A la madrugada, cruzando la Plaza, aún podía escucharse el eco de la tarde. En las cúpulas había una resonancia especial. En algún sitio, imaginé que uno tiene que encontrar los vestigios de tanto amor y tanta lucha. Era mentira ese silencio, atravesado levemente por las ruedas del carro de un cartonero.
De la historia siempre me gustó la palabra ágora. Imaginaba a los griegos caminando hacia el sitio donde debían dirimir sus asuntos, y la cuestión ayer era convocar a la historia, que trajera sus verdades a confrontar con las falsedades que, a esas horas, se animaban a decir las derechas mediáticas.
Contrastaron fuertemente la voz del pueblo y las voces del
sistema, queriendo reacomodar un relato en el que su perfil mafioso
destacaba como nunca, ante la belleza de la marcha por la memoria, la
verdad y la justicia.
La desventaja ética y moral resultaba impresionante en el intento delirante de la derecha: un tal Agustín Laje y Estela de Carlotto, Adorni y Tati Almeida, Clarín-Nación y el pueblo. No hay forma de comparar.
Cuando se iban del foro, con sus hijos en hombros, con la misión cumplida de haber estado codo a codo con los desconocidos que se sienten hermanos, cientos de miles de personas se llevaron como premio la esperanza. Esa que nace siempre de sus corazones y que es su voluntad de seguir luchando por todas las verdades que nos deben.
*El editorial de Víctor Hugo de este martes en La Mañana de la 750.