Hasta el 30 de marzo, cuando la primavera ya comience a asomarse en Suiza, un barrio de Ginebra estará invadido por las criaturas creadas por Frederik Peeters, el historietista que hace 50 años nacía en esa misma ciudad. Proyectados sobre fachadas, impresos en tótems sobre las calles, los dibujos y personajes de Peeters conviven desde febrero con la vida pública de ese barrio; algunos fueron dibujados especialmente para esta suerte de intervención urbana y otros salidos de sus últimos libros. El prolífico dibujante ginebrino es profeta en su tierra, pero una suerte de profeta del apocalipsis, porque su creación gráfica es como una extraña invasión de monstruos que vienen a copar el territorio. Sobre la fachada de un teatro se proyecta un gigante mono robot que observa con ojos giratorios a los transeúntes, como si fuera el Gran Hermano de George Orwell. “Esta imagen debe ser evocadora, pero no necesariamente aterradora. Tiene que desprender algo agradable, pop, que divierta a los niños y al mismo tiempo les haga temblar un poco”, aclara Peeters y define parte de su estilo visual: una estética agradable y un poco inquietante, la caricatura que perturba al tocar un sentimiento desconocido, el dream pop que amaga con la pesadilla. Para poblar las calles fueron elegidos veinte de los personajes de Saint-Elme, la última serie de historietas de Peeters con guion del escritor Serge Lehman, que se convirtió en el primero de sus libros en ser editado en Argentina. Los personajes que miden apenas centímetros en las páginas de esa historieta de misterio, oscuridad y violencia, ahora tienen tres metros de altura y son tótems de una pesadilla pop que convive diariamente con los habitantes de la ciudad.

Portada de la edición de Hotel de las Ideas

MARADONA Y OTROS PLANETAS

Aunque sus primeras historietas cortas se publican desde fines de los ’90, Frederik Peeters es un historietista del siglo XXI, donde lleva publicados más de un libro por año. A veces definido como inclasificable, la obra de Peeters es refractaria al estancamiento y no se define por un género, ni por mantener un personaje a lo largo del tiempo, ni siquiera por un estilo gráfico muy estable. Y si bien ciertos toques de su estilo pueden ser reconocibles, también puede moverse lo suficiente como para desfigurar su línea tanto como sus historias o intereses temáticos. Desde sus primeros relatos dibujados podía moverse de lo autobiográfico en “Buscando a Maradona”, sobre sus recuerdos de coleccionar figuritas de México 86, pasando por la narración fantástica de un personaje que recorre la ciudad desafiando las leyes de la gravedad o por un relato periodístico sobre la distribución gratuita y medicinal de heroína en Suiza. De la historieta muda a la verborrágica, la tinta de Peeters se mueve sin mapa prefijado, entre territorios disímiles; puede plantear un relato crítico de la política migratoria suiza y en la próxima página dibujar una historieta intimista de la crisis femenina de los 40. El primer libro que puso a Peeters en el mapa mundial de la historieta fue Píldoras azules (2001), la experiencia autobiográfica de su relación con Cati y su hijo, ambos viviendo con VIH. Con distancia cero, trazó su propio microcosmos sin otro guion que seguir sus emociones, con su pincel de tinta en un blanco y negro sin grises, y con líneas que ondulaban al enmarcar los cuadritos, porque Píldoras azules era una historieta de amor que temblaba al avanzar en lo desconocido. De estudiar diseño y trabajar en el tránsito de equipaje de un aeropuerto, las nominaciones y luego los premios en festivales por ese retrato de su intimidad permitieron a Peeters comenzar a dedicarse por completo a la historieta y demostrar su asombrosa capacidad de producción. No se quedó en la crónica de lo cercano, no hizo de ese éxito una zona de confort, sino que se fue a otros planetas, su primera saga interplanetaria Lupus (2005-2007), una serie de cuatro libros, hizo de la space opera un género propio, que usa la galaxia como un bar turbio de sábado a la noche, un viaje borracho de fuga cósmica irresponsable, una apología del ocio como aventura tóxica. Así, de libro a libro, Peeters fue ida y vuelta de lo fantástico y la ciencia ficción al western, de la historia real al delirio alucinatorio, del color al blanco y negro, de la influencia de su admirado Moebius, del cine y de la pintura a la búsqueda gráfica personal, de la colaboración con los guionistas más diversos a la autoría integral: creó alrededor de tres decenas de libros que lo vuelven un laberinto de la historieta actual. En Aama (2011), otra serie de ciencia ficción en cuatro volúmenes, el protagonista despierta al inicio de la historia en un planeta irreconocible sin recordar nada: inmediatamente le entregan un diario que no recuerda haber escrito, pero reconoce su propia letra: leerlo le permite revivir algunos hechos pasados para conocer y contar su propia y extraña historia. Los libros de Peeters son eso mismo: viajes a lugares desconocidos para encontrar en trazos reconocibles algunas formas que, aunque extrañas, permiten ver y habitar un mundo propio.

Una plancha de Saint-Elme

ARQUITECTO DE MONSTRUOS

Su libro más experimental es Saqueo (2019), donde Peeters abandona completamente la excusa de un guion y dibuja 75 páginas de paisajes postapocalípticos barrocos transitados por un extraño personaje amarillo. En un cambio de estilo y de técnica que se parece más a un salto al vacío, Peeters recicla muchas de sus influencias, que enlista en una última página con más de cien nombres, que van de Walt Disney a Andrei Tarkovski, de Francisco de Goya a René Magritte, de Truman Capote a Svetlana Aleksiévich. Cargadas de colisiones entre mundos visuales, las páginas sin textos son extrañas conexiones mentales que hacen que el dibujo erosione una historia del arte con el espíritu destructivo de un arquitecto de ruinas. En su libro siguiente, Oleg (2020), suerte de actualización de Píldoras azules, Peeters vuelve a lo autobiográfico y dibuja una escena donde le muestra a su esposa Cati algunas páginas bocetadas, de esa “especie de pesadilla gráfica” que es Saqueo, mientras lo dibujaba. Ella contempla el dibujo “psicodélico” y se desmaya: una tomografía revela luego que tuvo un “pequeño infarto cerebral.” La fantasía apocalíptica arraña la realidad: es la irrupción de lo monstruoso, o sea lo inesperado, la deformidad de la experiencia con distintos grados de mutación, tal vez la única recurrencia narrativa y visual en la obra de Peeters. Una sensibilidad teratológica de la que es consciente: “Dibujar un monstruo es dar forma a inquietudes, ya sean existenciales o ligadas a la evolución del mundo. Los míos corresponden a la lenta destrucción de las cosas... Dibujar monstruos me permite organizar este tipo de caos interior”. El vaivén entre destrucción y organización, entre la locura y el orden mental, es la anatomía de lo monstruoso para Peeters, es el pulso de sus libros sorprendentes. Tal vez su reconocida influencia de Goya sea principalmente el de ese aguafuerte de 1799 llamado “El sueño de la razón produce monstruos”.

Un extracto de Saint'Elme

NOIR & NEÓN

En Saint-Elme el historietista suizo quiso volver a trabajar con Serge Lehman, con quien había colaborado en El hombre garabateado (2018), un thriller enrevesado y virtuoso en un París en blanco y negro, alrededor del monstruo del título, que irrumpe en la vida de tres generaciones de mujeres. Peeters le propuso a Lehman un cambio de rumbo en esta nueva serie de libros: escribir una versión de Twin Peaks con el estilo del polar, o sea, del típico policial francés. Esto significa mudarse a una ciudad pequeña de montaña y desenfundar las armas y la acción truculenta a todo color. Y en la Suiza francófona de Peeters parece que también se comparte cierto gusto galo por el estilo violento de las novelas delictivas de Jim Thompson, el gran salvaje de la literatura noir estadounidense. A diferencia de otros libros de Peeters, acá la acción es segmentada en un promedio más alto de cuadros, hasta once cuadros por página, con una narración más vertiginosa, haciendo detonar la acción en pedazos. Peeters había incursionado en el policial verité con R.G. (2007-2008), la saga de dos libros sobre las memorias de Pierre Dragon, un policía francés que terminó trabajando para el servicio secreto. En Saint-Elme cambia diametralmente el punto de vista: nunca la policía narra la historia. El detective privado Franck Sangaré y su asistente Dombra están fuera de toda ley y al llegar a la ciudad del título para encontrar a un “fugitivo imbécil”, lo que parece un punto de partida de David Lynch se transforma en una película de los hermanos Coen, un desvío que prefirió hacer Lehman. Hay un poco de nieve, de brutal frialdad y de estupidez criminal a lo Fargo y además un roedor usado como arma a lo El gran Lebowski. Y los colores descontrolados con que Peeters tiñe todo el relato, no solo lo acercan a Simplemente sangre, el debut de los Coen, sino también al onirismo del noir del primer Tarantino, quien además es un referente en la escena de tortura de la historieta. Peeters & Lehman saquean a cineastas influenciados por el film noir americano, que en realidad nació en Francia como su nombre lo indica, para reterritorializarlo. Este es el libro más cinético y cinéfilo de Peeters, aunque también muchas páginas de una oscuridad como iluminada con neón parecen remitir en sus colores artificiosos a las serigrafías de Warhol: el pop inquietante de Peeters en su grado más gráficamente saturado, explosivo. Y si bien pareciera que no hay monstruos explícitos, más allá del desequilibrio mental de la mayoría de los personajes que remite al freak mental de Lynch, en Saint-Elme hay gaviotas rapaces, una vaca prendida fuego, un roedor temerario y una invasión de ranas en la pequeña ciudad de montaña, que hacen que en este libro lo monstruoso sea una compañía doméstica de oscuridad latente, una presencia cotidiana inquietante, incluso destructiva, como un dibujo de Frederik Peeters.