Lo ocurrido el lunes con ocasión de la movilización por el Día de la memoria aporta elementos -ninguno concluyente- para hacer algunas consideraciones sobre el momento que estamos viviendo.

En primer lugar, vale mencionar la masividad de la participación, aceptada incluso por los medios cercanos al gobierno. Sin entrar a discutir de manera innecesaria el número de los asistentes, está claro que quienes se reunieron superaron en mucho a los que se habían congregado un año atrás con el mismo motivo.

A renglón seguido, es preciso tomar en cuenta la conformación de la manifestación. Estuvo la concurrencia tradicional de estos actos con las organizaciones defensoras de los derechos humanos como columna vertebral, a la que sumaron actores políticos de la izquierda y del kirchnerismo. Pero en este caso fue importante también el aporte de columnas del sindicalismo organizado que le dieron espesor a la movilización. Es un dato nuevo y no solo para el periodo mileista. También fueron significativas las movilizaciones en Rosario, Córdoba, Tucumán, Mar del Plata y Bariloche, para mencionar algunas. No es un dato menor.

Hubo también más “gente suelta”, familias, jóvenes (muchos...), grupos inorgánicos. Esto siempre ocurrió, pero ahora fue más evidente y es una clara manifestación de que muchos fueron para expresar su bronca, su fastidio y su malestar por la situación se está viviendo. Pero todo fue con tranquilidad y la alegría también estuvo presente. Se agregó el uso “intensivo” de remeras de equipos de fútbol. Fue como una suerte de respuesta simbólica para dar respaldo a los jubilados en su reclamo pero para rechazar al mismo tiempo la represión de Patricia Bullrich.

Hay que registrar también las consignas. Algunas claramente elaboradas y articuladas con fines políticos opositores pero otras surgidas espontáneamente en un subte o en un colectivo de línea: iniciadas con una voz o con un grupito de voces a las que se fueron sumando diversos coros. Todas con críticas a Milei, a Bullrich y a su gobierno.

Para seguir con los signos ¿alentadores?, habría que agregar un hecho importante: una sola columna, un único documento y coincidencia (solo con la disidencia de un sector de la izquierda) en la importancia de la unidad en la acción.

Pero lo anterior no estaría completo sin dejar de anotar que varios de los sindicatos que movilizaron no lo hicieron utilizando toda la potencia organizativa que tienen esas organizaciones. Estuvieron, se mostraron, pero no jugaron a fondo. Quizás porque esperan hacerlo cuando ellos mismos sean “locatarios” en la movilización del 9 de abril y en el paro general del día siguiente. Se verá.

Se puede decir que la movilización del lunes canalizó descontentos y protestas dirigidas al gobierno. Con la misma certeza se puede afirmar la ausencia de dirigencia política que interprete, capitalice y ordene ese malestar. La traducción sería que sin organización y sin conducción es difícil que la protesta prospere o, lo que puede ser peor, que ese malestar termine en una implosión con consecuencias imprevisibles, indeseables, socialmente peligrosas y riesgosas para la vida en democracia y en paz.

Una última consideración tiene que ver con la necesidad de revisar la carga de sentido de los derechos que se reclaman. No porque hayan dejado de tener valor, no porque haya que renunciar a “memoria, verdad y justicia”, ni convalidar la idea de que no se trata de 30.000 desaparecidos. De ninguna manera. Pero es preciso, a casi cincuenta años del golpe militar, volver a cargar de sentido esas consignas. No alcanza con repetirlas una y otra vez. Hay que volver a convencer a quienes, por edad y por cultura, necesitan apropiarse, hacer suyos los valores que están en la base de esos eslóganes tan caros para una generación pero ciertamente lejanos para los más jóvenes. Es una tarea política, que requiere inteligencia, creatividad y sobre todo pedagogía y desarrollos comunicacionales acordes a los modos de comprender, sentir y significar de las generaciones jóvenes. Una tarea que la política ni siquiera se ha planteado como desafío.

Nada está perdido... pero hay mucho por hacer.

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