ahora simplemente se sacaba la careta.
Ese miércoles yo todavía no tenía 20 años, y me acuerdo de que, al despertarme, simplemente le pregunté a mi papá: “¿Y?”, y él, con tristeza en la expresión, simplemente asintió con la cabeza.
Ese miércoles caminé por la calle hasta la casa de un amigo, y los camiones con soldados tan asustados como yo recorrían la ciudad. Asustados estábamos todos, pero las armas las tenían ellos.
Ese miércoles, al mediodía, se interrumpió la cadena nacional para transmitir el partido en el que la Selección argentina le ganó de visitante por 2 a 1 a Polonia (Selección poderosa en aquellos tiempos). Los goles “nuestros” fueron de Houseman y Scotta. El partido se jugó en Chorzow, y fue transmitido porque así lo autorizaba el "Comunicado número 23”.
A partir de ese día, y por años, los argentinos y argentinas nos “acostumbramos” a recibir “comunicados”.
En la noche de ese miércoles, los comunicados nos hicieron saber que estaban prohibidas la actividad política y la partidaria en todo el país, que algunos partidos estaban suspendidos y otros eran directamente ilegales. Y que había muchos actos que podrían ser penalizados con diversos años de prisión, “o muerte”.
No les quiero decir lo que me sonaba en mi pobrecita mente de 19 años cada vez que escuchaba “o muerte”.
En el Proceso de Reorganización Nacional (así se autopercibían), decían: “Hay lugar para todos, menos 'los subversivos y los corruptos'”. Por supuesto que eran “ellos” los que definían quiénes eran "los subversivos y los corruptos”, de la misma manera que Goebbels le dijo a Fritz Lang: “Nosotros [los nazis] decidimos quién es judío y quién no”. O, salvando claramente las distancias, ahora mismo hay quien tiene la varita mágica para señalar a “los argentinos de bien”, sector en el no parecen estar incluidos los jubilados ni los trabajadores (que mañana serán jubilados) ni los jóvenes (que serán trabajadores y luego jubilados), etc.
Después vinieron siete años que estaría bueno que usted recuerde, lector, y se los cuente a sus hijos, sobrinos nietos, vecinos, o lo que tenga. Y si usted es joven, pues, viceversa: haga un esfuercito por mejorar la cognitividad de sus ancestros, y pregunte.
Porque si preguntamos, si recordamos, damos un paso hacia una salida mejor. Y quizás nos enteremos de que la dictadura fue contra todos, no contra “la izquierda, los zurdos o los peronchos”. Fue contra los laburantes, contra los chicos, contra “los que no estaban en nada pero figuraban en la agenda de alguien”; contra los que creían en algo mejor, aunque se equivocaran; contra los que eran de derecha pero eso no quería (ni quiere) decir que fueran asesinos. O de centro, o de izquierda. O de arriba, o de abajo, o de ninguna parte, y simplemente pasaban por ahí. Contra la ciencia, el arte y el deseo.
Lo dije hace 40 años, lector, y lo digo, siempre: los duelos hay que hacerlos. Hay que elaborar lo que se perdió para saber qué es lo que queda, porque, por poco que sea, es lo que hay para seguir creciendo.
Por eso mismo, lector, este lunes 24, como todos los 24, quiero ir a encontrarme con los demás a la plaza de la memoria. No llevo ninguna consigna personal, la historia las lleva por mí. Me abrazaré con los y las queridos, nos juntaremos en “la 525” (“agrupación” de dos personas que creamos con el fin de tener una referencia –Avenida de Mayo– en caso de perdernos).
Seguro que nos vemos allí, aunque no nos veamos.
Sugiero, como ejercicio de la memoria, acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz: ”lo que el virus nos dejó”, realizado en tiempos de cuarentena: