Gastón tiene 10 años y llega a la Plaza de Mayo por la calle San Martín, va de la mano de su mamá, Sandra. Llegaron en colectivo desde el conurbano bonaerense. “Vengo para recordar lo que pasó. Sé que fue algo malo”, dice el nene mientras salta emocionado. En su escuela no hablaron de lo que sucedió durante la última dictadura cívico-militar, es una tarea que tomó su madre: “Por eso vinimos, porque como estamos en una época donde en el colegio no le cuentan las cosas, me interesa mucho que tenga memoria de lo que pasó para que no vuelva a ocurrir”. Este año, los organizadores estiman una participación de 400.000 personas que desbordan la plaza (sin contar las que se movilizaron en las provincias), muchas de ellas son familias completas con sus hijos e hijas. Hay chicos de todas las edades, inclusive bebés, que están en brazos, en cochecitos o sobre los hombros de sus madres y padres. “La memoria es nuestra herramienta”, dice el documento de cierre, y en esa frase condensa lo que se vive este 24 en la calle.
Sobre la plaza hay cinco chicos con camisetas argentinas, van desde el año y medio hasta los ocho años de edad. Los más grandes juegan entre ellos y el más chiquito duerme sobre el hombro de su madre. Pertenecen a dos familias que viajaron juntas desde La Plata: “Siempre les hablamos, a medida que ellos preguntan le vamos contando y así se les va enseñando. Queremos que aprendan de la historia, de lo que nos pasó como país”, comenta Maximiliano Chiaro, que lleva una bandera en la espalda. Cerca de ellos hay un grupo de tres amigas con sus hijos: “Es una manera de enseñarles, porque por ahí en la escuela le enseñan algo, pero acá aprenden colectivamente”, explica una de ellas de nombre Ana. Dice que es importante estar todos los años para no olvidar y que las nuevas generaciones sigan recordando: “Está bueno que los chicos lo aprendan para que no haya nunca apoyo de la sociedad civil a un golpe de Estado”.
Más temprano, frente a la Casa Rosada, un grupo de estudiantes universitarios instalaron una caja gigante de medicamentos con el nombre “Memoria Plus”, sobre el envoltorio gigante se lee: “te hace acordar que fueron 30.000”. Es una instalación que hizo la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) y se trata de una medicación “ideal para el Gobierno Nacional”. Para la consejera superior de la UBA Lucille Levy, “los 30.000 son un símbolo de una lucha y una herida que le queda a toda la Argentina”, y agrega que “la empatía en las juventudes es importante en este tiempo para fortalecer el ejercicio de la memoria”. En la calle también está Sofía Kogan que llegó con sus compañeras y compañeros del colegio Lenguas Vivas. “Es re importante venir, este año más que nada, con el gobierno negacionista que tenemos y en este contexto de mucha violencia. Tenemos que estar acá recordando y fortaleciendo la memoria”, dice Sofía, que marcha desde muy pequeña con su familia.
El cancionero popular repite los clásicos de siempre, se escucha el coro de todos los años: “El pueblo unido jamás será vencido”, pero también tiene otras melodías viejas con nuevas letras, como “Fuera, fuera, fuera Bullrich, fuera”. Es la misma base que se usa para homenajear a Pablo Grillo: “Fuerza, fuerza, fuerza Pablo, fuerza”. El fotógrafo reprimido en la marcha de los jubilados que lucha por su vida está presente también en los carteles, en las paredes y en las banderas. Se suma a la iconografía habitual, que este año también tiene a Nora Cortiñas, que también aparece en un billete de 30.000 dólares y en una cripto moneda de chocolate que armó La Poderosa para homenajearla y, a la vez, criticar la política económica del gobierno de Javier Milei y Victoria Villarruel. Ana Pizarro es una de las integrantes de la organización social que reparte los souvenirs entre la gente, tiene 34 años y llegó desde San Juan. “Si bien yo no estuve en ese tiempo, mi familia me contó y por eso estamos acá, porque sabemos lo que significó”, dice. Lo familiar, pero también lo comunitario, dicen presente para fortalecer la memoria. Agrega que está acá por sus hijos: “yo como mamá que soy ahora, no me gustaría tener un hijo desaparecido y tenerlo que buscar en un centro clandestino. Por eso militamos”.
Desde la Avenida de Mayo ingresa una extensísima bandera azul con los rostros de las y los desaparecidos, atraviesa calles enteras y en el camino se van sumando voluntarios espontáneos que estiran sus brazos para sostenerla. El conjunto de los que marchan aplauden a su paso. Cerca de ahí, apoyada sobre una columna de la plaza está Marta López, de 83 años, que se llevó una silla plegable para descansar. “Esto no es democracia, esto es dictadura total. Viví toda la tragedia que padecimos y estoy muy triste por todas las familias que todavía no pudieron recuperar los restos de sus desaparecidos y tampoco a los nietos”, agrega. Está con su hermana, su hijo y su sobrina. Mientras habla mueve las manos y el pañuelo verde del aborto legal en su muñeca derecha llama la atención. Terminó el secundario a los 66 y empezó a estudiar para ser analista de sistemas. “Esto no tiene que terminar nunca, siempre tenemos que tener memoria, verdad y justicia. Claro que me cansa un poco, pero con mucho gusto hago todo lo posible por estar. Este año es especial porque nos están sacando todo lo que hemos conseguido”, enfatiza.
Marta Noemí Mansilla, de 84 años, camina por Avenida de Mayo con un bastón en una mano y un sándwich en la otra. Llegó sola en el tren Belgrano desde San Fernando, camina despacio y frena para hablar: “Hoy vine de prepo porque no me aguanto estar en mi casa. Yo sé que soy una más, pero también sé que no venir es ser una menos. Entonces, yo prefiero ser una más. El cansancio me agarra cuando no hago nada. Estar acá es un orgullo, pero no porque sea grande sino por mi responsabilidad de militante del Partido Comunista y como ser humano. Me llena de orgullo ver que hay mucha juventud, gente mayor y niños”, agrega. Cerca de ella está Ernesto Rodríguez, de 72 años, que tomó dos colectivos desde Rafael Calzada. Tiene cartulinas verdes en el cuerpo con inscripciones sobre el amor a la patria. “Cuando el pueblo se manifiesta no está en peligro la democracia, sino que lo que la pone en riesgo son las actitudes y la forma de este Gobierno. Ellos ponen la democracia en peligro”.
La plaza es un incesante movimiento de personas, mezcladas con columnas de partidos políticos y organizaciones sociales y sindicales, además de las de derechos humanos. Pasadas las tres de la tarde, entra columna de La Cámpora, después de marchar 13 kilómetros desde la Ex ESMA, donde junto a la agrupación H.I.J.O.S restituyeron la gigantografía de Néstor Kirchner del día en que ordenó bajar el cuadro del genocida Jorge Rafael Videla, una imagen que había sido quitada por orden del secretario de Derechos Humanos, Alberto Baños, a principios de febrero. En el estudio móvil de la AM 750, se replican las voces de la calle, desde el mediodía transmite en vivo los testimonios de un día conmovedor. Allí están varios de los periodistas de Página/12 como Nora Veiras, Luis Bruschtein y Eduardo Aliverti.
La construcción de la memoria es social, puntos de una red que se van uniendo. Hoy en la Plaza también está Nietes, los jóvenes que siguen con la lucha de Abuelas, Madres, H.I.J.O.S y el resto de los organismos. “Hay que entender que no es algo que pasó y ya está, sino que tiene consecuencias en nuestro presente y que hay cosas que continúan”, dice Ana Ríos Brandana, militante de 26 años, que lleva en su espalda las fotos de sus abuelos José Ignacio Ríos y Juana María Armelin, ambos desaparecidos. “La dictadura se hizo con el objetivo de implementar un modelo económico particular, que es el neoliberal y que sigue hasta el día de hoy. Es importante poder verlo porque los mecanismos que tienen para perpetuar su poder es atacar al pueblo continuamente”, cuenta.
La memoria como herramienta y la calle para fortalecerla. Cientos de miles de argentinos y argentinas volvieron a marchar, algo que resulta imprescindible y esperanzador en tiempos en los que gobierna un minoritario, pero empoderado grupo de negacionistas.