Cuatro palabras bastan para condensar el daño que está causando la política económica de Javier Milei: “Liquidación total por cierre”. Entrar a “Bagatela”, el mercado de pulgas y antigüedades que está sobre la calle Rojas, casi esquina Yerbal, en el barrio de Caballito, es como ingresar a un túnel con tiempos superpuestos. En la “vidriera irrespetuosa”, como diría Discepolín, conviven un libro sobre Malvinas, esculturas de diversos tamaños de San Martín, platos y tazas, varios relojes, un aluvión de juguetes; un desordenado cambalache que huele a madera, metal, papel y porcelana. Hay revistas, fotografías, discos y quedan pocos objetos de lo que fue el Primer Museo Histórico Sudamericano del Comandante Ernesto “Che” Guevara, que funcionó en este local antes de la pandemia.

Cuba les abrió los ojos

Irene Perpiñal y Eladio “Toto” González, los dueños de “Bagatela”, tramitan el dolor de tener que cerrar este comercio que abrieron hace casi 35 años y que Irene define como un “negocio-escuela”. En 1992 viajaron a La Habana como turistas por primera vez. El contacto con la realidad cubana, en el contexto del “Período Especial”, les abrió los ojos y desde entonces han vivido bajo el influjo del “shock cubano”. Toto donó sangre a un policía cubano de frontera, Rolando Pérez Quintosa, que fue herido de gravedad en un ataque donde asesinaron a quemarropa a tres compañeros suyos para robar una lancha e irse a EE.UU. El argentino le escribió una carta: “Mi querido Rolando, estoy en el hospital naval junto a tu papá, vine a dar sangre para vos y otros cubanos que la precisen. Soy un argentino turista, me vuelvo esta noche, pero te pido por favor me escribas a la Argentina”. Al final del texto, anotó la dirección de su casa. La carta apareció en la primera página de todos los diarios cubanos; entonces muchos le escribieron agradeciéndole la donación de sangre. Recibió 5.085 cartas de Cuba en las que descubrió un amor tan grande por el Che Guevara, que decidió homenajearlo con un museo.

“El policía no sobrevivió; estuvimos esperando a ver si salía, pero no pudieron salvarlo porque por el bloqueo no dejaron entrar algunos elementos que necesitaban, como sucede hasta hoy; igual ahora el bloqueo está peor”, lamenta Irene. Pero antes de abrir el museo, el “shock cubano” decantó en un movimiento solidario entre Argentina y Cuba, a través de una organización que crearon, “ChauBloqueo”, que fue materializando colectas de alimentos no perecederos, ropa usada y calzado en buen estado. Los envíos solidarios empezaron en 1993 y los pudieron concretar gracias a la colaboración de Cubana de Aviación hasta 1999.

“Saquen a este cubano provocador”

Carlos Menem, cuyo gobierno votaba sistemáticamente a favor del bloqueo a Cuba, prohibió que la ayuda llegara a La Habana. “Le molestaba que en este lugar funcionaran los cinco dedos de la mano, o sea peronistas, radicales, izquierdistas, anarquistas y gente que no era nada, como nosotros, que se juntaba a trabajar por Cuba y lograban cosas”, resume Toto. Para conseguir que salieran las últimas toneladas de ayuda, Toto decidió ir hasta el ministerio de Relaciones Exteriores y realizó lo que él denomina una “mono” manifestación porque estaba él solo. “Me dijeron que tenía que caminar para que no me metieran preso. Y yo caminaba como loco, en redondo, y con un megáfono pedía a gritos reanudar la ayuda a Cuba”, recuerda y sonríe. 

“El primer día no pasó nada, pero el segundo salió el ministro Guido Di Tella y me dijo que nos iba a recibir otro día a las seis de la tarde”. El cambio de actitud tiene una explicación. Desde cancillería habían llamado al embajador de Cuba y le pidieron: “Saquen a este cubano provocador”. El embajador cubano en Argentina les explicó que Eladio es más argentino que el dulce de leche y que es un amigo fiel de Cuba. Finalmente, Di Tella los recibió y el último envío salió siete días después.

El primer Museo del Che en Sudamérica abrió sus puertas en 1996, pero “Bagatela” es anterior. Irene calcula que hace 35 años que están en este local de la calle Rojas. El Museo del Che estuvo muy cerca de la cancha de Ferro, en un local sobre la calle Nicasio Oroño, que también fue una especie de centro cultural y peña folclórica, un espacio abierto donde ensayaban los integrantes de la murga Los duendes de Caballito. Juan Falú tocaba gratis los sábados, también Ramón Ayala; Hamlet Lima Quintana presentó tres libros en el museo. No se cobraba entrada, pero lo recaudado en la barra se destinaba para comprar harina, leche en polvo y aceite que luego serían enviados a Cuba. La crisis del 2001 se llevó puesto el Museo del Che y tuvieron que cerrar. El 80 por ciento del material fue resguardado en un depósito, donde estuvo unos siete años. El material restante lo trajeron a “Bagatela”, que aún figura en las guías internacionales como Museo del Che.

Guevara, el desaparecido 30.001

Después del cierre por la pandemia, se encontraron con una pareja amiga que vive hace más de veinte años en Guandacol, La Rioja, donde tienen un paseo que se llama “De la Verdad, la Memoria y la Justicia”. Ricardo Vilar y Marisin aceptaron encantados albergar el Museo del Che desde mayo de 2022. “Los chicos argentinos están conociendo al Che, que es lo fundamental; los extranjeros lo conocen más que los argentinos -compara Toto-. Para mí, Guevara es el desaparecido 30.001 por muchos motivos, no solamente por el odio de la derecha, sino porque tenemos unas cinco izquierdas que no atinan a unirse como los dedos de una mano. Entonces esa mano izquierda no tiene fuerza, porque esos cinco dedos no están actuando en conjunto. Y de esas cinco izquierdas tres están en contra de Guevara...No sé si en contra; pero lo cuestionan, lo ocultan y lo desmerecen”.

Toto, que ahora firma aclarando “No Caputo” para que no lo confundan con el actual ministro de Economía, podría ser conocido también como “el loco de los carteles”. Intervino una foto de un bebé con dos textos escritos de puño y letra: en la parte de arriba se lee “Milei bebé”; la de abajo parece una advertencia que no llegó a tiempo o fue desoída: “¡¡Cuidado!! Va a crecer”. Y creció tanto que su política económica hoy es la responsable directa de tantos despidos y cierres de empresas y locales comerciales. “Este es un negocio muy interesante e ilustrativo, para mí que es un negocio-escuela. Pero comercialmente no escapamos a la realidad argentina”, reconoce Irene y cuenta que ve con “muchísima tristeza” que en la misma cuadra ya cerraron tres locales. “La clase media tiene que solventar la vida diaria, que no es fácil, con la comida, con la medicación y la enseñanza de los chicos”.

No hay lágrimas; ninguno de los dos llora. La congoja crece por dentro como una semilla que se convierte en planta. “Esto está paralizado y en este momento el negocio no nos mantiene; es a la inversa, estamos manteniéndolo nosotros y se nos hace muy cuesta arriba. Con todo el dolor del alma, hemos decidido darle un final de ciclo -confirma Irene-. De a poco, como se pueda, vamos a tratar de vender objetos, donar y regalar para dejar el local vacío. Yo calculo que no va a ser fácil porque comercialmente es uno de los peores momentos que recuerde de la Argentina. La compensación de todo esto es la cantidad de vecinos y amigos que pasan, ven el cartel de liquidación, les da muchísima tristeza y nos lo hacen saber; es doloroso pero también es muy bueno sentir que uno no ha pasado en vano y que ha generado vínculos, que al final son los que más valen en la vida”.

Si las paredes del local hablaran, a modo de protesta, dirían que cerrar ahora es aceptar la derrota y que habría que resistir las políticas de Milei. “Todo lo que está pasando en este momento es pura y exclusivamente debido al mal gobierno de esta gente que tenemos; esperamos que sea una cosa temporal y que no perdure en el tiempo”, subraya Irene. “El mayor dolor es lo que le está pasando a tantos millones de argentinos -aporta Toto-. La mayoría no tiene un centavo; hace más de una hora y media que no entra nadie ni a mirar porque a la gente le da pena ver y no poder comprar”.