“Rock autogestionado”, dijo el pibe que estaba arriba de un trailer made in casa, con telas negras donde estaba pintado: “Fuera negacionistas”. Iba arrastrado por una Estanciera oxidada de los años '60. Los muchachos la emprendieron con La Renga y todos se pusieron a cantar, sobre todo el vendedor de cubanitos que empezó a saltar haciendo equilibrio con la bandeja. Después, “La Bella Época” cantó algo suyo: ”Pañuelos blancos”. Estaban en Hipólito Irigoyen y la 9 de Julio. En Tacuarí y Rivadavia la murga “La mona suelta” cantaba con ritmo de mambo, “Conan, Conan, nos gobierna Conan”, “queremos ver a Conan”. Había de todo en las calles inundadas por ese clima de libertad y conciencia que se crea en las marchas de los 24 de marzo.
Esto lo pusieron a rodar las Madres y no se puede parar. No es por la convocatoria en sí, sino por el fenómeno que la mayoría de los argentinos pone en movimiento en esta fecha, algunos en la calle, otros en sus trabajos o en sus casas. Es una estampida que tiene su propio sentido, está en el aire, explota y pega con puntería. Los muchachos de la Bella Época hacían bailar al vendedor de cubanitos con La Renga, pero todos sabían que se estaba hablando del gobierno.
Esta movilización se ha convertido en un ritual popular que desnuda al autoritario que se viste de democrático, al negacionista y al cómplice, al represor y al que lo justifica. Funciona como un conjuro que se genera a partir de cientos de miles de voluntades que se entrelazan en la Plaza de Mayo y a lo largo de Avenida de Mayo y en las diagonales y en las calles adyacentes y en los que no pudieron ir y en todas las ciudades donde se repite la ceremonia.
No es una fuerza que se genere de la nada ni por la suma de centenares de miles de personas. Es la fuerza de esos centenares de miles sobrepotenciada por la fuerza simbólica, moral y valiente, de la lucha histórica de las Madres hasta su último aliento, en todas las circunstancias, frente a todas las injusticias. Es el tesoro que ofrecen las Madres como herencia, el ejemplo de sus luchas.
Resulta difícil entender que este ritual de esperanza haya surgido del horror. El terrorismo de Estado que desapareció a 30 mil argentinos, creó a las Madres de Plaza de Mayo. Y los cientos de miles que marchan todos los 24, siguen el camino que abrieron ellas, se lo apropian y le aportan a esta democracia la faceta más rica de su pueblo: el amor a la Patria, la solidaridad y la lucha contra las injusticias.
Y la memoria se pone en juego como un don con el cual se puede construir un país mejor. Los gobiernos que trataron de frenar esa marcha, sucumbieron a la fuerza moral que intentaron apagar. El negacionismo ha sido una forma de justificar a los genocidas. El videíto miserable que difundió el gobierno ha sido como arrojar una rata al vendaval. Nunca será una buena decisión atravesarse en el camino de esta fuerza que ya es inherente a una identidad argentina.
Esta vez la marcha vale doble, porque se viene de otras manifestaciones que fueron duramente reprimidas. Vi a muchos de los jubilados que van a sus marchas y vinieron también ayer. En sus ojos y en los de los pibes que caminaron junto a ellos, vi brillar la misma luz. No es una metáfora, porque la esperanza es una luz que alumbra un camino. Vi brillar la misma luz que llevaban los ojos de los desaparecidos, los que fueron a las marchas en los '70. Estuve allí y acá. Otros pibes, los mismos sueños. La realidad cambia, pero la historia no se detiene. La lucha por la paz, por una democracia verdadera y contra las injusticias se abre camino como semilla que da frutos. Parece que no hay nada. Pero bajo la tierra está la semilla. Es lo que han dejado las Madres y las Abuelas.
En los términos de Javier Milei, siempre hubo fuerzas del mal, que él representa ahora: reaccionarios, conservadores, gorilas, violentos y criminales. Y tuvieron respaldo. Y esparcieron el terror, la esencia del miedo. Y tuvieron el poder económico y el poder de los grandes medios de comunicación. Y fueron usados por el imperio que los mandaba. Una y otra vez parecía que no quedaba nada, que la tierra estaba yerma.
Esta vez es la semilla que han sembrado las Madres. Las personas mayores que han vivido la dictadura y los que han sufrido la represión, marcharon con adolescentes del secundario, con los centros universitarios y con los trabajadores, empleados, comerciantes, con muchas familias con hijos chicos, con los sindicatos y los movimientos sociales. Esa amalgama es lo mejor que tiene este país. Este gobierno no lo aprovecha y funciona a contrapelo de lo que se pone en la calle todos los 24.
La masividad de la marcha en Buenos Aires y en todas las ciudades importantes del país no fue una sorpresa. El 24 de marzo del año pasado, hacía muy poco que había ganado Milei y la marcha fue masiva. En un momento de desaliento fue una señal de lo que todavía estaba vivo y resistía.
La de este año ha sido más grande aún. Consolidó un núcleo de unidad en las diferencias. Es su aporte al futuro. El documento de unidad se leyó en la plaza cerca de las seis de la tarde y eran las ocho y media y la gente no se quería ir. Muchos estaban desde el mediodía. Estaban los que rondaban una y otra vez las presencias de tantas marchas, alrededor de la pirámide, los perfiles de las Madres con sus pañuelos que durante años mostraron el camino. A mucha gente le costaba volver a casa porque los 24 es como si alguien te abrazara. Ves caras y sonrisas, ves decenas de creaciones y carteles, ves algo que sólo pueden ver los ojos de los niños.
Es la paradoja de una marcha que, al igual que las Madres, se erigió sobre el dolor, pero de la que siempre emana el calor de la esperanza. Lo que da esperanza, ese calor, fructifica en una alegría del alma, una alegría interna que abraza. Es la comunión de los pueblos, el rito argentino de los 24. La celebración de la Memoria.