Volver nunca es un acto ingenuo. Se regresa a casa, a la ciudad, al pasado, como quien cruza un umbral creyendo entrar en tierra conocida, pero descubre que todo pero todo ya ha cambiado de lugar. Regreso a casa, de Marcos Rosenzvaig, es la historia de un retorno que no puede consumarse. Se vuelve a la familia, a una reunión entre sus integrantes porque se ha muerto un padre. Una muerte que sin embargo no sutura heridas, sino que amplifica distancias.
Tres hermanos convergen en Mar del Plata -la ciudad de su infancia- para despedir al padre, pero ese reencuentro no tiene nada de consolatorio: es, más bien, una puesta en escena donde cada uno interpreta su papel sin buscar una verdadera conexión.
Enrique, el exiliado en París, convierte la realidad en teatro; mientras tanto, David arrastra el peso de la herencia familiar, y Germán, el menor, queda expuesto como el hermano más vulnerable. La casa que los recibe es más ruina que refugio: el hogar que alguna vez habitaron ha sido devorado por distintas formas de ausencia.
Desde la primera línea, Regreso a casa despliega su entramado polifónico. La muerte del padre no es solo el hecho que pone en marcha la historia, sino el punto de fractura donde confluyen resentimientos, silencios y asuntos pendientes entre los hermanos. Cada uno carga con su herida, con su versión de los hechos, y el regreso al hogar es, más que un reencuentro, un ajuste de cuentas. La narración no se pliega a la linealidad del relato familiar tradicional; la trama rompe la continuidad, superpone voces y escenas como si siguiera un hilo dramático en que los personajes/actores ensayan, repiten e improvisan una adaptación personal de los acontecimientos.
La dimensión teatral no funciona solo como recurso estético sino que construye un punto de vista que responde al modo de estar en el mundo de Enrique. Desde esa focalización avanza la trama y desde ese ángulo la muerte del padre se presenta como una posta más de la escenificación familiar. Enrique escribe diálogos, interviene la memoria como si la vida recordada fuera un libreto que necesita ajustes y correcciones. Su distancia no es solo física: el exilio lo ha convertido en espectador de su propia historia, en un narrador que se posiciona fuera del relato pero que, al regresar, sufre una revelación: no es cierto que alguna vez dejó de estar en el núcleo del disturbio.
Desde Hamlet de Shakespeare hasta El sonido y la furia de Faulkner o Huaco retrato de Gabriela Wiener, la muerte del padre ha sido un punto de inflexión que permite cuestionar el pasado y redefinir la identidad. En Regreso a casa, Rosenzvaig elige como epígrafe el poema “Cradle Song” del dramaturgo isabelino Thomas Dekker, que inspiró a Paul McCartney para escribir la canción “Golden Slumbers” de The Beatles:
"Una vez hubo un camino para regresar de vuelta a casa / Una vez hubo un camino para regresar a casa, / Duerme, preciosa, y no llores, / Y yo te cantaré una canción de cuna".
Esta elección subraya la ironía y la melancolía del regreso imposible, un tema central en la novela. El paratexto de Dekker, filtrado a través de la canción de los Beatles, refuerza el tono nostálgico y desolador de la historia, sugiriendo que, aunque los caminos para regresar puedan parecer intactos, el hogar y quienes lo habitan ya no son los mismos.
David, el hijo que se quedó en Argentina, lucha con la responsabilidad de la familia y con su propia inseguridad. Su forma de hablar y de reaccionar es más solemne y conservadora, en contraste con la mirada irónica de Enrique y la vulnerabilidad de Germán. Lleva a cuestas la herencia del padre y la culpa de no poder mantener intacto el orden familiar.
Germán, por su parte, vive la muerte del padre desde otra perspectiva. Su preferencia sexoafectiva lo ha colocado en una posición marginal dentro de la familia, y el hecho de encargarse de cuidar al padre en sus últimos momentos añade una carga simbólica.
El exilio de Enrique en París también es parte de una tradición que remite a la diáspora judía y a los intelectuales que debieron abandonar la Argentina en diferentes períodos de crisis. El judaísmo en la novela no se reduce a un dato cultural, sino que vertebra la historia familiar: el padre es hijo de inmigrantes polacos y su vida está atravesada por el desarraigo, la supervivencia y la búsqueda de la tierra prometida cifrada en el hogar definitivo. Aunque el nazismo no ocupa el centro de la trama sí emerge como trasfondo histórico que pesa sobre los personajes, recordándoles que las persecuciones se repiten bajo distintas formas. Enrique, como tantos otros intelectuales judíos, busca refugio en Europa y descubre que el exilio es también una forma de condena.
Uno de los aspectos más sólidos de la novela es la construcción del personaje de Germán. Mientras David y Enrique representan dos modelos de masculinidad más convencionales (el hijo responsable y el intelectual distante), Germán encarna la fragilidad y la resistencia de quien ha debido ocultar o justificar su identidad.
La relación de Germán con el padre está atravesada por el silencio, y su percepción de la vejez se ve empañada por el temor a convertirse en un “marica viejo y despreciado”. Esta angustia lo sitúa en un lugar de soledad, pero también lo vuelve el más honesto en su sufrimiento.
Regreso a casa, con su estructura polifónica y su intertextualidad con el teatro, presenta personajes que intentan, en vano, reconstruir los lazos familiares. Cada uno llega con su propia agenda emocional, con sus recriminaciones, y ninguno logra hallar en el reencuentro algo más que un espejo de sus pérdidas.
En este sentido, el título revela su ironía: el regreso a casa es imposible. La novela plantea una pregunta esencial: ¿es posible volver a casa?
Rosenzvaig sugiere que no. El hogar es solo un espacio en la memoria, una performance, un escenario donde cada uno interpreta su papel sin comprender del todo el guion. Lejos de pretensiones románticas, denuncialistas o consolatorias, Regreso a casa flexiona las narrativas convencionales del retorno y propone una lectura poderosa. La imposibilidad de reconstruir un ideal perdido emerge al mismo tiempo que deja huella en las distintas formas de precarización y autoprecarización de los vínculos más primarios.