Frente a una pantalla que es el verdadero escenario, los intérpretes se mueven como si estuvieran en una cueva y fueran una sucesión de hombres y mujeres de la prehistoria que descubren la sombra que su imagen instala en sus desplazamientos. Hay algo primitivo en la corporalidad de Otra comunidad, no solo porque los intérpretes están desnudos sino porque los movimientos responden a una manifestación ancestral, a un reconocimiento de todo lo que esos cuerpos pueden cuando están en conjunto.

Como sucede en las obras de Iván Haidar el espacio, en su materialidad se convierte en una zona cuestionada a partir del uso de la tecnología porque su constitución y armado va a darse, en gran medida, a partir de una alianza con la virtualidad.


La dramaturgia de Otra comunidad se sustenta en la idea de doble pero aquí ese atributo se multiplica. Sí en Cómo las cosas llegaron hasta aquí y No estoy solo, Iván Haidar era la única presencia en escena, en esta nueva obra elige ocuparse enteramente de la dirección y trasladar ese juego entre el cuerpo y lo virtual a los intérpretes. Las imágenes de los bailarines y performers aparecen multiplicadas gracias a la tecnología pero no es en este dato donde se encuentra la estructura de esta propuesta, lo que hace Haidar es darle a ese otro virtual la entidad de un muñeco. 

La tecnología se convierte en un procedimiento similar al maniquí de Tadeusz Kantor. Si para el artista polaco la presencia de un muñeco en escena debía señalar la ausencia de vida, Haidar parece llevar a escena las coordenadas del posthumanismo a partir de figuras que en su desnudez, en lo contundente de su corporalidad enfatizan la presencia de lo humano. Esta línea filosófica habla de una subjetividad relacional y piensa a los humanos a partir de una correspondencia permanente con las cosas, los animales y la tecnología

Estas entidades tienen agencia, lo que supone una interrelación sensible. No se trata de una cuestión de utilidad o de mera operatividad, lo humano está imbricado con ese mundo de las cosas, la naturaleza y la tecnología. No hay un afuera, un paisaje, ese mundo de las cosas, como señala el filósofo inglés Timothy Morton, está pegado a nuestra piel, forma parte de nuestra respiración.

En la obra de Iván Haidar la tecnología no es únicamente un efecto visual sino que hace a la estructura del ser como la sangre o los huesos. Es una pieza indispensable en la constitución de ese yo escénico que ofrece en sus representaciones.

Los intérpretes no actúan en escena. Incluso se podría decir que su presencia discute la idea misma de actuación como lo hacía Kantor al asegurar que el muñeco entraba en tensión con los actores, competía con los intérpretes hasta lograr reemplazarlos. El director y artista plástico polaco creaba puestas donde los actores tenían un muñeco que oficiaba de doble. Los intérpretes aquí parecen identificarse y, al mismo tiempo, desconocer a esa figura que se mueve con ellos. La danza se juega en esa sincronización con ese otro que aparece en la pantalla mientras algún integrante se sitúa por fuera del grupo, como espectador o corifeo.

Otra comunidad lleva la idea del doble no solo a la instancia física sino temática. La comunidad del título dialoga con ese mundo virtual donde se generan comunidades separadas del cuerpo. Aquí la presencia de las personas en escena no remite específicamente a una sexualidad, más allá de la evidencia de los cuerpos desnudos. No se trata de darle a la sexualidad una esencia, un valor protagónico. La cercanía de los cuerpos no denota la promesa de una cópula sino de un mundo donde la piel en contacto con otra piel no supone una forma ya pautada del sexo. Hay algo impreciso, ambiguo como si esa genitalidad se desplegara en la búsqueda de un descubrimiento anterior a la cultura.

Los intérpretes ponen en crisis las categorizaciones que diferencian los objetos, lo humano y lo tecnológico. En ¿Cómo llegaron aquí?  había una planta que ocupaba un lugar preferencial en ese escenario donde lo real y lo virtual eran el resultado de una yuxtaposición y Haidar buscaba identificarse con ese vegetal, copiar su quietud. 

En las obras de Iván Haidar las acciones están a cargo de ese otro virtual que se hace presente a partir de un dispositivo técnico donde se combina el mapping con grabaciones en vivo. La escena está sincronizada al milímetro porque los desplazamientos de los bailarines en escena se corresponden y articulan con su doble virtual. 

Por momentos se miran y también sucede que entramos en un estado casi alucinado donde no podemos diferenciarlos. A veces ese otro virtual tiene volumen. Gracias a los efectos visuales y a la confluencia de la cámara en escena, lo primitivo convive con lo virtual como si de algún modo nos dijera que siempre estamos buscando otra imagen nuestra proyectada sobre un escenario más amplio, para generar un cambio del punto de vista donde son los cuerpos los que inventan lo que sucede y la pantalla es un dispositivo precario que pasa a ser usado como una pared blanca sobre la que podría expandirse una sombra. 

No se trata de la mano digitando la pantalla sino del cuerpo con toda su contundencia usando a la pantalla como fondo y como espacio. La noción de lo ficcional, que se vuelve evidente, es también una posibilidad de desplazar los límites de lo real ¿Cuál es la verdad escénica, la que se desarrolla en el dispositivo técnico o la que surge de la virtualidad? Para Iván Haidar no hay realidad escindida de la tecnología. Pero en este caso la suma de los cuerpos es más potente que la virtualidad, a diferencia de las obras anteriores donde entraban en un mismo plano.

A su vez ese otro virtual es un espectro. La noción de lo fantasmal no es producto de la magia, ni del recuerdo sino de la técnica. El mundo de Iván Haidar es expresionista en el sentido que la interioridad de los personajes se expone, toma una posición formal en escena como si fuera un desprendimiento. Si Haidar llega con sus obras a un grado cero de la interpretación al establecer que la autoría de la escena es asignada a la tecnología, a esa articulación de mundos que también debilita el presente de la acción porque allí confluyen diferentes temporalidades, lo que queda es un pensamiento, una filosofía de la contemporaneidad.

El espacio es la imagen y su entidad corpórea. Iván Haidar no hace un teatro virtual sino que convierte la virtualidad en un conflicto dramático para enfrentarnos a ese sujeto del posthumanismo que ya somos.

Otra comunidad se presenta los jueves a las 21 en el Galpón de Guevara.