Se conmemora el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Recordamos el inicio de la última dictadura militar en 1976, un período oscuro marcado por la muerte, la represión, la violencia y la violación de los derechos humanos. A lo largo de los años, se supone que nuestro país ha buscado no solo honrar la memoria de las víctimas, sino también repasar las lecciones aprendidas de aquel trágico capítulo. Me pregunto hoy en día cuán asimiladas están esas enseñanzas que nos dejó nuestro pasado.
Cuando gobernaba Isabel Perón en 1976, luego de asumir la presidencia tras la muerte de Juan Domingo Perón, yo tenía un año recién cumplido. Vivía con mi familia en un barrio marginal de prestados, en casa de una tía, con mi papá, mi hermano y mi mamá, que aún no había muerto. Todos los que tienen recuerdos de esa época saben de la profunda inestabilidad política, social y económica que se respiraba. Las tasas de inflación y desempleo eran altísimas, lo que generó un descontento generalizado. Como en nuestro presente, enfrentábamos una creciente polarización social y los movimientos sociales, estudiantiles y políticos demandaban cambios y mejoras. El gobierno se mostraba incapaz de controlar la situación y, ante este panorama, sectores de las fuerzas armadas comenzaron a organizar un golpe, convencidos de la necesidad de “restaurar el orden”. La violencia política había aumentado con la actividad de grupos armados como Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), lo que llevó a una respuesta represiva del gobierno, que terminó en un golpe de Estado: el sinestro Proceso de Reorganización Nacional. Luego de arrestar a Isabel Perón, se estableció el gobierno de facto que implementaría la represión más brutal de nuestra historia contra la oposición, que operó violando sistemáticamente derechos humanos y desapareciendo a todo aquel que fuera identificado como enemigo.
Parte de la sociedad civil legitimó este régimen, muchos percibían a ese enemigo como una amenaza. Y esto es lo que más me preocupa: parece que nos olvidamos de que ahí hubo una construcción del adversario, un relato que la dictadura narró, los medios foguearon y que fue convenciendo a todxs: ¡algo habrán hecho!
En medio de esta oscuridad emergieron como símbolo de lucha por los derechos humanos las Madres y Abuelas de Plaza de mayo. Las Madres de plaza de Mayo se formaron en 1977, cuando un grupo de mujeres comenzó a reunirse en la Plaza de Mayo para buscar respuestas sobre la desaparición de sus hijos e hijas. Las Abuelas, creadas en el mismo año, se enfocaron en localizar a lxs nietxs, secuestrados juntos a sus padres y madres. Ambas organizaciones fueron fundamentales en esta lucha, no solo por la valentía, sino también porque ayudaron a visibilizar en el mundo los horrores del terrorismo de Estado que sufría nuestro país. Sus pañuelos blancos se volvieron un símbolo político tan potente, que son utilizados en la actualidad como emblema en diferentes marchas.
Estas mujeres y organismos de derechos humanos, junto con un grupo de abogados, jugaron un papel fundamental en la recopilación de testimonios y pruebas sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos en ese periodo nefasto. Cuando volvió la democracia, la presidencia de Alfonsín permitió que se llevara a cabo el juicio que condenó todas esas atrocidades. Gracias al compromiso de Alfonsín con la defensa de los derechos humanos se creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) en 1983, cuya investigación facilitó la documentación de cientos de casos de desapariciones forzadas y abusos.
Hace unos años se estrenó Argentina, 1985 y las nuevas generaciones pudieron entrar en contacto con ese hito en nuestra historia: el primer juicio político en el mundo contra líderes militares por crímenes cometidos y violación de derechos humanos. Nos vino bien a quienes lo vivimos, también, refrescar ese capítulo. Memoria, qué importante es el uso de ella, ¿no? Muchas veces damos por hecho que todxs en Argentina conocen esta historia y no es así.
¿Les parece absurdo estar haciendo el racconto de acontecimientos ya contados una y mil veces? A mí, no. Debemos alzar nuestras voces más que nunca por nuestras infancias, que son el futuro. Ellxs tienen el derecho fundamental a la memoria; a conocer la historia de la lucha de aquellxs que nunca se rindieron. Hoy, en un país donde la represión vuelve a ser política de Estado, donde se controlan documentos en los trenes y el hambre y el ajuste afectan principalmente a lxs más vulnerables, recordar no solo es un acto de justicia, sino una poderosa herramienta para defender el presente. Tengamos en claro que, en un tiempo no tan lejano, los que debían cuidarnos, quienes debían ser “los buenos”, resultaron ser “los malos”.
Pueden decir lo que quieran, pero para mí el único “bueno” siempre termina siendo el pueblo: eso nunca va a cambiar. Que no se repita la historia.